Reflexiones de un obispo tras ver «La Pasión» de Mel Gibson

«Nos amó hasta el extremo» (Jun 13,1), afirma monseñor Arteaga, obispo auxiliar de Santiago

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SANTIAGO, martes, 16 marzo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos las reflexiones que ha escrito el obispo auxiliar de Santiago de Chile, monseñor Andrés Arteaga Manieu, después de haber visto la película «La Pasión de Cristo», dirigida por Mel Gibson.

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Hace algunos días fui invitado al pre-estreno de la película «La Pasión», dirigida por Mel Gibson. No desconocía las polémicas ventiladas en la prensa, el éxito de taquilla en sus primeras semanas de estreno, el comentario de los expertos cinematográficos, algunas advertencias dispares sobre su contenido y acerca de su pertinencia. Me asustaba asistir a un espectáculo con fuertes escenas. No fue así, al contrario estoy muy feliz de ir a verla, comprendí por qué en los lugares en que se había expuesto el 76% la recomendaría a un amigo y el 32% la vería de nuevo. Se trata de un tema especialmente delicado y sensible para los creyentes, del núcleo de nuestra fe cristiana. Y de manera sorprendente era tratado con belleza y con verdad.

Tiene belleza y eso lo podrá apreciar quien la vea con ojos abiertos a descubrir profesionalismo en los actores, cuidado en los detalles. Se puede afirmar que hay devoción, incluso piedad y delicadeza en tratar un tema tan complejo y profundo, tan humano y divino. Hay verdad, pues se atienen en sus líneas generales y en muchos detalles a las narraciones evangélicas. Y provoca reflexión, meditación, contemplación de la persona y del misterio de Cristo, de su entrega voluntaria, de su perdón redentor y salvador. No me provocó ningún mal sentimiento, mas bien dolor por el pecado, por mis pecados, gratitud por la redención y sacrificio de Cristo, por el apoyo incondicional de Dios Padre a su Hijo, a todos sus hijos de la humanidad, frente al pecado del mundo. Mueve a escrutar mejor las Escrituras, a conocer más interiormente los evangelios, a celebrar más auténticamente la Eucaristía. Recordando que es una película, ni más ni menos que una película, una forma de arte. De alguna manera, el tema y la forma de plantearlo interpelan al espectador. Uno no queda indiferente. También puede inquietar porque plantea preguntas tan graves y urgentes como el dolor extremo, el sentido de la vida, la traición, el sacrificio, el amor.

Se debe recordar que el núcleo de la película es la cruz y resurrección de Jesús, donde se cumple de una vez para siempre el designio salvífico de Dios (Hebreos 9,26). El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992 por el Santo Padre Juan Pablo II, que es una «norma segura para la enseñanza de la fe», tiene un artículo completo dedicado a comentar aquella afirmación del Símbolo: Jesucristo padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Para quien se interese por ahondar lo que la Iglesia enseña sobre la Pasión, aquí hay un instrumento invaluable. En unas 16 páginas con cientos de referencias de la Escritura, en especial de los escritos evangélicos, se habla de la forma histórica concreta de la Pasión y de su interpretación teológica. Se trata de los números 571 al 630. Al inicio se recuerda que «La fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús que han sido transmitidas fielmente por los Evangelios e iluminadas por otras fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención» (573).

La explicación comienza por situar la relación de Jesús e Israel, su actitud ante la Ley, el Templo y la fe en el Dios único y salvador. Con respecto a su ‘proceso’ se mencionan las divisiones de las autoridades religiosas respecto de Jesús (595-596), señalando claramente que los judíos no son responsables colectivamente de su muerte (597) y que todos los pecadores somos autores de su Pasión (598). Hay una larga exposición sobre cómo se inserta la muerte redentora de Cristo en el designio de salvación de Dios y su ofrecimiento total, libre y voluntario por amor al Padre y por nuestros pecados (599-618). Son parágrafos de un gran contenido bíblico, espiritual y teológico que culminan precisamente con nuestra participación en el sacrificio de Cristo. Termina esta exposición con la sepultura de Jesús. Son páginas que conviene leer antes o después de ver la película, una excelente meditación.

Me impresionaron, entre muchas cosas de la película, la mansedumbre de Jesús ante el sufrimiento, la actitud de la Santísima Virgen María de ternura, fidelidad y compañía del hijo, la traición de Judas, la negación de Pedro, la fidelidad de Juan y de María Magdalena, la sutil presencia del demonio que es definitivamente derrotado, las miradas de Jesús y la que podría ser una «lágrima del Padre» ante la muerte de Jesús. Se podrá discutir si era necesaria tanta carne desagarrada y tanta sangre derramada, pero los Evangelios están allí y Jesús habla precisamente de carne entregada y sangre derramada por nosotros, por todos y por nuestros pecados. Este moderno Via Crucis (camino de la cruz), que es también Via Lucis (camino hacia la luz), puede ayudar a conocer y amar mejor a Jesús, a celebrar más hondamente la Eucaristía, y espero a vivir como dignos discípulos suyos encarnando en la propia vida su mensaje de perdón y compromiso con todos los hoy flagelados y crucificados.

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ZENIT Staff

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