¿Qué significa ser obispo y misionero en África hoy?

Habla el presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África

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ROMA, 20 oct (ZENIT.org).- Ser misionero en África se ha convertido en una de las vocaciones más peligrosas del planeta. En lo que llevamos del mes de octubre, cuatro misioneros italianos han sido asesinados. Pero los peligros no perdonan tampoco a los obispos, como confiesa uno de los prelados símbolo de este continente, monseñor Laurent Monsengwo Pasinya, presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM).

«Ser obispo y misionero hoy en África se ha convertido en algo muy complicado», dice medio en serio medio en broma en declaraciones a Zenit este arzobispo de Kisangani (República Democrática del Congo) que en medio de la profunda crisis del régimen del presidente Mobutu, a mediados de los años noventa, se convirtió en presidente de la Asamblea Constituyente, pues era la única figura del país capaz de unir a todas las poblaciones, tribus y partidos.

Basta recordar, por ejemplo, el caso de dos de sus amigos, el obispo Augustin Misago, de la diócesis de Gikongoro (Ruanda), a quien el actual régimen quiso condenar arbitrariamente por participación con el genocidio de 1994 (el tribunal de Kigali le absolvió de todas las acusaciones) (Cf. «El Papa recibe al obispo que el Gobierno ruandés quiso condenar a muerte») o el caso de su compatriota, monseñor Emmanuel Kataliko, vicepresidente de la Conferencia Episcopal del Congo, fallecido en días pasados en Roma a causa de un ataque de corazón, a quien las fuerzas que se oponen al actual presidente, Laurent Kabila, habían desterrado de su arquidiócesis, Bukavu (Cf. «Congo: regresa el obispo de Bukavu tras siete meses de exilio»).

Zenit: ¿Qué está pasando? Sucesos de este tipo no se daban antes.

–Monseñor Monsengwo: Ser obispo en África significa afrontar situaciones complejas. Cuando todo va bien, los obispos hacen un trabajo normal de catequesis, una actividad pacífica desempeñada con dinamismo en los campos de la evangelización, de la inculturación, del diálogo, de la justicia y de la paz. Pero, donde hay guerra, entonces se vive con el pueblo. El obispo vive en medio de su gente, tratando de alentarles para que no pierdan la esperanza. En mi caso, por ejemplo, una parte del Congo está ocupada por Uganda y Ruanda y otra parte por Burundi. ¿Qué debe hacer un obispo en estas circunstancias? ¿Cómo tiene que predicar el Evangelio?

El obispo tiene que ser patriota, pero también tiene que ser el pastor de todos, incluso de los soldados ugandeses, ruandeses y burundeses. No niego que en ocasiones se experimenta una tensión entre el sentimiento patriótico y el ministerio del obispo, padre de la Iglesia, maestro de la fe, que tiene que enseñar al pueblo la paz y la reconciliación. El obispo tiene que explicar que los ciudadanos de dos Estados en guerra son hermanos entre sí. Esto no es algo evidente, por lo que el obispo se convierte en signo de contradicción. De este modo, mientras enseña la hermandad y el amor de Dios, que supera los conflictos humanos, se convierte en objeto de críticas, o incluso de ataques, pues debe temperar las reacciones del pueblo.

Zenit: ¿Cuáles son los principios que ustedes siguen en situaciones tan complicadas para estar realmente al servicio de su gente?

–Monseñor Monsengwo: Ante tantas dificultades, tantos miedos, en caso de guerra, el papel del obispo es decisivo para la comunidad humana. Tiene que representar a la Iglesia y ponerse al servicio del pueblo que sufre. La Iglesia ayuda siempre y en todo lugar al que sufre. Lo hace con todos los medios, ya sea con ayudas humanitarias o espirituales. El obispo está al servicio de los necesitados y, por tanto, nuestro mensaje debe ser el de evitar el odio, empujar a los cristianos para que sean hermanos de los demás, alentándoles a convertirse en testigos de la paz.

Sólo cuando los cristianos viven en armonía y reconciliación pueden convertirse en signo de esperanza.

De este modo, el ministerio del obispo se convierte en profético. Las situaciones pueden cambiar, pero el obispo debe ser siempre padre de todos, mantiene su tarea de maestro de la fe que no renuncia nunca a denunciar el mal. El obispo tiene que ser valiente, tiene que hablar cuando los políticos o los que están en guerra quisieran que nos quedáramos callados. Tenemos que hacer escuchar nuestra voz, alentar y ayudar a las poblaciones víctimas de la guerra.

Zenit: Los medios de comunicación describen África como un continente ensangrentado, a la deriva, devastado por guerras, epidemias, carestía alimentaria, subdesarrollo… Sin embargo, los obispos africanos en sus encuentros hablan de signos de esperanza, de resurrección en este continente martirizado. ¿No cree que ustedes son un poco inocentes?

–Monseñor Monsengwo: Los medios de comunicación mundiales dan una imagen más bien negativa de África, pues se concentran sólo en los conflictos que están afectando a Congo, Ruanda, Somalia, Angola, Uganda, Sierra Leona, y Congo Brazzaville. La atención por estos acontecimientos clamorosos hace que todo lo demás se olvide. Cuando las cosas van bien, nadie habla y de África sólo queda la imagen negativa.

Hay muchas cosas buenas que se están haciendo en África, pero esto no les interesa a algunos medios de comunicación. Esta actitud refleja un prejuicio más profundo: «dejémosles en paz, pues son unos salvajes».

Zenit: En este contexto, ¿cómo es la situación de la Iglesia en África?

–Monseñor Monsengwo: Gracias a Dios las vocaciones siguen creciendo. Ahora bien, hay que reconocer que la guerra crea desaliento y un cierto laxitud entre la gente. Es difícil pensar en el futuro. Se vive ocupados en sobrevivir hoy, y no es fácil hacer proyectos. Es difícil vivir en estas situaciones. Por eso, el gran desafío de los obispos, de los misioneros, está en suscitar la esperanza de quien cree en la Resurrección.

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ZENIT Staff

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