Rabino polaco: “Juan Pablo II dio a entender que el antisemitismo es pecado”

Sentido homenaje al papa polaco durante el encuentro interreligioso de Cracovia

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ROMA, miércoles 9 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- «Existe el antisemitismo en Polonia, pero es menos grande de cuanto se pueda imaginar porque el testimonio de Juan Pablo II ha dado la oportunidad de comprender que el antisemitismo es pecado».

Así lo afirmó el pasado lunes en Cracovia el Rabino Jefe de Polonia, Michael Schudrich, durante uno de los paneles del Encuentro internacional por la Paz, con el título «Auschwitz no se puede olvidar».

Este encuentro, en el 70 aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, estaba convocado por el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y antiguo secretario personal de Juan Pablo II, y organizado por la Comunidad de San Egidio.

En él, numerosas personalidades de diferentes religiones y procedencias, quisieron recordar la figura del difunto papa y su legado, en la relación con el judaísmo, en el diálogo ecuménico e interreligioso y en la promoción de la paz.

Para el obispo luterano de Plock (Alemania), Jürgen Johannesdotter, Juan Pablo II «ha sido el buen pastor más allá de los confines de la Iglesia católica y de toda Iglesia cristiana».

Durante su intervención en la mesa redonda «Memoria y profecía: la herencia de Juan Pablo II», el obispo afirmó que este papa «dio testimonio de que no hay paz sin reconciliación ni perdón», y que «incluso enfermo, vivió y dio testimonio de la libertad del Evangelio».

Contra el materialismo

Por su parte, Michel Camdessus, Gobernador honorario del Banco de Francia, comentó que Juan Pablo II «fue un hombre habitado por la historia», que sabía «meditar la historia antigua o reciente en su verdad, acercándola lo más posible, para extraer una lección e iluminar un camino de conversión hacia la civilización del amor».

Camdessus recordó dos encuentros mantenidos con él, en los que trataron sobre el nuevo papel del Fondo Monetario Internacional y sobre el apoyo a los países del Este en su transición, después de 1989, a la economía de mercado.

«Me habló mucho sobre la experiencia de su país – explicó -, de la frustración de sus compatriotas por la debilidad o la impotencia de las grandes democracias frente al surgimiento de los grandes totalitarismos, y sobre todo, la que él llamaba vergonzosa partición de Yalta, que abandonaba a los países del Este a la influencia soviética durante 40 años».

Para el papa polaco, Occidente y las instituciones mundiales debían evitar «las seducciones de otro materialismo, que él encontraba en el consumismo y en el economismo occidentales».

Hombre de Dios

Para el cardenal Crescenzio Sepe, arzobispo de Nápoles, Juan Pablo II fue ante todo un «hombre de Dios» y «padre de una humanidad en busca de sentido», «una humanidad extraviada sobre la que parece haber caído de golpe todo el peso de la historia compleja y trágica del último siglo del milenio».

«Juan Pablo II fue el punto y aparte de un tiempo nuevo. La esperanza a vuelto a respirar entre los hombres», afirmó.

Para el Metropolita ortodoxo Serafim del Patriarcado de Rumanía, «Juan Pablo II fue un verdadero profeta de paz y de unidad entre los hombres» y «abogado de los pobres».

Al mismo tiempo, «se sentía profundamente herido por la división de los cristianos y, a nivel de religiones, por el hecho de que sean a menudo causa de conflictos étnicos o interétnicos, en lugar de ser fuente de paz para las naciones».

«No puedo ocultar aquí la experiencia del Pueblo de Dios en Rumanía, que durante la misa papal en presencia del patriarca Teoctis se puso espontáneamente a gritar: si ¡unidad! ¡unidad! Era un grito profético que los responsables de las Iglesias deben tener siempre en el corazón», recordó.

El comunicador

Franco Sottocornola, responsable del Centro para el Diálogo Interreligioso Shinmeizan (Japón), recordó por su parte el viaje de Juan Pablo II a este país en 1981, cuando durante la actuación de un coro de niños que cantaban canciones polacas, se levantó de improviso y se unió a ellos.

«Esta escena robço el corazón no sólo de los 7.000 jóvenes presentes, sino de los que estaban viendo la televisión y de todo el país», comentó.

En Hiroshima, tras haber visitado el Museo de la Bomba Atómica, dirigió un discurso al mundo entero: «La mayor parte de los japoneses tuvo por primera vez la percepción de la ‘catolicidad’ de la Iglesia y del papel mudial del Obispo de Roma», explicó Sottocornola.

En Nagasaki, el papa presidió la Eucaristía y acogió en la Iglesia a un grupo de «cristianos ocultos», ordenando nuevos sacerdotes y celebrando otros ritos litúrgicos, enteramente en japonés. «Un hecho sorprendente», afirmó.

«Después supe por personas bien informadas que el Santo Padre se había preparado durante meses celebrando la misa en japonés en su capilla privada» – añadió Sottocornola. «Oir al papa hablar en su propia lengua conmovió profundamente a los japoneses».

Por esto se puede decir que Juan Pablo II fue «un maestro en el arte de comunicar con el otro, de hacer sentir al otro en contacto con nosotros» y «un ejemplo de diálogo», concluyó.

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ZENIT Staff

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