Programa de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2003

Del 18 al 25 de enero de 2003

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Oración por la Unidad de los Cristianos 2003

ESTE TESORO LO LLEVAMOS EN VASIJAS DE BARRO
(2 Cor 4, 7)

Traducción preparada por la Comisión para las relaciones interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española Texto bíblico propuesto para la «Oración por la unidad 2003»

ESTE TESORO LO LLEVAMOS EN VASIJAS DE BARRO
(2 COR 4, 3-18)

Y si la buena nueva que anunciamos está todavía encubierta, lo está para los que se pierden, para esos incrédulos cuyas inteligencias cegó el dios de este mundo para que no vean brillar la luz del evangelio de Cristo, que es imagen de Dios. Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús. Pues el Dios que ha dicho: Brille la luz de entre las tinieblas, es el que ha encendido esa luz en nuestros corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro de Cristo.

Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros. Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos. Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así que en nosotros actúa la muerte y en vosotros, en cambio, la vida.

Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos, sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros. Porque todo esto es para vuestro bien; para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.

Por eso no desfallecemos; al contrario, aunque nuestra condición física se vaya deteriorando, nuestro ser interior se renueva de día en día. Porque momentáneas y ligeras son las tribulaciones que, a cambio, nos preparan un caudal eterno e inconmensurable de gloria; a nosotros que hemos puesto la esperanza no en las cosas que se ven, sino en las cosas que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.

Traducción «La Casa de la Biblia»

A TODOS LOS QUE ORGANIZAN LA «ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS»

Adaptar los textos
E stos textos son propuestos, en el supuesto de que sea posible, para adaptarlos a la realidad concreta de los distintos lugares y países. De esta manera, se deberá tener en cuenta las prácticas litúrgicas y devociones locales, así como el contexto socio-cultural. Tal adaptación deberá normalmente comportar una colaboración ecuménica.

En muchos países ya se han puesto en marcha estructuras ecuménicas que permiten este género de colaboración. Esperamos que la necesidad de adaptar la «Oración» a la realidad local pueda estimular la creación de esas mismas estructuras allí donde todavía no existen.

Utilizar los textos de la «Oración por la unidad de los cristianos»
Para las Iglesias y las comunidades cristianas que celebran juntas la «Oración» en una sola ceremonia, este folleto propone un modelo de Celebración Ecuménica de la Palabra de Dios.

Las Iglesias y las comunidades cristianas pueden igualmente servirse para sus celebraciones de oraciones o de otros textos de la Celebración Ecuménica de la Palabra de Dios, de los textos propuestos para el Octavario.

Las Iglesias y las comunidades cristianas que celebran la «Oración por la unidad de los cristianos» cada día de la semana, pueden encontrar sugerencias en los textos propuestos para el Octavario.

Si se desean realizar estudios bíblicos sobre el tema del año 2003, se pueden igualmente tomar como referencia los textos y las reflexiones bíblicas propuestos para el Octavario. Los comentarios de cada uno de los días pueden terminar con una plegaria de intercesión.

Para las personas que deseen orar en privado, los textos contenidos en este folleto pueden alimentar sus oraciones y recordarles también que ellas están en comunión con todos aquellos que, a través del mundo, rezan por una mayor unidad visible de la Iglesia de Cristo.

Buscar la unidad durante todo el año
Tradicionalmente, la «Oración por la Unidad de los Cristianos» continúa siendo ampliamente celebrada en todo el hemisferio norte del 18 al 25 de enero. Sin embargo, en diferentes países un número creciente de cristianos utilizan el folleto en privado durante el mes de enero y se vuelven a encontrar para importantes celebraciones en los días que preceden a Pentecostés, en una época en que el clima es más favorable. En el hemisferio sur, en que el mes de enero cae dentro de las vacaciones de verano, se prefiere adoptar igualmente una fecha en torno a Pentecostés, o bien uno o dos meses más tarde.

No obstante, la búsqueda de la unidad de los cristianos no se limita a una semana al año. Animamos, pues, a encontrar otras ocasiones a lo largo del año, para expresar el grado de comunión que han alcanzado ya las Iglesias y para orar juntos, con vistas a llegar a la plena unidad querida por Cristo.

INTRODUCCIÓN AL TEMA DEL AÑO 2003

«Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro»
(2 Cor 4, 7)

El complejo problema de las migraciones ha tenido un impacto creciente en la vida de varios pueblos, países e Iglesias de todo el mundo. Argentina figura entre los países que ha sufrido las numerosas olas de inmigración que han afectado no solamente al contexto nacional sino igualmente a la vida de las Iglesias. El proyecto inicial de la oración por la unidad de este año ha sido propuesto por un grupo ecuménico argentino. El texto bíblico y el tema han sido escogidos a partir de una reflexión sobre Argentina como nación fundada por el pueblo indígena y los inmigrantes.

Varias razones están en el origen de la inmigración, por ejemplo el hambre, la escasez, las guerras y las persecuciones religiosas. Dos historias del pasado reciente de Argentina nos han servido para ilustrar estas situaciones. Igualmente nos muestran lo mucho que es necesario para que las Iglesias trabajen juntas en la búsqueda de la unidad a fin de aportar un testimonio verdaderamente unido.

1. Una familia que huye de la violencia decide emigrar y encontrar refugio en Argentina. Allí está a salvo, pero debe hacer frente a un nuevo tipo de sociedad que no comprende, una lengua que no es la suya y un pasado histórico con el que no se puede identificar. A veces la población local no aprecia su presencia. Esta familia es feliz pero al mismo tiempo experimenta una cierta tristeza. Deja atrás el miedo, pero ahora descubre la discriminación. En ciertos casos estas personas deben aceptar ser explotados económicamente. Es el precio que deben pagar para vivir con seguridad y sacar adelante a sus hijos. Su nuevo país los acoge y los rechaza. Sin embargo, tienen la fe de que han alcanzado la luz que les guiará en la oscuridad.

2. Una joven mujer llega a una gran ciudad para buscar empleo. Se hizo mayor en la parte norte del país y debe abandonarlo para lograr un futuro mejor. Dejó su familia y sus amigos, y ahora debe afrontar otro tipo de sociedad. El color de su piel y su acento revelan el país de origen. La sangre indígena ciertamente corre por sus venas. Por ello, ella misma tendrá que pagar un precio muy caro. Descubre las lu
ces de la gran ciudad, e igualmente la tristeza de la soledad. Se siente extranjera en su propio país. Por ello, tiene el sentimiento de que es tratada como si no tuviera derecho a disfrutar de las alegrías de la vida. No encuentra a nadie en quien confiar, pero conserva la esperanza de encontrar un día su lugar en esta sociedad.

Este tipo de situación ha llevado al grupo local a reflexionar sobre la fuerza que la Palabra de Dios nos concede en los momentos difíciles. Esto último nos recuerda que todos los miembros del pueblo de Dios deben ser peregrinos en el camino que conduce a su Reino. La Biblia nos ofrece numerosos ejemplos de pueblos emigrantes de un lugar a otro, en gran medida por las mismas razones que determinan a los pueblos actuales a hacerlo. Abraham y Sara, Jacob, Amós, José, María y Jesús constituyen los ejemplos bíblicos de inmigrantes.

La experiencia de la inmigración nos manifiesta un mundo fracturado. La unidad de los cristianos debe ser el paradigma de la unidad de los seres humanos. Los cristianos poseen «un tesoro en vasijas de barro» (2 Cor 4,7), que es la gloria de nuestro Señor Jesucristo, es decir, su victoria contra el pecado, la muerte, la persecución y el hambre. Este tesoro es, como escribe san Pablo en 2 Cor 4, 5-6, el conocimiento de la gloria de Dios que resplandece en Jesús cuando nos reveló las profundidades del amor de Dios y su misericordia para con la creación, particularmente para con los pobres de la tierra.

El texto de 2 Cor 4, 5-18 nos invita a reconocer que nosotros llevamos en nuestro cuerpo un tesoro que no nos pertenece, sino que es un don de Dios para recobrar fuerzas y animar en los momentos de angustia y tristeza. Llevamos este tesoro en la fragilidad de nuestras vidas humanas, lo que nos muestra claramente que este don nos viene de Dios y no de nosotros. Dios nos invita a ser sus testigos a través de nuestra debilidad humana.

El Cuerpo de Cristo es uno, aunque las divisiones entre los cristianos son un anti-testimonio de esta verdad que hemos de remontar. Reconocemos que los obstáculos son grandes y que nuestras fuerzas intelectuales y físicas no son suficientes para curar nuestro pecado de división. La unidad de la Iglesia debe ser realizada por la acción y el poder del Espíritu Santo que actúa en nosotros, a fin de que cada paso hacia la unidad pueda ser visto como un acto divino que nos acerque cada día más al Reino de Dios.

Debemos aceptar el reto del apóstol Pablo cuando dice que nosotros creemos, puesto que hablamos (2 Cor 4,13). No hablar significa disimular la realidad visible de Cristo actuando en nosotros, que es la base de la acción de la Iglesia en el mundo. Así, enriquecidos por la fuerza que recibimos, debemos encaminarnos hacia nuestro prójimo para compartir con él la luz de Cristo y reconocer mutuamente que tenemos una deuda para con Dios, que ofreció la vida de su Hijo por la salvación de la humanidad. Todos estos temas están evocados durante la liturgia y el octavario. Este último ha sido estructurado de la siguiente manera:

Pablo, en su carta a los corintios, anima a sus hermanos y hermanas cristianos con el mensaje de la esperanza que es Jesucristo. Él es el mensaje divino que revela la gloria de Dios y la luz que sigue brillando en un mundo de tinieblas (2 Cor 4, 5-6). Es la esperanza que creció en el corazón de los hombres y mujeres que tienen conciencia de que su fuente está en Dios y no en nosotros. Este es el tesoro que sostiene al peregrino y al inmigrante en su frágil condición humana (Día primero: 2 Cor 4,7).

La fe común en Cristo es nuestra esperanza y nuestro tesoro. En el mundo de hoy muchos hombres, mujeres y niños soportan el peso de la persecución, de la miseria y del abandono cuando están obligados a dejar sus casas y a vivir en la calle, constantemente separados de su ambiente familiar. Pablo reflexiona sobre la experiencia de la persecución y nos ofrece el consuelo de la fe cristiana por la que Jesús ha asumido nuestra condición humana que ennoblece y manifiesta el poder de Dios a través de nuestra debilidad. Porque no estamos agobiados ni desesperanzados, no estamos ni abandonados ni abatidos ya que tenemos la fe (Día segundo: 2 Cor 4,10).

El misterio de la Redención sigue iluminando las situaciones en las que, por efecto de la gracia de Dios, el espíritu del hombre nos hace percibir la imagen de Cristo en la fragilidad de nuestros cuerpos. Esta fragilidad nos hace ver la muerte de Cristo vencida en su propio cuerpo; pero a través de la misericordia de Dios descubrimos igualmente la imagen de Cristo revelado. A menudo, el pecado de la discriminación nos manifiesta la cultura de la muerte, que no es nada más que el deseo de eliminar la diferencia, es decir, al otro. Las Iglesias tienen por misión encontrar juntas cómo afirmar la imagen de Cristo que está en el otro como una fuente de riqueza, un don precioso. La presencia de Cristo que se manifiesta en nuestros cuerpos nos renueva para que aparezca la imagen de Dios a través nuestro, dignidad que no puede ser borrada. Esto significa tomar conciencia de este tesoro que cada ser humano lleva en si mismo y de que cada uno de nosotros podemos acoger a los demás por su semejanza con Dios (Día tercero: 2 Cor 4,10).

Puede parecer contradictorio que la vida está en nosotros y que debemos aprender a estar libres de la muerte, a renunciar a si mismo para que Cristo se manifieste en nosotros. Al comportarnos así, nos abrimos hacia el verdadero valor de la vida, una existencia que le fue confiada a Cristo para que su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Todos los cristianos están llamados a testimoniar que el pecado no nos domina más. Así las Iglesias pueden testimoniar en el mundo la dignidad de la vida que es la nueva vida en Cristo (Día cuarto: 2 Cor 4,11).

En las precarias condiciones en que se encuentren los peregrinos e inmigrantes, las Iglesias cristianas unidas «en un mismo espíritu de fe» prestan y unen su voz a los extranjeros y a los desposeídos. Puesto que confesamos la misma fe, somos capaces de expresarnos para hablar. El tema del quinto día (2 Cor 4,14) anima a los cristianos a reflexionar sobre la necesidad de hablar con valentía ante las situaciones desesperadas de los sin techo, de los refugiados, de los inmigrantes, de las personas que viven en la calle, de las poblaciones inmigrantes, de hombres, mujeres y niños que se encuentran en la miseria. Efectivamente, creemos en el poder renovador de Dios en Jesucristo. Y así juntos hablamos con valentía contra todo lo que ofende la dignidad de la persona humana.

La Iglesia tiene la misión de ser signo de la gracia de Dios en la sociedad. Los valores de este mundo efímero no son necesariamente los del reino de los cielos. Jesús ha confiado a la comunidad de cristianos y a las Iglesias la misión de vivir plenamente la experiencia del Reino de Dios como una fuerza nueva que regenera a la sociedad. La justificación que nosotros hemos recibido libremente por la gracia de Dios nos obliga a vivir justificados en el mundo (Día sexto: 2 Cor 4,15).

A pesar de las innumerables dificultades y persecuciones, debemos perseverar. San Pablo nos incita a ser fuertes, porque no llevamos solamente la muerte sino también la vida de Cristo. La Iglesia está llamada a manifestar la victoria de Cristo sobre la muerte mostrándose una comunidad valiente. La perseverancia de los que buscan la unidad de los cristianos es fundamental para todos aquellos que son tímidos o tentados de renunciar a su lucha, porque ella es la prueba de la fuerza de la gracia de Dios a pesar de las numerosas dificultades. Jesús ha orado por la unidad de todos los que llevan su nombre precisamente para que el mundo crea. A pesar de todos los obstáculos que encontramos en el camino de la unidad y de cara a la adversidad, las Iglesias deben actuar conjuntamente, con valentía y perseverancia para ofrecer a nuestro mundo desgarrado un ejemplo de unidad y ser un signo del poder de la muerte de Cristo sobre t
odas las fuerzas del pecado y de las tinieblas (Día séptimo: 2 Cor 4,16).

En el día octavo estamos invitados a reflexionar sobre los sufrimientos que padecemos y que nos preparan «un peso extraordinario de gloria eterna» (2 Cor 4,17). Esta no es una visión utópica del fin de todos los combates humanos. Pablo nos estimula, en efecto, a reflexionar sobre nuestra transformación por la gracia de la resurrección de Cristo, que tiene lugar si estamos unidos por la fe en sus sufrimientos. Nosotros los llevamos en nuestro cuerpo como también su resurrección. Por ello san Pablo nos exhorta a mirar más allá de lo que nuestros ojos mortales nos hacen ver, a mirar hacia la eternidad que nos revela la gloria de Cristo. La unidad de todos los fieles en Cristo llega a ser visible cuando los cristianos se unen verdaderamente de corazón en la tarea que tienen en este mundo, en el que están de paso.

Para cada día del octavario se propone una oración en que se pide la gracia de Dios por la unidad de todos aquellos que creen en Cristo. Nunca se subrayará todo lo suficiente la importancia de esta oración, ya que en ella todos los cristianos, por la fuerza del Espíritu Santo, reconocen humildemente que la unidad que Dios desea para su Iglesia es ella misma un don. Oremos, pues, sin cesar para que nos preparemos a recibir este don y llevarlo en las vasijas de barro de nuestra humana fragilidad.

PREPARACIÓN DEL TEXTO PARA LA SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD 2003

El proyecto inicial del texto de este año ha sido presentado por un grupo ecuménico formado por biblistas, teólogos, sacerdotes, pastores y laicos argentinos. Un profundo agradecimiento a este grupo local por el tema que ha escogido y por el trabajo concienzudo que ha realizado a lo largo de diez meses de preparación del proyecto. El grupo se componía de personas vinculadas a la Comisión Ecuménica de Iglesias Cristianas de Argentina (CEICA), constituido por: Rvdo. P. Rafael Magul (ortodoxo), María Luisa Cárdenas (católica), Rvdo. P. Fernando Gianetti (católico), Rvdo. Carlos Halperin (anglicano), Rvda. Margarita Tourn (valdense) y Rvdo. Pablo Andiñach (metodista).

Un grupo internacional nombrado por la Comisión «Fe y Constitución» del Consejo Ecuménico de las Iglesias y por el Pontificio Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristianos de la Iglesia católica ha sido encargado de dar al texto su forma definitiva. Este equipo -al que se unió un representante del grupo argentino- se reunió cerca de Málaga (España), en el Centro ecuménico «Los Rubios» de la Iglesia Evangélica Española. El equipo agradece de modo particular a la directora del Centro, la Sra. Pilar Agraz Aguilar, y en conjunto al personal que allí trabaja por su calurosa acogida y su generosa asistencia.

Los participantes han tenido el privilegio de poder escuchar al Rvdo. P. Carlos de Francisco Vega, Director del Secretariado de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española, quien les presentó el desarrollo de la Semana de Oración por la unidad de los cristianos en España. Por su parte, la Sra. Agraz hizo una presentación sobre los orígenes y desarrollo del Centro ecuménico «Los Rubios», particularmente sobre el trabajo realizado con los inmigrantes. El domingo, todo el grupo tomó parte en los oficios litúrgicos celebrados en la Iglesia reformada de Los Rubios y en la parroquia católica «Nuestra Señora de la Victoria» de Rincón de la Victoria. Agradecemos vivamente a estas dos Iglesias su cordial acogida.

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA
DE LA ORACIÓN POR LA UNIDAD

Introducción
Este culto celebra la luz que Dios, nuestro Padre, hizo resplandecer en el corazón de los creyentes y de sus comunidades, en cuanto que ellas proceden de culturas, pueblos y naciones diseminadas sobre la tierra, en constante emigración y nuevos arraigos.

Es la luz de la fe que Jesucristo nos da a conocer. Esta fe es «conocimiento de la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo». Es el tesoro que Pablo evoca en 2 Cor 4, 5-18. Cada creyente y comunidad de fieles la lleva y la confiesa en la misma fragilidad de la condición terrena y riqueza de sus dones.

Es muy importante en el plano ecuménico que podamos celebrar con alegría a Cristo resucitado, pero no sin elevarnos hacia Dios nuestro Padre, nuestro único Mediador, suplicando por tantos hombres y mujeres, jóvenes y niños de pueblos traumatizados por la emigración. Este será el sentido de la intercesión que, este año, con la confesión de Cristo, Luz de nuestras vidas, es el momento culminante de esta celebración. Las comunidades de fieles, también, han conocido y experimentan todos los días penosas divisiones, pruebas y alegrías, demoras y esperanzas que les hacen experimentar dolorosamente los sufrimientos de pueblos sacrificados por las adversidades de la emigración. Por ello, nuestra oración de intercesión por la unidad de las Iglesias y por las comunidades de emigrantes no será más que una sola e idéntica celebración.

Para esta celebración preparada por la iniciativa de un grupo ecuménico de Argentina se recomienda particularmente:

§ Invitar mutuamente, más allá del círculo de los cristianos que habitualmente frecuentan los encuentros ecuménicos, a formar una asamblea de oración conjunta y diversificada, especialmente con las comunidades cristianas de emigrantes que conviven en nuestra ciudad, en nuestros barrios y regiones. Se constituye una asamblea de oración con ellos, la preparamos conjuntamente, celebramos a Jesucristo muerto y resucitado, luz de luz, nuestra única salvación en la comunión de la misma fe y en la diversidad de sus expresiones. Nuestra celebración honrará esta diversidad.

§ Utilizar el símbolo de la luz en vasijas de barro o, mejor aún, en una sola vasija de barro que, pasando de un grupo a otro a la vista de todos en el momento de la intercesión, permita comprender lo que representa el precioso tesoro de la unidad en un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y una común esperanza en la solidaridad de Cristo con los pobres, emigrantes, heridos por la vida y la desunión. Si desde el principio esta vasija contiene la luz, se destacará la unidad de los cristianos reunidos para proclamar su fe en Cristo, luz de su vida por la creencia de su comunión.

§ El signo de la paz sellará esta comunión en la intercesión. A esta unidad así significada corresponde al término de la celebración la renovación del envío en la misión de Cristo: él espera de todos sus discípulos que den testimonio de su unidad y se comprometan ante las dificultades concretas de la emigración.

§ Evidenciar tanto el carácter dramático de las migraciones y de sus causas debido a nuestros pecados, como el carácter mismo del emigrante que es el nuestro como discípulos de Cristo en esta tierra. Sin condescendencia ni falsa compasión, nos acogemos mutuamente durante esta celebración como hermanos y hermanas en la fe. Tenemos tanto que compartir lo que hace nuestra esperanza en la prueba, y nos maravilla el tesoro de la fe que Dios nos concede: ¿hacia dónde caminará el ecumenismo sin los cambios y diálogos provocados por las migraciones actuales? Nos dejaremos acoger por Cristo, emigrante en esta tierra. En él nuestro camino terreno se transforma en peregrinación fraterna hacia la casa del Padre. Pero tenemos tanto que imitarle para no excluir personalmente el «amor» que el Espíritu Santo deposita en el corazón de los bautizados. Por ello tenemos que entender y comprender sin cesar su llamada, para llegar a ser testigos de su Evangelio haciendo partícipes a los mendigos y a los caminantes de la Buena Noticia, como Ruth por ejemplo lo prefigura a su manera.

Igualmente es deseable resaltar la personalidad de Ruth durante la liturgia de la Palabra. Al comienzo de la misma, el relato del retorno de Ruth con Noemí a Judá t
ras su emigración a Moab junto con su marido oriundo de Belén, podrá introducir otros relatos de migraciones actuales (que son igualmente recomendables tanto en el comienzo como antes de cada intercesión). Las personas presentes podrán descubrir tanto en la vida de Ruth como en su propia vida la confianza en Dios y la llamada a imitar, en el espíritu universal de la revelación bíblica, el amor predilecto de Dios por el extranjero y el pobre.

El Evangelio puede ser escogido de entre las referencias indicadas, pero el relato del envío misionero (Mt 28, 16-20) es aconsejable. Consecuente con el valor de la misión universal en presencia de Cristo el Señor, en el marco de esta celebración ecuménica muy particularmente sensible a los emigrantes, este Evangelio ofrece la ocasión para que la homilía subraye la fuerza que la Buena Noticia tiene de derribar las barreras culturales, sociales, psicológicas y religiosas. La homilía deberá ayudar a comprender que todos somos enviados por Cristo y animar a las Iglesias a iniciar actividades comunes acerca del «extranjero entre nosotros». Qué será del ecumenismo doctrinal, espiritual y práctico hoy, sin el hecho de las poblaciones emigrantes de nuestra época? El camino hacia la unidad se ve estimulado.

No se trata también, en la fidelidad a la doble exigencia de la misión y del ecumenismo, de discernir nuestro prójimo en los hermanos y hermanas de diferentes tradiciones con las que tenemos que obrar a favor del reino de Dios. Estamos llamados a amar a personas diferentes cuando se trata de inmigrantes o cuando la diferencia proviene de una forma de confesar la fe cristiana que se funda en otras tradiciones o prácticas distintas a las nuestras. La unidad de la Iglesia debe estar al servicio de la unidad de los pueblos. En esta perspectiva la liturgia del envío subraya el vínculo del compromiso misionero y del compromiso ecuménico.

Las seis partes de esta celebración pueden ser tomadas como elementos de celebración que se pueden cambiar. Son éstas:

§ El comienzo: celebración de Cristo como luz.

§ La confesión de nuestros pecados y proclamación de la misericordia del Señor.

§ La proclamación de la Palabra de Dios.

§ La proclamación de la fe.
§ La intercesión:
desplazamiento hacia el coro de la iglesia de los representantes de los pueblos y de las Iglesias presentes para la recitación de su emigración, la aportación de sus símbolos, la entrega de la vasija de barro conteniendo la luz, sus intercesiones y las de las comunidades cristianas presentes, su relato sobre su origen, y también sobre su desarrollo, implantación o su exclusión. Estos relatos pueden ser escuchados también al principio de la celebración como forma de acogida o como introducción a la liturgia de la Palabra.

§ El envío: procesión de la asamblea hacia el exterior, signo de la llamada de Cristo al testimonio, precedido de la bendición.

Queda el himno a Cristo Phos hilaron (Oh luz gozosa), y se aconseja que se cante la primera parte, el comienzo, después de haber invocado al Espíritu Santo iluminador antes de la proclamación de la fe (símbolo de Nicea u otro texto de profesión de fe).

Se debe adornar esta celebración con expresiones, cantos y símbolos propios de los pueblos representados. Para tomar el ejemplo de Argentina, es posible darse el símbolo de la paz en español, de ver los lectores y otros participantes revestidos de poncho, de acompañar los cantos por la guitarra, etc.

Esta celebración deberá ser preparada por un equipo ecuménico. Este trabajo deberá ser ocasión de encuentro y oración. Será perjudicial que la celebración se quede en una representación. Al contrario, deberá resaltar un fuerte deseo de profundizar en las relaciones entre cristianos inmigrantes y cristianos de comunidades estables de la región después de un largo tiempo.

DESARROLLO DE LA CELEBRACIÓN ECUMÉNICA

O: Oficiante A: Asamblea L: Lector

1. Comienzo (Se recomienda la celebración vespertina).

Invitación a la oración O: Luz y paz en Jesucristo nuestro Señor.
A: Demos gracias a Dios.
O: Aleluya. Cristo ha resucitado.
A: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Una vasija de barro contiene la luz en un cirio encendido sobre la mesa del altar, o delante de todos, mientras un lector proclama la lectura de 2 Cor 4, 5-6. Algunos miembros de la asamblea avanzan para encender una vela y transmitir a todos la luz.
Cántico
El cántico acompaña el gesto de compartir la luz: el «Sanctus» de Argentina, o un canto sobre el tema de la luz según el repertorio de una comunidad de inmigrantes, u otro canto conocido de la asamblea.
A: Señor, eres luz en las tinieblas, y en tu gran misericordia protégenos de todos los peligros a lo largo de toda nuestra vida terrena. Reaviva en nosotros, en nuestras comunidades, la luz de la fe; que brille en nuestros corazones el conocimiento de tu gloria que está en el rostro de Cristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Himno «Phos hilaron» (se puede elegir este canto para otro lugar, como ya se dijo al comienzo).
Oh Luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste inmortal, santo y feliz Jesucristo. Al llegar el ocaso del sol, contemplando la luz de la tarde, cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu de Dios. Tú eres digno de ser alabado siempre por santas voces. Hijo de Dios, que nos diste la vida, el mundo entero te glorifica.

2. Proclamación de la misericordia de Dios y confesión de los pecados

O: Confesemos nuestros pecados antes Dios y ante la humanidad.
Asamblea, o varios lectores sucesivamente
L: Dios misericordioso, confesamos que hemos pecado contra ti de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Mira y perdona nuestros pecados de división por orgullo, haznos volver hacia nuestros hermanos y hermanas de otros credos, de otras culturas, de otras razas, a quienes hemos oprimido o excluido. Perdona nuestra dejadez y nuestra ceguera ante los problemas de los inmigrantes en nuestro medio.
Los cristianos de diversas confesiones ¿hemos buscado suficientemente formas de testimonio común «por causa de Jesús» para luchar contra los sufrimientos e injusticias de nuestros hermanos y hermanas inmigrantes? Perdona nuestra superficialidad y nuestra comodidad habitual, sin buscar compartir los valores y la fe.
L: No te hemos amado con todo nuestro corazón; no hemos amado a nuestro prójimo como a nosotros mismos. No lo sentimos sinceramente, no nos arrepentimos humildemente. Por el amor de tu Hijo Jesucristo, ten piedad de nosotros y perdónanos, para que podamos agradarte, caminar por tus sendas y llevar una existencia que permita transparentar tu misericordia por la gloria de tu nombre. Amén.
O: El Señor todopoderoso nos conceda misericordia, nos perdone todos nuestros pecados por nuestro Señor Jesucristo, nos fortalezca en toda bondad y, por el poder del Espíritu Santo, nos guarde para la vida eterna. Amén.

3. Proclamación de la Palabra de Dios Antiguo Testamento: Lv 25, 35-43 o Rut 1, 1-18 (cf. Introducción)
Salmo responsorial: Sal 43.
Nuevo Testamento: 2 Cor 4, 5-18 (cf. Introducción)
Aclamación: Aleluya
Evangelio: Mt 28, 16-20 (o Mt 8, 5-13, o Jn 4, 3-15, o Mc 7, 1-9)
Como signo del único Evangelio de Cristo destinado a ser proclamado en todas las lenguas y recibido en todas las culturas, se puede hacer la lectura en la lengua de los inmigrantes presentes.
Aclamación: Aleluya
Homilía (cf Introducción)

4. Proclamación de la fe
O: Dios nuestro, que por Jesucristo, Señor del mundo y de la Iglesia nos llamas a formar un solo cuerpo y a expresar tu amor en la proclamación de una misma fe, te rogamos humildemente:
L: Concédenos luz y fuerza en la fe para vencer las tinieblas del mal que perjudica nuestra u
nidad de fe. Canto de invocación al Espíritu Santo, a elegir
L: Derrama tu amor en nuestros corazones para que podamos conocerte y discernir tu presencia creadora y reconciliadora en la vida de los seres que nos rodean. Canto de invocación
L: Renueva en nosotros el don de tu Espíritu Santo por medio del cual podemos proclamar juntos que Jesús es el Señor. Que cada corazón humano esté atento para suprimir la

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ZENIT Staff

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