Feeding the multitude on a capital of Saint-Nectaire church

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Radicalidad y definición

XXI Domingo Ordinario

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Josué 24, 1-2. 15-17. 18: “Serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios”.

Salmo 33: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”.

Efesios 5, 21-32: “Éste es un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”.

San Juan 6, 55. 60-69: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

           

Serafín realmente está contrariado: “Cambian de partido como cambiar de calzones y nos dejan colgados con el compromiso”, y tiene toda la razón. El dizque “licenciado” que entusiasmó y logró convencer a un gran grupo de campesinos para enrolarse con el nuevo partido, que parecía tan derecho y firme, que los lanzó por nuevas propuestas… a la mera hora “chaqueteó” y se fue con el partido dominante. Y todavía trató de convencerlos de que también ellos se cambiaran pero lo único que logró fue una gran división. Serafín y mucha gente ha quedado hastiada y desilusionada, no quieren saber nada de partidos, ni de política, ni de corrupción. No comprenden que alguien se pueda vender tan fácilmente y que cambie de ideales como si nada. Serafín recuerda con añoranza que “antes la palabra se sostenía y lo que uno prometía lo cumplía aunque no hubiera firmado nada, pero ahora parecemos las hojas de los árboles que se van para donde las jala el viento”.

¿Por qué las palabras de Jesús provocan tan grave crisis entre sus seguidores y sus discípulos? Quizás porque exigen coherencia y compromiso serio. Las multitudes se alejan bruscamente de Él porque después de haber comido esperarían nuevos milagros, pan gratis y nueva vida. Las palabras de Jesús han interrumpido sus sueños de  grandeza cimentados en fórmulas materiales, económicas y militares. “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”. Les parece, y quizás también a nosotros nos parezca intolerancia, la coherencia de Jesús. Pueden admitir injusticias, pueden admitir mentiras y corrupción pero un Cristo hecho alimento, compartido para todos, signo de fraternidad, les parece excesivo. Sobre todo cuando al comer de ese Pan, tendremos que asumir sus mismas cualidades: generosidad, verdad, servicio. Quisiéramos alimentarnos, quisiéramos comulgar, pero solamente para satisfacción personal, sin ningún compromiso. En cambio nosotros condescendemos con situaciones de violencia y de desigualdad, luchamos por sobrevivir aplastando a los demás, sometemos nuestra voluntad y damos reverencia al dinero. Cuando Cristo nos exige una decisión firme y comprometida nos parece intolerante.  Quisiéramos una religión acorde con nuestro mundo de exterioridades, que se adapte a las nuevas formas de “usar y tirar”,  que el día que necesitemos podamos utilizar  esa religión y cuando nos estorbe, la coloquemos olvidada en un rincón. Cristo propone radicalidad y definición, no ambigüedad ni acomodamiento. ¿Será excesiva también para nosotros esta forma de hablar?

El Papa Francisco constantemente denuncia este mundo falso, sin convicciones, sin arriesgar. Sus palabras calan, igual que las de Jesús nos gustan, y sin embargo las dejamos de lado. Este día descubramos la radicalidad del Evangelio y contemplando la entrega de Jesús descubramos que vale la pena seguirlo y asumir sus mismos criterios. Cuando Jesús contempla los rostros azorados y dubitantes de los discípulos, les exige una respuesta concreta y clara. “¿También ustedes quieren dejarme?”. Nada de endulzar su radical entrega, nada de componendas, nada de medianías. No está preguntando sobre aspectos accidentales o pasajeros. Quiere una entrega total y plena de toda nuestra persona, nuestro tiempo, nuestros intereses. Por eso sin tapujos pregunta si su forma de hablar nos escandaliza, si también a nosotros nos parece intolerable. Quizás tengamos que reconocer que algunos aspectos suyos no van muy de acuerdo con nuestro mundo, que ahora es más importante el dinero que las personas, que nos postramos ante el poder, que cedemos ante el placer, que no hay que tomarse tan en serio la religión… al cabo que todas las religiones son iguales… Y le podremos decir muchas otras objeciones, pero al final de cuentas tendremos que responder personal y directamente mirándole a los ojos a su pregunta inquietante: “¿También tú quieres dejarme?”.

El mundo nos presenta muchas tentaciones y hemos caído en ellas, pero después nos descubrimos vacíos y huecos. Quienes alguna vez nos hemos equivocado, quienes hemos vivido en el error, quienes nos hemos extraviado buscando la felicidad en el placer, en el poder o en el dinero, podemos decirle a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos?”, porque regresamos desahuciados de aquellas quimeras. Hemos buscado en muchos lugares que nos prometían felicidad y al final nos hemos encontrado con las manos vacías y con el corazón agrietado. Por eso hoy,  reconociendo nuestros errores, le podremos decir que ya nos hemos equivocado muchas veces y que “sólo Él tiene palabras de vida eterna”. Queremos optar por Jesús, queremos poner los ojos fijos en Él y caminar a su lado. Estamos dispuestos a dejar de lado aquellas seducciones y seguir su camino. Es cierto hay muchas cosas que nos costarán trabajo porque estamos acostumbrados a nuestras comodidades y arreglos, pero esto no nos trae la verdadera felicidad.

Después de escuchar el evangelio, urge que hagamos una verdadera elección. Así como el discurso de Josué (en la primera lectura) exige una definición: “Si no les agrada servir al Señor, digan a quién quieren servir” porque no se puede vivir en ambigüedades,  se nos exige también hoy que demos nuestra palabra. No se puede servir a dos señores y hay que tomar bando: o se está por el Dios de la vida, o bien se opta por seguir a los otros dioses, los ídolos, y hoy hay muchos ídolos que nos seducen y atraen. Se disfrazan de “dioses buenos” pero llevan a la muerte: el poder, el placer, el dinero, el bienestar, la superación, etc. Destruyen la comunidad y acaban con los pequeños; en fin, se oponen al Dios de la vida. Hoy nos parece dura la palabra de Jesús, pero debemos dejar que nos cuestione, que nos interrogue y descubrir qué quiere Dios de mí, qué piensa de mí, cómo me mira Jesús.

Señor, nuestro corazón está sediento de Ti, no lo han saciado las aguas seductoras de mentiras y engaños. Danos tu Palabra de vida eterna. Amén.

 

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Enrique Díaz Díaz

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