¿Qué implica la contemplación Eucarística? El predicador del Papa responde

En su primera meditación de Adviento ante Juan Pablo II y la Curia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 3 diciembre 2004 (ZENIT.org).- Lejos de todo quietismo, la contemplación eucarística permite a la gracia recibida en los sacramentos «plasmar nuestro universo interior» y «asimilar los pensamientos y sentimientos de Cristo», constató este viernes el predicador de la Casa Pontifica ante el Papa.

En respuesta a la convocatoria de Juan Pablo II del Año Eucarístico, y tras los pasos del himno «Adoro te devote», el padre Raniero Cantalamessa OFM Cap propuso en su primera predicación de Adviento –en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico–, ante el Santo Padre y sus colaboradores de la Curia, una reflexión sobre el alcance de la contemplación del Santísimo Sacramento.

Ya en la primera estrofa del himno, «Adoro te devote, latens Deitas» –«Te adoro con devoción, Divinidad oculta»–, «la verdad teológica evocada se refiere al modo de presencia de Cristo en las especies eucarísticas»; «quiere decir: estás escondido, pero estás verdaderamente», y «quiere decir también: estás verdaderamente, pero escondido», dijo.

«A la afirmación de la presencia real, si bien escondida, de Cristo en el pan y en el vino el orante responde derritiéndose literalmente en devota adoración y arrastrando consigo, en el mismo movimiento, las innumerables formaciones de almas que durante más de medio milenio han orado con estas palabras», constató.

«Adoro», la «palabra con la que se abre el himno es por sí sola una profesión de fe en la identidad entre cuerpo eucarístico y el cuerpo histórico de Cristo»; gracias a esta «identidad de hecho y a la unión hipostática en Cristo entre humanidad y divinidad» «podemos estar en adoración ante la hostia consagrada sin pecar de idolatría», advirtió.

«Pero, ¿en qué consiste exactamente y cómo se manifiesta la adoración?» –preguntó el padre Cantalamessa–: «Puede estar preparada por prolongada reflexión, pero termina con una intuición»: «es como un rayo de luz en la noche», «la luz de la realidad»; «es la percepción de la grandeza, majestad, belleza, y a la vez de la bondad de Dios y de su presencia lo que quita la respiración. Es una especie de naufragio en el océano sin orillas y sin fondo de la majestad de Dios».

«Una expresión de adoración, más eficaz que cualquier palabra, es el silencio», añadió el predicador del Papa.

En el himno, «el sentido de la adoración está reforzado, por el de la devoción –«adoro te devote»–, un término que en la Edad Media «no quiere significar las prácticas exteriores, sino las disposiciones profundas de corazón», de forma que para santo Tomás de Aquino «consiste en la prontitud y disponibilidad de la voluntad para ofrecerse a sí misma a Dios que se expresa en un servicio sin reservas y pleno de fervor», o bien –apuntó el padre Cantalamessa–, «disponibilidad total y amorosa a hacer la voluntad de Dios».

«Al contemplarte todo se rinde», dice después el himno. Además de razones teológicas, los hechos y los testimonios expresan la importancia de la contemplación eucarística: «innumerables almas han alcanzado la santidad practicándola y está demostrada la contribución decisiva que ésta ha dado a la experiencia mística», recordó el predicador del Papa.

De hecho, la contemplación –aclaró– «es un modo para permitir a la gracia, recibida en los sacramentos, plasmar nuestro universo interior, esto es, los pensamientos, los afectos, la voluntad, la memoria».

«La contemplación eucarística es todo menos indulgencia al quietismo», puntualizó. Y es que «permaneciendo prolongadamente y con fe, no necesariamente con fervor sensible, ante el Santísimo asimilamos los pensamientos y los sentimientos de Cristo, por vía no discursiva, sino intuitiva».

A quien se contempla es «a Cristo realmente presente en la hostia», pero no se trata de «una presencia estática e inerte», sino que «indica todo el misterio de Cristo, la persona y la obra» –subrayó el religioso–; por ello la contemplación «es volver a escuchar silenciosamente el Evangelio o una frase suya en presencia del autor mismo del Evangelio que da a la palabra una fuerza e inmediatez particular».

«Estar en contemplación eucarística significa» «concretamente, establecer un contacto de corazón a corazón con Jesús presente realmente en la Hostia y, a través de él, elevarse al Padre en el Espíritu Santo»; «es mirar a quien me mira», describió.

Y así como «en la meditación prevalece la búsqueda de la verdad, en la contemplación, en cambio, el gozo de la Verdad encontrada».

Esta fase de contemplación es la descrita por en el «Adoro te devote» cuando afirma: te contemplans totum deficit, al contemplarte todo se rinde. «Pero ¿qué se rinde?», interrogó el padre Cantalamessa: «No sólo el mundo exterior, las personas, las cosas, sino también el mundo interior de los pensamientos, de las imágenes, de las preocupaciones», respondió.

Es lo que Blaise Pascal (1623-1662), describiendo una experiencia similar, calificaba como «olvido de todo excepto de Dios», añadió.

«Sucede como en el proceso de fotosíntesis de las plantas –comparó–. En primavera brotan de las ramas las hojas verdes; éstas absorben de la atmósfera ciertos elementos que, bajo la acción de la luz solar, se «fijan» y transforman en alimento de la planta».

«¡Tenemos que ser como esas hojas verdes! –sugirió al Papa y a sus colaboradores– Son un símbolo de las almas eucarísticas que, contemplando el «sol de justicia» que es Cristo, «fijan» el alimento que es el Espíritu Santo mismo, en beneficio de todo el gran árbol que es la Iglesia».

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ZENIT Staff

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