Predicador del Papa: La ley del Espíritu, "una capacidad nueva de amar"

Segunda predicación cuaresmal a la Curia Romana

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 20 marzo 2009 (ZENIT.org).- El Espíritu Santo es la nueva ley del cristiano que le da «una capacidad nueva de amar», explicó este viernes el predicador del Papa en la segunda meditación que ha ofrecido a la Curia Romana en esta Cuaresma.

El padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., dirigió –como es tradición– su predicación en la capilla «Redemptoris Mater» del Vaticano, aunque en esta ocasión se encontraba vacío el puesto reservado para Benedicto XVI, dado que se encuentra de viaje en África.

El padre Cantalamessa explicó que «existía ya una fiesta de Pentecostés en el judaísmo». En esa fiesta, Israel recordaba el momento en el que Dios entregó las tablas de la ley a Moisés.

«¿Qué significa el hecho de que el Espíritu Santo descienda sobre la Iglesia precisamente el día en que Israel recordaba el don de la ley y de la alianza?», se preguntó el predicador.

Esto significa, respondió, que el Espíritu Santo «es la ley nueva, la ley espiritual que sella la nueva y eterna alianza y que consagra al pueblo real y sacerdotal que es la Iglesia».

Esta nueva ley es «una capacidad nueva de amar», explicó el fraile capuchino.

Pero, ¿por qué hacer del amor una «ley» o un «mandamiento»?, siguió preguntándose. «¿Qué amor es si no es libre, sino mandado?».

«El Espíritu Santo -concretamente, el amor- es una ‘ley’, un ‘mandamiento'», en la medida en que «crea en el cristiano un dinamismo que le lleva a hacer todo lo que Dios quiere, espontáneamente, sin siquiera tener que pensarlo, porque ha hecho propia la voluntad de Dios y ama todo lo que Dios ama».

«La misma diferencia que crea, en el ritmo de la vida humana y en la relación entre dos criaturas, el enamoramiento, la crea, en la relación entre el hombre y Dios, la venida del Espíritu Santo», aclaró.

Pero, si ahora tenemos una «ley interior del Espíritu», ¿seguimos teniendo necesidad de una «ley exterior»?, siguió interrogándose en referencia a los mandamientos, preceptos evangélicos y eclesiásticos, reglas monásticas, votos religiosos, etc.

El padre Cantalamessa ha explicado que entre las dos leyes no hay «oposición o incompatibilidad», «sino, al contrario, plena colaboración», pues » el amor custodia la ley» y «la ley custodia el amor».

El predicador subrayó que esto se aplica tanto a la relación entre las personas, en el caso del matrimonio, como a la relación entre Dios y el hombre, y en el caso de la vida consagrada.

«El hombre que ama, cuanto más intensamente ama, con mayor angustia percibe el peligro que corre este amor suyo, peligro que no viene de nadie más que de él mismo; bien sabe, en efecto, que es voluble y que mañana, ¡ay!, podría cansarse y dejar de amar».

«Y como ahora que está en el amor ve con claridad la pérdida irreparable que ello comportaría, he aquí que se previene ‘atándose’ al amor con la ley y anclando así su acto de amor –que sucede en el tiempo– en la eternidad», explicó.

«El deber de amar protege al amor de la ‘desesperación’ y lo hace ‘feliz e independiente’, en el sentido de que lo protege de la desesperación de no poder amar para siempre», añadió explicando así la necesidad tanto del matrimonio como de la vida consagrada.

«¿Por qué vincularse a amar a Dios, sometiéndose a una regla religiosa, por qué emitir los ‘votos’ que nos ‘obligan’ a ser pobres, castos y obedientes, visto que tenemos una ley interior y espiritual que puede obtener todo eso por ‘atracción’?», preguntó a los colaboradores del Papa. 

«Es que, en un momento de gracia, te has sentido atraído por Dios, le has amado y has deseado poseerle para siempre, totalmente, y temiendo perderle por tu inestabilidad, te has ‘atado’ para garantizar tu amor de toda ‘alteración'», concluyó.

Gisèle Plantec 


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ZENIT Staff

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