«Puntos Corazón»: Una ayuda «materna» a los niños abandonados

Habla su fundador, el padre Thierry de Roucy

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ROMA, lunes, 10 mayo 2004 (ZENIT.org).- Entre las instituciones que han acogido la invitación de Juan Pablo II a salir en ayuda de la infancia abusada, en primera fila se encuentra la obra católica «Puntos Corazón», surgida en 1990.

Esta Asociación Privada de Fieles ofrece a los jóvenes la posibilidad de vivir durante catorce meses (o más), en alguno de los barrios más pobres del mundo donde los niños están particularmente abandonados para llevarles consuelo.

El Papa pidió este domingo acabar con el abuso que constituye el trabajo infantil, pues impide la educación primaria de millones de niños en el mundo, en vísperas del Congreso mundial de niños contra el trabajo infantil, que se celebra en Florencia del 10 al 16 de mayo (Cf. Zenit, 9 de mayo de 2004).

Para comprender mejor cómo asiste a la infancia abandonada «Puntos Corazón», obra surgida en 1990 y presente ya en África, América, Asia y Europa, Zenit ha entrevistado al fundador, el padre Thierry de Roucy.

–¿Por qué fundó «Puntos Corazón»?

–Padre T. de Roucy : En enero de 1990, siendo superior general de mi Congregación, los Servidores de Jesús y María, mientras rezaba el rosario con mis hermanos, recibí de repente el llamado a fundar una obra de compasión y consuelo, una obra más bien contemplativa en su manera de concebir la realidad y la ayuda, una obra diferente a muchas de las organizaciones no gubernamentales que hoy existen. Desde esta perspectiva, percibí varios elementos: esta obra no sería una congregación religiosa «clásica», sino más bien una asociación que enviaría jóvenes durante uno o dos años en un lugar en el que los niños tuvieran necesidad de apoyo espiritual, afectivo, psicológico…, en definitiva, un apoyo «maternal».

Sentí también que la misión de esta obra debía estar fundada verdaderamente sobre la vida de oración y adoración de los jóvenes que participaran y que su estancia en los «Puntos Corazón» sería para ellos como un retiro de uno o dos años. En resumidas cuentas, me daba la impresión que nuestros voluntarios tendrían el lugar de María al pie de todos los crucificados de hoy y que podrían mirarles, amarles, alentarles en sus pruebas, y dar un sentido a su vida. Una misión que podría parecer poco eficaz a los ojos del mundo, pero, en definitiva, la misión de María al lado de Jesús…

–¿Cómo reaccionan los jóvenes después de haber pasado un tiempo en «Puntos Corazón»?

–Padre T. de Roucy : Después de dos o tres meses, muchos me escriben para decirme: «Padre Thierry, creo que equivoqué. Yo pensaba dar más de lo que podía recibir de nuestros vecinos, pero es lo contrario. Nuestros amigos nos dan mucho más. Esta experiencia me enriquece como nunca me hubiera imaginado».

Uno de los grandes principios de «Puntos Corazón» es la frase de san Vicente de Paúl: «los pobres son nuestros maestros». En la civilización contemporánea, los pobres nos recuerdan que lo esencial de la vida humana son las relaciones, que la fe no es una especie de creencia en un principio abstracto, sino que es una vida cotidiana con Dios, que se manifiesta en confianza en él en cada momento y que nos invita a caminar sobre las aguas sin miedo.

En estos barrios, en los que hay tanto sufrimiento, se percibe de manera casi sensible que la gracia es un don constante para apoyar a estas personas. En estos quince años he experimentado de manera sorprendente la presencia de la gracia divina. Es imposible vivir lo que viven nuestros amigos en las favelas o en los barrios de miseria si Alguien no les fortalece hora tras hora, día tras día, y no les permite superar todas las pruebas que les afligen, como la muerte sucesiva de los hijos en el caso de las mamás, la violencia omnipresente, la inseguridad, el miedo ante el mañana…

Si Dios no estuviera ahí para dar a tantas personas heridas por la vida la gracia de una sonrisa, la fuerza de la esperanza, no sé cómo podrían soportarlo… De hecho, en más de una ocasión, he tenido la feliz oportunidad de encontrarme con personas encarceladas durante mucho tiempo a causa de su fe y me han dicho: «Los años que he pasado en la cárcel son indudablemente los mejores de mi vida». Sin Dios, ¿cómo es posible explicar estos testimonios?

–¿Qué es un «Punto Corazón»?

–Padre T. de Roucy : Un «Punto Corazón» es una pequeña casa en la que vive una comunidad de «amigos de los niños» (nombre que se da a los voluntarios de esta asociación). En cada una de ellas, hay una pequeña capilla con la presencia del Santísimo Sacramento. Incluso en las localidades en las que no se da la costumbre de confiar la Presencia real a jóvenes católicos, los obispos siempre nos han dado su autorización.

Hay una habitación o dos para las chicas, de una parte, y una habitación o dos para los chicos, por otra. Cada «Punto Corazón» posee, además, una habitación en la que simplemente acogemos a las personas que vienen a vernos.

La mañana se dedica especialmente a la vida comunitaria en casa (compras, preparación de la comida, lavar la ropa…), la oración y el estudio. En la tarde, los jóvenes salen para encontrarse con las personas del barrio; otros se quedan para acoger a los que vienen al «Punto Corazón».

–¿Tienen momentos de oración particulares?

–Padre T. de Roucy : Sí. En la mañana, los «amigos de los niños» rezan los Laudes, y al final de la tarde las Vísperas, y en la noche las Completas, durante las que se piden perdón mutuamente por las faltas cometidas en la jornada. Participan en la misa de su iglesia parroquial. Por turnos, pasan cada mañana una hora de oración ante el Santísimo Sacramento. Con frecuencia, las personas del barrio vienen a rezar con ellos. Al inicio de la tarde, rezan el Rosario. Es la oración en la que más gente del barrio participa. Los «amigos de los niños» la aprovechan en ocasiones para impartir una pequeña catequesis a nuestros vecinos sobre los misterios del Rosario.

–¿Cómo ayudan concretamente los «Puntos Corazón» a esas personas?

–Padre T. de Roucy : La mayoría de los servicios que ofrecen yo diría que son de carácter «maternal». En los barrios en los que nos encontramos, los padres de familia en general están ausentes. Las madres tienen muchísimo trabajo y una misión que les sobrepasa. Se ocupan sobre todo del hijo más pequeño o de los últimos, y los demás quedan a la merced de ellos mismos. De este modo, con frecuencia, no hay nadie que les inscriba en la escuela. No hay nadie que se ocupe de sus vestidos o de su estado de salud. No hay nadie que les escuche. Si tienen demasiada hambre, entonces vienen a vernos, o si están enfermos, o si tienen la camisa rota. En el Líbano, los niños vienen con frecuencia para hacer los deberes de la escuela, pues no tienen una mesa donde trabajar en sus casas o a nadie que les ayude.

Con frecuencia, simplemente estos niños vienen para contarnos su vida. Nos sentamos con los pequeños para que nos cuenten lo que han hecho ese día, como les gusta hacer a todos los niños del mundo. En nuestros barrios hay muchos acontecimientos trágicos que nos obligan a salir en su ayuda. Niños que mueren muy pequeños de manera brutal: vamos a consolar a su familia y a sus amigos. Madres que dan a luz solas. Ancianos que agonizan. Peleas. Un día, en una pelea entre un padre y una madre, se tiraron la televisión a la cabeza, y el niño quedó aplastado por ella. Su hermano mayor nos llamó y fuimos a liberarle. Se trata de mil servicios. Además, tratamos de poner en relación a nuestros amigos con otras organizaciones no gubernamentales para que puedan beneficiarse de la ayuda que ofrecen.

–¿No t
ienen miedo de enviar a jóvenes en barrios peligrosos?

–Padre T. de Roucy : Si, claro que sí, en ocasiones tengo mucho miedo, pues además nos sentimos muy cerca de cada uno de los «amigos de los niños» que enviamos en misión. Pero me he dado cuenta mil veces de que estos jóvenes, cuando se encuentran en una situación particular, tienen verdaderamente una gracia de estado para cumplir su misión. Están misteriosamente protegidos. Sus padres les ven en ocasiones con niños grandes –¡es normal!–, pero nosotros les consideramos verdaderamente como adultos, pues les vemos afrontar las situaciones con una sabiduría y una generosidad que nos sorprenden.

Además, hay algo increíble: la población protege a estos jóvenes. Realmente quieren a los «amigos de los niños». En varias ocasiones, sus vecinos me han dicho: «No se preocupe por sus jóvenes. ¡Nosotros cuidamos de ellos!». El mundo funciona al revés. En Haití, por ejemplo, cuando tuvieron lugar los primeros actos de violencia, las personas de Cabo Haitiano seguían con mucha atención lo que le pasaba al «Punto Corazón». Cuando decidimos irnos, nuestros amigos se sentían tranquilizados. Tenían demasiado miedo de que a los jóvenes les pasara algo.

–Cuando llegan a un barrio nuevo, ¿cómo se presentan ante la población?

–Padre T. de Roucy: A decir verdad, no nos presentamos mucho. En los países de América Latina, donde la gente vive sobre todo en la calle, la gente descubre muy rápidamente la razón de nuestra presencia. En el nacimiento de un «Punto Corazón», la mayoría de las veces hay un obispo, un misionero, un diplomático que nos llama, y tenemos que optar, pues recibimos al menos una petición al año. Si creemos que podemos responder a esta petición para fundar una casa en un barrio, yo mismo o un miembro de la asociación vamos a pasar un período de tiempo en ese lugar. La persona que nos ha invitado nos pone en contacto con algunas parroquias en las que podríamos implantarnos, y tratamos de encontrar la casa que nos parece más apropiada en el barrio. Después, llega un pequeño equipo de jóvenes con una persona de la asociación más experimentada. El párroco, que en general ya ha advertido a los parroquianos de nuestra llegada, no tarda en presentarnos.

Me acuerdo, por ejemplo, de lo que sucedió en el Líbano. Nuestro párroco, organizó un procesión desde la iglesia hasta nuestra casa, con un gran icono de la Virgen. Detrás iban los jóvenes del «Punto Corazón», y después toda la población que nos acompañó hasta nuestra casa. Toda la gente del barrio pudo ver que formábamos parte de la Iglesia católica, y el párroco explicó por qué estábamos allí.

–¿Cuántos jóvenes viven actualmente en «Puntos Corazón»?

–Padre T. de Roucy : Entre 160 y 170. Desde la fundación de la asociación, unos mil jóvenes se han comprometido en este servicio durante más de un año. La mitad, más o menos, procede de Francia, los demás de más de veinte países diferentes, de Europa, pero también de América Latina y de Asia.

[La segunda parte de esta entrevista será publicada el 11 de mayo]

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ZENIT Staff

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