¿Qué decir al final de la vida?

Manuel Zuní­n, Observatorio de Bioética Universidad Católica de Valencia

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Ante un enfermo terminal que no ha respondido a los tratamientos y la muerte se presenta irreversible, es necesario respetar los derechos que la persona enferma tiene de conocer su situación. A veces esta comunicación al enfermo resulta difícil, la sociedad actual no ayuda a estar preparados ante esta última instancia que todos pasaremos en algún momento. La muerte es presentada como una sombra al estado de bienestar por lo que es mejor no pensar en ella.

Ante la enfermedad terminal de un ser querido, el sentimiento de evitarle sufrimientos adicionales, puede hacer dudar sobre el momento adecuado para informar al paciente de su situación. La tentación frecuente es la de aplazarlo, lo que no parece ético, salvo que el paciente haya expresado su voluntad explícitamente.

Los propios médicos y profesionales de la medicina, muchas veces, ven en la muerte del paciente una derrota. Cuando se llega a la inminencia de la muerte del paciente, se comunica frecuentemente, “el paciente no ha respondido a los tratamientos”, pero casi nunca, “el tratamiento no fue eficaz” o “todos los medios que usamos no fueron capaces de evitar la muerte”. Veamos lo que dice un reconocido intensivista que critica esta actitud de los médicos y de las instituciones hospitalarias ante el enfermo incurable.

Interrogado por el New York Time, el Dr. Stephen Workman, internista en el Queen Elizabeth II del Health Sciences Center en Halifax, Nova Scotia, respondió en el artículo publicado el 14 de diciembre de 2011: “El sistema hospitalario está orientado a la intervención. La forma de expresarse de la medicina y el lenguaje de los doctores está basado en la premisa de que podemos identificar el problema y solucionarlo. Cuando llega el momento de decir que esto no ha sido posible y no se ha podido vencer la enfermedad, el médico, frecuentemente, trata de evitar reconocerlo ante el paciente y sus familiares.

“Si los médicos superan su creencia de que pueden curar a todo el mundo y reconocen a tiempo y en forma que la persona está muriendo o en riesgo de morir, porque los recursos terapéuticos se han agotado, la relación con el paciente y sus familiares se torna más racional, humana y compasiva.” Y añade: “Siempre estamos luchando contra las expectativas. Siempre puede hacerse algo más; siempre hay otra prueba y otro tratamiento». 

Es importante dejar que la gente sepa cuando prevemos muerte. Cuando veo pacientes que creo que corren el riesgo de morir, digo a la familia y al paciente, ‘que podría morir durante este ingreso en el hospital. ¿Es algo que han estado pensando?’. Cuando se planta la semilla que la muerte puede ser el resultado de ese ingreso en el hospital, el paciente y sus familiares entienden mejor su situación, muestran más aceptación ante las diferentes instancias del tratamiento. Inicialmente pueden quedar muy sorprendidos: ‘Dios mío, no pensé que estaba tan enfermo’. Las personas necesitan tiempo para asimilarlo, y así se evita el shock de decirles en la Unidad de Cuidados Intensivos que es el momento de apagar el ventilador. Si se apoyan y atienden  sus necesidades, la mayoría de los pacientes y las familias aceptan mejor esta última decisión”. Sin mencionar las indudables ventajas de una ayuda espiritual que, en muchas casos, ofrecérsela puede ser una grave obligación de conciencia.

Continua el entrevistado afirmando: “Si no puedo hablar abiertamente acerca de la posibilidad de morir, ¿cómo pueden mis pacientes y sus familiares enfrentar adecuadamente este trance?”

Respondiendo a la pregunta: ‘¿Por qué usted desaprueba los enfoques más frecuentes que hacen que los médicos se limiten a decir que el paciente está mal o gravemente enfermo?”, afirma, “Estas afirmaciones no faltan a la verdad. Pero si dices, «tu padre puede morir», se obtiene una respuesta diferente, preparando a la persona para hacer frente a las secuelas, las lágrimas y el dolor y la angustia ante la eventualidad de la muerte.”

“Intentar evitar hablar de la muerte es como querer hacer cirugía pero no querer ver al paciente sangrando. Si no enfrento la incomodidad de ver a alguien llorar, no seré capaz de dar buenos cuidados al final de la vida, y dar una atención eficaz, compasiva y honesta.”

Un aspecto central de esta entrevista, en nuestra opinión, es que el doctor Workman prefiere decir a las familias que el tratamiento no ha sido eficaz, y reconocer su responsabilidad, al afirmar, “Tenemos que reconocer la impotencia de nuestros intentos en algún momento. ‘El paciente está muriendo a pesar de nuestros mejores esfuerzos’. Dejando claro que el tratamiento ha fracasado, hemos intentado todos los medios y no podemos salvarlo, lo que la gente comprende.”

A la pregunta de por qué se opone a la clásica afirmación «El paciente no responde al tratamiento.» Workman responde, “Porque se está desplazando la responsabilidad. ‘El paciente no ha podido responder. ¡Ese paciente travieso!’ Como si un buen paciente hubiera reaccionado diferente. Prefiero decir, ‘nuestros tratamientos no funcionan’. Pone la responsabilidad sobre mí.

Vamos a reconocer que el cuerpo humano es increíblemente complejo y nuestros tratamientos son sencillos y sólo funcionan a veces. El problema no es el paciente; es nuestra tecnología. Vamos a ser más humildes.”

En relación con este tema, que muchas veces se presenta inesperadamente, nos parece conveniente referirnos a la opinión de la Iglesia Católica, la fuente más experimentada cuando se trata de dar una respuesta humana ante la inminencia de la muerte. Citamos “La carta del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios” [i] afirma, en el apartado 125, “Decirle a quien está en el momento de la partida suprema la verdad sobre el diagnóstico y el pronóstico, y en general a cuantos padecen una enfermedad incurable, plantea un problema de comunicación».

La cercanía de la muerte hace difícil y dramática la notificación, pero no exime de la veracidad. La comunicación entre el que está muriendo y sus asistentes no puede establecerse sobre el fingimiento. Éste jamás constituye una posibilidad humana para quien se halla en el final de su vida y no contribuye a la humanización del morir.

Existe un derecho de la persona a estar informada sobre su propio estado de vida. Este derecho no disminuye ni se excluye en presencia de un diagnóstico de enfermedad que conduce a la muerte, sino que encuentra motivaciones ulteriores.

A tal información, en efecto, están vinculadas importantes e indelegables responsabilidades. Aquí se ubican las responsabilidades ligadas a las terapias a seguir con el consentimiento informado del paciente.

La aproximación de la muerte lleva consigo la responsabilidad de cumplir determinados deberes que miran las relaciones propias con la familia, el ordenamiento de eventuales cuestiones profesionales, la resolución de asuntos pendientes con terceros. Para un creyente la cercanía de la muerte exige la disposición a determinados actos que se han de realizar con plena conciencia, especialmente el encuentro reconciliador con Dios en el sacramento de la penitencia.

No se puede abandonar la persona al desconocimiento en la «hora» decisiva de su vida, substrayéndola de sí misma y de su última y más importante decisión. ‘La muerte representa un momento demasiado esencial para que su perspectiva sea evitada’ [ii]«

Creemos que se está haciendo mucho para humanizar la medicina y mejorar los tratamientos paliativos, pero si no vencemos ese temor a hablar de la muert
e oportunamente, los logros obtenidos en este campo se verán gravemente comprometidos.

Observatorio de Bioética UCV

[i] Carta de los Agentes Sanitarios – Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios
Aprobada por la Congregación para la Doctrina de la Fe
Fuente: Bioeticaweb
Lengua original: Italiano
Copyright del original: No consta
Traducción castellana: Santa Sede
Copyright de la traducción castellana: No consta
Fecha: 1995
Comprobado el 30 de abril de 2003

[ii]Cf. Pont. Cons. «Cor Unum», Algunas cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos, 27 julio 1981, en Enchiridion Vaticanum, 7. Documento oficial de la Santa Sede 1980-1981. EDB, Bologna 1985, 1159, n. 6.1.1. «La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, y el fin del tiempo de la gracia y de la misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino» (CEC 1013). 

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Manuel Zunín

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