Primera homilía del nuevo patriarca latino de Jerusalén

Su Beatitud Fouad Twal al entrar en el Santo Sepulcro

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JERUSALÉN, domingo, 22 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el nuevo patriarca de Jerusalén, Su Beatitud Fouad Twal, este domingo, al entrar solemnemente en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén.

* * *

Su Eminencia el cardenal John Patrick Foley, gran maestro de la Orden del Santo Sepulcro,   
Su Excelencia monseñor Antonio Franco, nuncio y delegado apostólico,   
Excelencias Reverendísimas, muy queridos monseñores Selim Sayegh y Giacinto-Boulos Marcuzzo, obispos auxiliares,   
Muy reverendo padre Pierbattista Pizzaballa, OFM, custodio de Tierra Santa,
Reverendos padres, religiosos y religiosas,   
Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera agradecer ante todo a monseñor Selim Sayegh que, a nombre del Patriarcado Latino de Jerusalén, me ha prometido la oración y la comunión fraterna. Va también mi agradecimiento al padre Pierbattista Pizzaballa, OFM, Custodio de Tierra Santa que tan buena acogida me ha dado a la entrada del Santo Sepulcro.

Hoy, después de casi tres años de espera y preparación, recibo de la Santa Iglesia el encargo de conducir nuestro querido Patriarcado Latino de Jerusalén, «Madre de las Iglesias». Heredo al mismo tiempo desafíos a realizar y numerosos problemas, internos o externos, acumulados. Estoy lleno de confianza porque sé que no estoy solo, apoyándome en la gracia de Dios «que no ha sido vana en mí» (1 Co 15, 10), y sobre el poder del Salvador que «se ha desplegado en mi debilidad» (2 Co 12, 9).

¡Queridos Hermanos y Hermanas!

Hemos pasado delante del Gólgota y de la piedra de la Unción, antes de llegar al sitio de la Resurrección.
 
Antes que nosotros, el Señor ha conocido los más duros dramas humanos y ha gustado los más amargos sufrimientos: privación, injusticia, soledad y agonía. Ha caminado por las estrechas calles de Jerusalén llevando su cruz, cayendo muchas veces, levantándose siempre, hasta la muerte. Él se ha dejado sepultar en tierra, envueltos sus pies, como el grano de trigo que se siembra y que muere.
Nosotros también, en cuanto pueblo, Iglesia e individuos, conocemos cuales cruces, cuales desafíos y cuales dificultades nos esperan. Sabemos de antemano que habrá caídas y duros golpes.
Tu muerte, Señor, sigue realizándose en nosotros y en cada persona que sufre, que es perseguida, que tiene miedo o que está errante.

Nuestro pueblo de Tierra Santa, como todos los pueblos de Medio Oriente, no cesa de gemir y de sufrir esperando la hora de su liberación, la hora de su resurrección, pues su Vía Crucis continúa aún… todavía.

Sin embargo, así como es corta la distancia que separa el Gólgota de la Tumba vacía, igualmente sabemos que es corta la distancia de la muerte a la Resurrección. Es por esto que no hay razón por la cual tener miedo.

Mi confianza también se nutre de todas las riquezas espirituales, humanas y eclesiales de esta diócesis, cuyas riquezas más eminentes son:

– La presencia de numerosas Órdenes religiosas y Congregaciones que nos sostienen con sus ruegos, nos enriquecen con sus carismas específicos y nos hacen el don de su amor fraterno, de su amistad, de sus servicios y de sus talentos, comenzando por la Orden de san Francisco de Asís, Custodia de la Tierra Santa desde el siglo del XIV;

– La presencia de numerosos amigos, de todos lados vienen -y a veces de muy lejos- para los cuales la Tierra Santa y el Patriarcado Latino ocupan el primer sitio en su corazón;

– La presencia de numerosos amantes de esta Iglesia de Dios, entre gente de todas las confesiones y denominaciones;
   
– La presencia a mi lado de mis hermanos sacerdotes del Patriarcado Latino, llenos de celo apostólico, de amor fraterno y de solicitud pastoral y esto desde la restauración de nuestro Patriarcado Latino en el 1847.

«Mi Dios, tu gracia me basta». «En tu Nombre echo las redes».

Desde aquí, por la gracia del Resucitado:

– Lanzamos un llamado a los Jefes de las Naciones en conflicto, Naciones queridas a nuestro corazón: «Tened temor de Dios y piedad de vuestros pueblos, de sus jóvenes, de sus niños y de sus ancianos. Tened la valentía de encontrar las soluciones justas, para que vivamos en paz y en seguridad.

– Lanzamos un llamado a la Comunidad internacional para que, movida por el sentido de la responsabilidad, la valentía y la justicia, ayude a las poblaciones de la región a tomar decisiones justas. Estamos seguros que la Paz es posible, que la Justicia es posible, que la Confianza recíproca es posible.

– Lanzamos un llamado a los fieles de las tres religiones monoteístas y de las diversas confesiones cristianas de esta ciudad santa a fin que continuemos profundizando nuestro diálogo, reforzando nuestra solidaridad en la caridad y a continuar nuestros encuentros en este espíritu.     
   
«¡El Señor ha resucitado como lo había anunciado!»

La última palabra de nuestra historia no será dejada al odio, a las separaciones y a la violencia. La alegría de hoy reaviva en nosotros la gran esperanza de la mañana de Pascua: ¡Cristo ha resucitado! ¡Él ha triunfado! ¡El amor es más fuerte!

Resucitados con Cristo, emprendemos la marcha.
Con Cristo, trabajamos por un mundo basado sobre la justicia, la paz y la seguridad.

Que la Virgen María que ha acompañado a su Hijo sobre el camino del sufrimiento y de la muerte, colaborando a su plan de Salvación, nos acompañe en nuestra misión. Amén

[Traducción del patriarcado latino de Jerusalén]

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ZENIT Staff

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