Predicador del Papa: Para ser profeta de paz, la Iglesia debe vivir la comunión

CIUDAD DEL VATICANO, 28 marzo 2003 (ZENIT.org).- La responsabilidad de la Iglesia de ser instrumento de unidad y paz entre los hombres se convirtió en el centro de la meditación que ofreció este viernes un fraile capuchino al Papa y a sus colaboradores.

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«La impotencia para cambiar las lógicas humanas y para hacer triunfar las razones de la paz en el mundo nos hace sentir con más urgencia en estos días la necesidad de hacer que, en un mundo lacerado por las discordias, la Iglesia resplandezca como signo profético de unidad y de paz», afirmó el padre Raniero Cantalamessa, en su predicación de este viernes de Cuaresma.

«Un peligro mortal para el organismo humano son la embolias, grumos sólidos, líquidos o gaseosos que se forman en las venas y en las arterias y que, si no son removidos a tiempo, impiden la libre circulación de la sangre y pueden provocar daños muy graves, incluso la parálisis. También el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, conoce este peligro», reconoció el predicador de la Casa Pontificia dirigiéndose al Papa y a miembros de la Curia romana, reunidos en la Capilla Redemptoris Mater del palacio apostólico vaticano.

«Las embolias en este caso son los obstáculos que se ponen a la comunión: cuando no se ofrece el perdón, enemistades crónicas…, asperezas, desdén, ira, maledicencia, malignidad», constató.

«Si queremos conservar la unidad del Espíritu por medio del vínculo de la paz, es necesario hacer periódicamente una radiografía, es decir, un buen examen para estar seguros de que no haya embolias que dependan de nosotros», añadió.

«A nivel ecuménico se está trabajando para remover con paciencia las grandes embolias que se han formado entre Iglesia e Iglesia, pero el compromiso debe continuar a nivel más capilar, entre comunidades y comunidades, entre categoría y categoría dentro de la misma Iglesia (por ejemplo, entre el clero y los laicos, entre los hombres y las mujeres) y por último entre persona y persona».

«Destierra la envidia y será tuyo todo lo que es mío, y si yo destierro la envidia, es mío todo lo que posees. En la comunión eclesial, el carisma de uno se convierte en el carisma de todos», explicó.

«En el Cuerpo de Cristo, lo que es y hace cada miembro, lo es y lo hace para todos. El signo evidente de que se posee el espíritu no es hablar en lenguas o hacer milagros, sino el amor por la unidad», concluyó.

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ZENIT Staff

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