Predicador del Papa: La virginidad consagrada; profecía para el mundo de hoy

Meditación de preparación a la Navidad en presencia de Juan Pablo II

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CIUDAD DEL VATICANO, 6 diciembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II asistió en la mañana de este viernes a la meditación predicada por un fraile capuchino dedicada a un tema candente: la virginidad; y la presentó como profecía viviente para nuestra época.

El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en su predicación de preparación a la Navidad, aseguró que la virginidad consagrada y el celibato sacerdotal son dos vocaciones fundamentales para el anuncio del Evangelio.

Anticipan en el mundo de hoy el estado del hombre y de la mujer en la vida futura, insistió al dirigirse al Papa y a los prelados de la Curia romana, que asisten a estas reflexiones los viernes de Adviento.

El fraile capuchino constató el estruendo con el que desde fuera de la Iglesia se critica o se mira con «sospecha» y «conmiseración» a quienes optan por la virginidad hasta el punto de que en ocasiones los mismos consagrados quedan confundidos.

Caídos los «filtros» y las «protecciones» que en el pasado defendían a los sacerdotes y religiosas en su opción de perfección, hoy la castidad de los consagrados, afirmó el predicador del Papa, debe saber afrontar las insidias, sin encerrarse.

«La facilidad de las comunicaciones y de los viajes ha creado una situación nueva –explicó–: televisión, Internet, publicidad, periódicos meten a chorros el mundo dentro de casa y, con frecuencia, el mundo en su peor aspecto. Nos lo meten a la fuerza por los ojos, que es una forma de violencia».

Por eso, añadió hablando en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico Vaticano, «la salvaguarda de la propia castidad es confiada en gran parte al individuo mismo y debe basarse en sólidas convicciones personales, tomadas de la Palabra de Dios».

«¿Qué palabra de Dios?», preguntó el padre Cantalamessa. Ciertamente, para comenzar, la pronunciada por Jesús en el Evangelio de Mateo, cuando habla explícitamente a los apóstoles de quienes se hacen «eunucos por el Reino».

De este modo, Cristo abre por así decir una dimensión, reconociendo en la virginidad consagrada de quien escoge el servicio total de Dios y de la Iglesia, indicó el capuchino. Esta vocación, observó, no es «más perfecta» que el estado conyugal, sino simplemente algo «más avanzada», pues refleja la imagen del hombre y la mujer en la vida eterna.

«Partiendo de este carácter profético de la virginidad y del celibato, podemos comprender la ambigüedad y falsedad de la tesis, según la cual, este estado iría contra la naturaleza e impediría al hombre y a la mujer realizarse plenamente, como hombre y mujer –aclaró–. Esta duda pesa terriblemente sobre el espíritu de los jóvenes y es uno de los motivos que más aleja de responder a la vocación».

Sin embargo, según el predicador pontificio, el celibato y la virginidad «no reniegan de la naturaleza humana», sino que más bien «la realizan a un nivel más profundo».

El hombre, según la Biblia, no es sólo lo que es por nacimiento, sino también «lo que está llamado a ser». En el hombre, en otras palabras, hay una chispa de vocación a la que tiene que responder.

Los vírgenes consagrados –hombres y mujeres–, aseguró el predicador, son aquellos que han entendido esta respuesta en su grado más elevado, entregándose por el Reino de Dios, cuya difusión ha encontrado casi siempre en ellos el modelo de misioneros eficaces.

«El anuncio del Evangelio y las misiones se han apoyado en buena parte en sus espaldas –recordó–. Dentro de la cristiandad, el progreso en la doctrina, en el pensamiento, ha dependido de ellos, especialmente de algunas órdenes religiosas. Ellos han cultivado caminos nuevos en la espiritualidad».

Si se mira al exterior, añadió, los vírgenes consagrados «han instituido casi todas las instituciones caritativas». Por tanto, concluyó, «la virginidad no significa «esterilidad», sino por el contrario, la máxima fecundidad».

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ZENIT Staff

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