¿Qué se espera el Papa para el Año de la Vida consagrada?

En una carta a los religiosos del mundo, Francisco indica objetivos y expectativas para este «Año de gracia» que inicia el 30 de noviembre y concluye el 2 de febrero de 2016

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El Papa, como sucesor de Pedro, escribe a todos los religiosos y religiosas del mundo, en ocasión del Año de la Vida Consagrada que inicia el próximo 30 de noviembre y termina el 2 de febrero de 2016. Pero se dirige a ellos como «hermano», «consagrado a Dios como vosotros», en la carta  escrita el 21 de noviembre y publicada hoy.

Una misiva larga y articulada, en la que el Papa ofrece ideas e indicaciones para vivir este Año, proclamado en ocasión del 50 aniversario de la Constitución dogmática Lumen gentium  sobre la Iglesia y del Decreto Perfectae caritatis. En ella, Francisco indica también los objetivos que tal iniciativa propone, los mismo -escribe- ya indicados por san Juan Pablo II a la Iglesia de tercer milenio en la exhortación post-sinodal Vita consacrata.

Los objetivos

Para vivir plenamente este Año, afirma el Santo Padre, es necesario mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar con esperanza el futuro.

El pasado no para «hacer arqueología o cultivar nostalgias inútiles» sino para recordar los propios inicios «es un modo de mantener viva la identidad» y fortalecer la unidad de la familia. Y es un modo también para descubrir «incoherencias, fruto de las debilidades humanas, a veces quizá también el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma», conscientes sin embargo que «todo es instructivo e junto se convierte en llamamiento a la conversión».

Observar el presente es útil sin embargo para entender si el Evangelio es realmente el vademecum para la vida y las elecciones de cada día, explica el Santo Padre. Porque «no basta leerlo (lectura y estudia son de extrema importancia), no basta meditarlo (y lo hacemos con alegría cada día). Jesús nos pide actuar, vivir sus palabras. Además, prosigue el Pontífice, "el Año de la Vida Consagrada nos interroga sobre la fidelidad  a la misión que se nos ha confiado», para debatir si los ministros y las obras cumplidas hasta ahora «responden a cuanto el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores» y «son adecuados para perseguir las finalidades en la sociedad y en la Iglesia de hoy». «vivir el presente con pasión -prosigue Francisco- significa convertirse en expertos de comunión». Y «en una sociedad del enfrentamiento, de la convivencia difícil entre culturas diferentes, de la opresión sobre los más débiles, de las desigualdades», es fundamental mostrar «un modelo concreto de comunidad» que vive en «relaciones fraternas» según «la mística del encuentro».

Hablando del futuro, el Papa enumero las dificultades a las que enfrenta la vida consagrada: la disminución de las vocaciones y el envejecimiento, los problemas económicos de la crisis financiera mundial, la internacionalización y la globalización, el relativismo, la marginación, la irrelevancia social… Aún así, afirma, «precisamente en estas incertidumbres actúa nuestra esperanza». Una esperanza que «no se funda en número u obras, sino en Aquel en el hemos puesto nuestra confianza y para el que nada es imposible». Por eso, recomienda el Pontífice, «no cedáis a las tentaciones de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas». La invitación va sobre todo a los jóvenes que son el «presente», porque ofrecen «una contribución determinante con la frescura y la generosidad» de su elección, y al mismo tiempo el futuro «por pronto seréis llamados a tomar en vuestras manos la guía de la animación, de la formación, del servicio, de la misión».

Las expectativas

En la segunda parte de la carta, el Obispo de Roma inicia con una pregunta: «¿Qué me espero en particular de este Año de gracia de la Vida consagrada?» Sobre todo, escribe, «que sea siempre verdadero que donde hay religiosos hay alegría». Esto significa que «estamos llamados a mostrar

que Dios es capaz de colmar nuestro corazón y de hacernos felices, sin necesidad de buscar más allá nuestra felicidad». Y que tal alegría se alimente con «la auténtica fraternidad vivida en nuestra comunidad» y con el «don total en el servicio de la Iglesia, de las familias, de los jóvenes, de los ancianos, de los pobres».

«Que entre nosotros no se vean rostros tristes, personas descontentas e insatisfechas», recomienda el Papa. Cierto -admite- «también nosotros, como todos los otros hombres y mujeres, tenemos dificultades, noches del espíritu, desilusiones, enfermedades, pérdida de las fuerzas debido a la vejez». Precisamente en esto es necesario encontrar la «perfecta alegría» de forma que «en una sociedad que ostenta el culto de la eficiencia, de la salud, del éxito», se pueden concretizar las palabras de san Pablo: «Cuando soy débil, es entonces que soy fuerte».

No olvidemos que «la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción», recuerda Francisco citando la Evangelii gaudium. Por tanto «la vida consagrada no crece si organizamos campañas vocacionales bonitas, sino si los jóvenes que nos ven se siente atraídos por nosotros, si nos ven hombre y mujeres felices».

Con esta misma alegría los consagrados están llamados a «despertar el mundo» y a ser «profetas». En tal perspectiva, monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, ciudadelas, escuelas, hospitales, casas-familia, deben convertirse cada vez más en «la levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio».

De nuevo, un llamamiento a la «comunión» que se ejercita sobre todo dentro de las respectivas comunidades del Instituto. Aquí -subraya el Pontífice- actitudes como críticas, chismes, envidias, celos, antagonismos «no tienen el derecho de habitar». Mientras tienen plena residencia la acogida y la atención recíproca, la comunión de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna y el respeto de las personas más débiles».

Considerada dentro del propio Instituto, tal comunión se abre después al exterior, teniendo en cuenta sobre todo la relación entre personas de culturas diferentes y  el de con miembros de distintos Institutos. «¿No podría ser este Año la ocasión para salir con mayor valentía de los confines de los propios Institutos para elaborar juntos, a nivel local y global, proyectos comunes de formación, de evangelización, de intervenciones sociales?», sugiere Francisco. De esta forma nos preservaríamos «de la enfermedad de la autoreferencialidad».

La invitación, por tanto, es la típicamente ‘bergogliana’: Salir de sí mismo para ir a las periferias existenciales. Porque «hay una humanidad entera que espera»: personas que «han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes a los que se les embarga cualquier futuro, enfermos y ancianos abandonados, ricos saciados de bienes y con vacío en el corazón, hombres y mujeres en búsqueda del sentido de la vida, sediento de lo divino…».

Frente a tal enfrentamiento generalizado no nos podemos dejar «asfixiar por las pequeñas riñas de casa» o por los problemas personales. «Estos -asegura el Papa- se resolverán si vais fuera y ayudar a los otros a resolver sus problemas y a anunciar la buena noticia. Encontraréis la vida dando vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando».

Todo esto debe traducirse en gestos concretos «de acogida de los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración». Y también en la «racionalización de las estructuras» y en la «reutilización de las grandes casas a favor de obras que respondan más a las actuales exigencias de la evangelización y de la caridad». 

Los horizonte del Año de la Vida Consagrada

Sobrepasando los confines de los Institutos de vida consagrada, el Papa, en la tercera parte de la carta, se dirige a los laicos que, con los consagrados, «comparten ideales, espíritu, misión». A ellos dirige el ánimo para vivir este Año «como una gracia que puede hace
ros más conscientes del don recibido» para celebrar con toda la «familia». «En algunas ocasiones -escribe el Santo Padre- cuando los consagrados de distintos Institutos se encuentran entre ellos, estar presentes vosotros también como expresión del único don de Dios» para «enriqueceros y apoyaros recíprocamente».

El sucesor de Pedro habla después a todo el pueblo cristiano para que «sea cada vez más consciente del don que es la presencia de tantos consagrados y consagradas, herederos de grandes santos que han hecho la historia del cristianismo».

Este Año debe ser ocasión para expresar gratitud por los «dones recibidos y que aún recibimos» gracias a la santidad de los Fundadores, y para reunirnos al rededor de las personas consagradas, » a gozar con ellos, a compartir sus dificultades, a colaborar con ellos «. «Que sientan vuestro afecto y el calor de todo el pueblo cristiano», recomienda el Papa.

Evidencia también la unión entre familia y vida consagrada, ambas «vocaciones portadoras de riqueza y gracia para todos» espacios de «humanización» y «evangelización». Con humildad, se dirige a los miembros de fraternidad y comunidad pertenecientes a Iglesia de tradición distinta de la católica, que anima con fuerza a participar en las iniciativas propuestas por la Congregación para los Institutos de vida consagrada para que «crezca el conocimiento mutuo, la estima, la colaboración recíproca, de forma que el ecumenismo de la vida consagrada sea de ayuda al más amplio camino hacia la unidad entre todas las Iglesias».

Dos palabras, al finalizar, a los hermanos en el episcopado: «Que este Año sea una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como una capital espiritual que contribuye al bien de todo el cuerpo de Cristo y no solo de las familias religiosas», escribe el Santo Padre.

Concluye, por tanto, exhortando a los pastores de las Iglesias particulares «a una preocupación especial» en el promover los distintos carismas, ya sean los históricos que los nuevos, «apoyando, animando, ayudando en el discernimiento, haciéndoos cercanos con ternura y amor a las situaciones de sufrimiento y de debilidad en las cuales puedan encontrase algunos consagrados». Todo porque «la belleza y la santidad» de la vida consagrada puedan resplandecer en toda la Iglesia».

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Salvatore Cernuzio

Crotone, Italy Bachelor's degree in Communication Sciences, Information and Marketing (2008) and Master's degree in Publishing and Journalism (2010) from LUMSA University of Rome. Vatican Radio. Rome Seven. "Ecclesia in Urbe. Social Communications Office of the Vicariate of Rome. Second place in the Youth category of the second edition of the Giuseppe De Carli Prize for religious information.

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