«Que nuestra solidaridad llegue a ser auténtica virtud moral»

Editorial de monseñor Fernando María Bargalló en el Día de la Solidaridad

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BUENOS AIRES viernes, 31 agosto 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el editorial que ha publicado monseñor Fernando María Bargalló, obispo de Merlo-Moreno, presidente de Cáritas Argentina en «Huellas de Esperanza».

* * *

Hace ya algunos años que, en nuestro país celebramos, el 26 de agosto, el Día de la Solidaridad. ¿Por qué esa fecha? Es importante señalarlo: porque fue justamente un 26 de agosto el día que nació la Madre Teresa de Calcuta quien, más allá de su fe y consagración particular a Dios, es reconocida por todos como modelo indiscutible de servicio y amor solidario al prójimo. Recoger su testimonio nos interpela siempre. De ella aprendemos que «para que el amor sea verdadero, nos debe costar; nos debe doler, nos debe vaciar de nosotros mismos».

En Cáritas no queremos que este día pase como un día más. Pues queremos vivir el amor, asumimos el camino de la solidaridad como un modo bien concreto de hacer carne en nosotros esa responsabilidad amorosa por los demás a la que Jesús nos invita siempre. Es verdad que la fe, como a la Madre Teresa, nos regala una mirada tal sobre los «otros» que nos permite reconocer en cada pobre y enfermo, en cada herido al borde del camino, a un hermano o hermana en Cristo Jesús. Pero también es verdad que esa fe asume y plenifica el hecho bien humano de sabernos todos y todas «entreverados» en la misma humanidad. Y por lo tanto, corresponsables en construir un modelo de convivencia que, cimentado en el profundo respeto y compromiso por la vida de cada uno, incluya a todos.

Por partida doble, entonces, por la fe que nos anima y por pertenecer a la misma y única humanidad, la sufriente realidad de muchísimos hermanos nos interpela y compromete cada vez más a ser testimonio de una solidaridad concreta. Una solidaridad que se expresará de maneras diversas. A veces, asociándonos circunstancial e individualmente con alguna ayuda particular a quienes les toca vivir situaciones puntuales de padecimiento, tales como la enfermedad, el abandono de la familia, o emergencias y desastres naturales. Otras, organizando cuidadosa e institucionalmente los mejores canales para que la generosidad de la comunidad llegue a quienes esperan y necesitan su gesto fraterno de cercanía y aliento.

Pero el modo más hondo de la solidaridad lo alcanzaremos cuando ella llegue a ser en cada uno de nosotros, tal como decía Juan Pablo II en «Sollicitudo rei socialis», una auténtica virtud moral: «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos». En este sentido nos llevará a estudiar, analizar y denunciar las causas que provocan tanta pobreza y exclusión, y generar mayor conciencia social de lo que acontece en nuestra realidad. Pero no solamente al modo de quien hace «causa» con los pobres y excluidos sino en virtud de esa relación personal, fraterna y solidaria, que ha de brotar siempre por el simple hecho de ser miembros de la misma familia humana. La virtud de la solidaridad nos fortalecerá, sobre todo, en la capacidad de reconocer y valorar la dignidad compartida, alentando ese «estar con» el otro, el prójimo, el hermano, compartiendo el mismo destino y llegando a vivir como propias sus dolencias y necesidades.

En el mundo de hoy, el individualismo es cada vez más fuerte. Su tesis de fondo es que el individuo se puede realizar, puede ser feliz (tener cosas, gozar de la vida…) sin los demás. No sólo persigue una quimera sino que es profundamente inhumano. Por eso es tan importante que tomemos conciencia de que nuestra acción personal, incluso la más humilde y discreta, en la medida en que reafirma el modo fraternal y comunitario de convivencia, es un aporte precioso al crecimiento de los vínculos y solidaridad en toda la comunidad.

Que la Virgen María, que vivió, y vive hoy en la bienaventuranza, con un corazón abierto al servicio de los demás sea la luz que guíe e ilumine nuestro caminar.

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ZENIT Staff

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