Relación antes de la discusión de Su Beatitud Antonios Naguib

Durante la Primera Congregación del Sínodo

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 11 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la Relación anterior a la discusión pronunciada hoy lunes por la mañana por Su Beatitud Antonios Naguib, Relator general del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio y Patriarca de Alejandría de los Coptos (Egipto).

* * * * *

Santísimo Padre,

Eminencias, Beatitudes, Excelencias,

Hermanos Delegados de las Iglesias Hermanas

y Comunidades Eclesiales,

Queridas hermanas y hermanos, invitados y expertos,

Ante todo agradezco a Su Santidad el Papa por haberme nombrado para el cargo de Relator General de la Asamblea. Es la primera vez que me toca desempeñar un cargo tan notable. Intentaré llevarlo a cabo de la mejor manera posible, contando con la ayuda del Señor y con vuestra indulgencia.

Prólogo

San Lucas refiere en los Hechos que Jesús, en el momento de dejar a los suyos, les dió esta consigna: “Recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8).

Los Apóstoles llevaron a cabo esta misión desde el momento en que recibieron el Espíritu Santo, y comenzaron a anunciar sin temor la Buena Noticia de la vida, la muerte y la resurrección del Señor (cf. Hch 2, 32). El fruto del primer discurso de Pedro fue la conversión y el bautismo de alrededor de tres mil personas; muchas otras lo siguieron. Su vida se transformó de manera radical. “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos” (Hch 4, 32).

Son éstos los acontecimientos fundacionales que han inspirado el tema y los objetivos de nuestra Asamblea Especial para el Oriente Medio del Sínodo de los Obispos: Comunión y testimonio, testimonio comunitario y personal, que surge de una vida arraigada en Cristo y vivificada por el Espíritu Santo. Este ejemplo de la Iglesia apostólica ha sido siempre el modelo para la Iglesia a lo largo de los siglos. Nuestra Asamblea sinodal se propone ayudarnos a retomar ese ideal, para una revisión de vida que nos dé un nuevo ímpetu y una nueva vitalidad, que nos purifique, nos renueve y nos fortalezca.

Hemos recibido de manos del Santo Padre personalmente el Instrumentum laboris de esta Asamblea Especial, en ocasión de su Visita Apostólica a Chipre, como una expresión de su preocupación especial por nuestras Iglesias. La Concelebración Eucarística solemne, presidida ayer por la mañana por Su Santidad es la mejor prueba de la bendición divina sobre esta Asamblea. Seguros de este apoyo, y contando con la ayuda y el acompañamiento de la Virgen Santa, emprendemos nuestra labor con confianza.

Introducción

Todos hemos acogido el anuncio de esta Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos con mucha alegría, entusiasmo, gratitud y fervor. Hemos visto en él la acogida paterna y comprensiva por parte del Santo Padre de una expectativa tan anhelada y la solicitud especial del Obispo de Roma para con nuestras Iglesias, en su calidad de Pastor Supremo de la Iglesia Católica. Ya habíamos experimentado esa atención especial en varias ocasiones y, a menudo, en los discursos y homilías de Su Santidad. En especial la habíamos constatado en sus Viajes Apostólicos a Turquía (2006), luego a Jordania, Israel y Palestina (2009) y, recientemente, a Chipre (2010). Pero la presencia actual del Santo Padre entre nosotros nos trae el amor, la solidaridad, la oración y el apoyo del Sucesor de Pedro, de la Santa Sede y de toda la Iglesia.

Inmediatamente después de que el Santo Padre anunciara el acontecimiento, el 19 de septiembre de 2009, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, junto con el Consejo presinodal de Oriente Medio, preparó en primer lugar el texto de los Lineamenta, luego el del Instrumentum laboris. Éste se basa ante todo en la Sagrada Escritura y se refiere fundamentalmente a los documentos del Concilio Vaticano II, al Código de los Cánones de las Iglesias Orientales y al Código de Derecho Canónico. También se ha dedicado una atención especial a las diez Cartas Pastorales del Consejo de los Patriarcas Católicos de Oriente. Estoy convencido de que la labor ha sido exitosa, a pesar de la urgencia impuesta por el poco tiempo disponible.

En referencia al Instrumentum laboris considero útil indicar los puntos siguientes para que sean profundizados durante nuestros trabajos.

A. LA FINALIDAD DEL SÍNODO (3-6)

El doble objetivo del Sínodo ha sido bien percibido y apreciado por nuestras Iglesias:

1) Confirmar y reforzar a los cristianos en su identidad, gracias a la Palabra de Dios y a los Sacramentos.

2) Reanimar la comunión eclesial entre las Iglesias sui iuris, para que pueda ofrecer un testimonio de vida auténtico y eficaz. En el contexto en que vivimos, la dimensión ecuménica, el diálogo interreligioso y el aspecto misionero son parte integrante de este testimonio.

El documento insiste en la necesidad y la importancia de que los Padres Sinodales proporcionen a los cristianos de nuestros países las razones de su presencia, para confirmarlos en su misión de ser y seguir siendo testigos auténticos de Cristo resucitado en cada uno de sus países. En medio de condiciones de vida algunas veces muy difíciles, pero también prometedoras, ellos son el icono visible de Cristo, la encarnación viviente de Su Iglesia y el instrumento actual de la acción del Espíritu Santo.

B. REFLEXIÓN GUIADA POR LA SAGRADA ESCRITURA (7-12)

Nos sentimos orgullosos de pertenecer a las tierras en que los hombres inspirados por el Espíritu Santo han escrito los Libros Santos en algunos de nuestros idiomas. Pero este hecho nos impone asimismo obligaciones imperiosas. La Sagrada Escritura debe ser el alma de nuestra vida religiosa y de nuestro testimonio, tanto a nivel comunitario como individual. La santa Liturgia constituye el centro y el punto culminante de nuestra vida eclesial. En ella celebramos y escuchamos regularmente la Palabra de Dios. Bajo la luz de la Santa Biblia, leída, rezada y meditada en la Iglesia, en pequeños grupos y también individualmente, debemos buscar y encontrar respuestas al sentido de nuestra presencia, de nuestra comunión y de nuestro testimonio, adaptados al contexto y a los desafíos de circunstancias constantemente nuevas.

El documento llama la atención sobre la insuficiencia de la respuesta a la gran sed que tienen nuestros fieles de la Palabra de Dios, de su comprensión y su arraigo en sus corazones y sus vidas. Se deberán concebir, lanzar, animar y sostener iniciativas adecuadas y suficientes, utilizando también los medios modernos. Quienes, en virtud de su vocación, están en contacto más directo con la Palabra de Dios, tienen la obligación de asumir un compromiso de testimonio e intercesión por el pueblo de Dios. La memorización de los textos es siempre eficaz y fecunda.

En la exégesis y la presentación del sentido de las Escrituras, se debe poner en evidencia “La historia de la Salvación”. Ésta revela el plan divino único que se realiza en el tiempo, en un vínculo estrecho entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y encuentra su centro y su cumbre en Cristo. Al ser el Libro de la comunidad cristiana, el texto bíblico no puede ser interpretado correctamente sino en su seno. La Tradición y la enseñanza de la Iglesia, sobre todo en nuestros países de Oriente son, pues, una referencia insoslayable en la comprensión y la interpretación de la Biblia.

La Palabra de Dios es la fuente de la teología, la moral, la espiritualidad y la vitalidad apostólica y misionera. Ilumina la vida, la transforma, la guía y la fortalece. Algunas personas, por ignorancia
o mala intención, usan la Biblia como libro de recetas o de prácticas supersticiosas. Es nuestro deber educar a nuestros fieles para que no les den crédito. La Palabra de Dios también ilumina las elecciones comunitarias y personales para responder a los desafíos de la vida, inspirar el diálogo ecuménico e interreligioso y orientar el compromiso político. Así pues, debería ser el centro de referencia de los cristianos en la educación y el testimonio. Y también ayudará a los hombres de buena voluntad a encontrar pistas en su búsqueda de Dios.

I. LA IGLESIA CATÓLICA EN EL ORIENTE MEDIO

A. LA SITUACIÓN DE LOS CRISTIANOS EN ORIENTE MEDIO

1. Breve mirada histórica: unidad en la multiplicidad (13-18)

El conocimiento de la historia del cristianismo en Oriente Medio es importante para nosotros mismos, pero también para el resto del mundo cristiano. En esas tierras Dios ha elegido y guiado a los Patriarcas, a Moisés y al pueblo de la Antigua Alianza. Ha hablado por medio de los Profetas, los jueces, los reyes y las mujeres de fe. En la plenitud de los tiempos Jesucristo, el Salvador, allí se ha encarnado, ha vivido, ha escogido y formado a sus discípulos y ha llevado a cabo su obra de salvación. La Iglesia de Jerusalén, nacida el día de Pentecostés, ha sido la fuente de todas las Iglesias particulares, que han continuado y continúan en el tiempo la obra de Cristo, por la acción del Espíritu Santo, bajo la guía del Papa, sucesor de Pedro.

Tras algunos pequeños conflictos al principio de su marcha, la Iglesia ha conocido las divisiones sucesivas en ocasión de los Concilios de Éfeso (431) y de Calcedonia (451). Nacieron así la “Iglesia apostólica asiria de Oriente” y las “Iglesias ortodoxas orientales”: copta, siríaca y armenia. En el siglo XI se produjo el gran cisma entre Constantinopla y Roma. Estas divisiones surgieron alrededor de cuestiones teológicas, pero los motivo político-culturales han tenido un papel fundamental. Los estudios históricos y teológicos tienen la responsabilidad de ilustrar mejor esos períodos y acontecimientos trágicos, para contribuir al diálogo ecuménico.

Frutos amargos del pasado, todas estas divisiones subsisten aún en nuestros países. Gracias a Dios, el Espíritu obra en las Iglesias para que se realice la plegaria de Cristo: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17, 21).

2. Apostolicidad y vocación misionera (19-23)

Nuestras Iglesias, bendecidas por la presencia de Cristo y los Apóstoles, fueron la cuna del cristianismo y las primeras generaciones cristianas. Por esta razón, su vocación específica es la de mantener viva la memoria de los orígenes, reforzar la fe de sus fieles y vivificar en ellos el espíritu del Evangelio, para que guíe sus vidas y sus relaciones con los demás, cristianos y no cristianos.
Nuestras Iglesias, de origen apostólico, tienen a su vez la misión particular de cooperar en el anuncio del Evangelio. El estudio de la historia misionera de nuestras Iglesias ayudaría a estimular ese impulso evangelizador que había caracterizado nuestros orígenes. “El ser misionero” es un deber gratuito que se nos impone, como Iglesias arraigadas en los orígenes y a causa de nuestro patrimonio tan rico y variado. Tenemos el deber de hacer que lo que hemos recibido beneficie a quienes no lo han recibido. Nuestras Iglesias deben comprometerse para vivificar en ellas el ímpetu evangelizador misionero.

Esta apertura a la acción del Espíritu nos ayudará a compartir con nuestros numerosos conciudadanos la riqueza del amor y la luz de la esperanza que están en nosotros (cf. Rm 5, 5). De hecho “Somos, en medio de la sociedad en que vivimos, un signo de la presencia de Dios en nuestro mundo. Ello nos llama a ser ‘con’, ‘en’ y ‘para’ la sociedad en que vivimos. Es una exigencia esencial de nuestra fe, de nuestra vocación y nuestra misión”. [1] “La Iglesia no se mide estadísticamente a través de los números, sino a través de la conciencia viva que sus hijos tienen de su vocación y misión”. [2]

Para asegurar el futuro de nuestras Comunidades, los Pastores deben prestar especial atención a la pastoral de las vocaciones, con medios adecuados y eficaces, sobre todo entre los jóvenes y las familias. Gracias a Dios, nuestras Iglesias tienen vocaciones, pero faltan seriamente en algunas diócesis o eparquías. Quizá debamos comenzar a vivir “el ser misionero” entre nuestras eparquías/diócesis y entre nuestras Iglesias en la región. El ejemplo de sacerdotes, religiosos y religiosas, píos, felices, alegres y unidos, es el mejor instrumento para atraer a los jóvenes a la consagración total a Dios. Este Sínodo podría ser una ocasión para revisar el estilo, los métodos y los programas en los seminarios y las casas de formación.

La coordinación y la ayuda recíproca entre las congregaciones, las órdenes religiosas y los Obispos ayuda a suscitar vocaciones. También será necesario encontrar los medios adecuados para sostener y reforzar las congregaciones y los institutos de vida consagrada. La vida contemplativa, allí donde existe, deberá ser alentada. Con la oración, podemos preparar el terreno para la acción del Espíritu Santo para suscitarla allí donde no existe. Las Órdenes existentes en nuestros países podrían tomar la iniciativa de establecer comunidades en otras áreas o países de la región.

3. El papel de los cristianos en la sociedad, a pesar de su número reducido (24-31)

Nuestras sociedades, a pesar de sus diferencias, tienen características comunes: el apego a la tradición, el modo de vida tradicional, el confesionalismo y la diferenciación basada en la religión. Estos factores pueden acercar y unificar, pero también alejar y dividir. En sus países, los cristianos son «ciudadanos nativos», miembros de pleno derecho de su comunidad civil. Están en su casa, a menudo desde hace muchísimo tiempo. Su presencia y participación en la vida del país es una riqueza preciosa, que hay que proteger y preservar. Una laicidad positiva permitiría a la Iglesia dar un aporte eficaz y fecundo, y contribuiría a reforzar la ciudadanía de todos los miembros del país, sobre la base de la igualdad y la democracia.
En su acción pastoral, cultural y social, la Iglesia necesita usar más y mejor la tecnología y los medios modernos de comunicación. Es necesario formar dirigentes especializados para esta finalidad. Los cristianos orientales deben comprometerse para el bien común, en todos sus aspectos, como siempre lo han hecho. Pueden ayudar a crear condiciones sociales que favorezcan el desarrollo de la personalidad y de la sociedad, en colaboración con los esfuerzos de la autoridades políticas. Aun siendo reducidas minorías, su dinamismo es resplandeciente y es apreciado. Necesitan ser sostenidos y alentados para mantener esta actitud, aun en circunstancias difíciles. El fortalecimiento de su vida de fe y, al mismo tiempo, del vínculo social y de la solidaridad recíproca, los ayudaría mucho, sin replegarse sobre sí mismos en una actitud de gueto.A través de la presentación de la Doctrina social de la Iglesia, nuestras comunidades ofrecen un aporte valedero para la construcción de la sociedad. La promoción de la familia y la defensa de la vida deberían ocupar un lugar fundamental en la ense anza y en la misión de nuestras Iglesias. La educación es un ámbito privilegiado para nuestra acción y una inversión de gran importancia. En lo posible, nuestras escuelas podrían dar mayor ayuda a los más desfavorecidos. Gracias a sus actividades sociales, sanitarias y caritativas, accesibles a todos los miembros de la sociedad, colaboran de manera visible al bien común. Ello es posible gracias a la generosidad de las Iglesias locales y a la caridad de la Iglesia universal. Para asegurar su credibilidad evan
gélica, la Iglesia debe valerse de los medios para asegurar la transparencia en la gestión del dinero, distinguiendo claramente entre lo que le pertenece y lo que le pertenece al personal de la Iglesia. En vista de esto son necesarias estructuras adecuadas.

B. LOS DESAFÍOS A LOS QUE DEBEN ENFRENTARSE LOS CRISTIANOS

1. Los conflictos políticos de la región (32-35)

Las situaciones político-sociales de nuestros países tienen repercusiones directas sobre los cristianos, que experimentan con mayor fuerza las consecuencias negativas. En los Territorios palestinos la vida es muy difícil, a veces insostenible. La posición de los cristianos árabes es muy delicada. Condenamos la violencia de cualquier proveniencia y reclamamos una solución justa y duradera del conflicto israelo-palestino, expresamos nuestra solidaridad para con el pueblo palestino, cuya situación actual favorece el fundamentalismo. Escuchar la voz de los cristianos del lugar podría ser valioso para comprender mejor la situación. El estatuto de Jerusalén debería tomar en cuenta su importancia para las tres religiones: cristiana, musulmana y judía.
Es lamentable que la política mundial no tome en suficiente consideración la situación trágica de los cristianos en Iraq, quienes son las víctimas principales de la guerra y sus consecuencias. En Líbano, una mayor unidad entre los cristianos ayudaría a asegurar más estabilidad en el país. En Egipto, sería muy ventajoso si las Iglesias coordinaran sus esfuerzos para confirmar a sus fieles en la fe y para realizar obras comunes por el bien del país. Según la posibilidades que se den en cada país, los cristianos deberán favorecer la democracia, la justicia y la paz, además de la laicidad positiva en la distinción entre religión y Estado, y el respeto de cada religión. Una actitud de compromiso positivo en la sociedad es la respuesta constructiva, ya sea para la sociedad que para la Iglesia.

2. Libertad de religión y de conciencia (36-40)

Los derechos humanos son la base que garantiza el bien de la persona humana integral, criterio de todo sistema político. Esto deriva del orden mismo de la creación. Quien no respeta a la criatura de Dios según el orden que Él ha establecido, tampoco respeta al Creador. La promoción de los derechos humanos exige paz, justicia y estabilidad.

La libertad religiosa es un elemento esencial de los derechos del hombre. La libertad de culto es sólo un aspecto de la libertad religiosa. En la mayor parte de nuestros países está garantizada por las constituciones, Pero aun en esos casos, en algunos países, algunas leyes o prácticas limitan su aplicación. Otro aspecto es la libertad de conciencia, basada en la libre elección de la persona. Su ausencia pone trabas a la libre elección de quienes desearían adherir al Evangelio, por temor a represalias contra sí mismos y sus familias. No puede existir ni desarrollarse sino en la medida en que crece el respeto por los derechos del hombre en su totalidad e integridad.

La educación en este sentido es un aporte valioso al progreso cultural del país, para una mayor justicia e igualdad ante la ley. La Iglesia Católica condena con firmeza todo proselitismo. Sería positivo discutir serenamente estas cuestiones en las estructuras e instancias para el diálogo, sobre todo dentro de cada país. Los numerosos institutos educativos de que disponen nuestras Iglesias son un instrumento privilegiado para promover esta educación. Los centros hospitalarios y de servicios sociales también constituyen un testimonio elocuente del amor al prójimo, sin distinción ni discriminación alguna. La valorización de las jornadas, los eventos y las celebraciones locales e internacionales dedicados a estos temas ayudan a difundir y reforzar esta cultura. Los medios de comunicación se deben utilizar para propagar este espíritu.

3. Los cristianos y la evolución del Islam contemporáneo (41-42)

A partir del año 1970, en la región observamos la expansión del Islam político, que abarca distintas corrientes religiosas. Ello afecta a la situación de los cristianos, sobre todo en el mundo árabe. Éste desea imponer un modo de vida islámico a todos los ciudadanos, a veces con la violencia. Constituye, por lo tanto, una amenaza para todos y juntos debemos afrontar estas corrientes extremistas.

4. La emigración (43-48)

En Oriente Medio, la emigración comienza hacia fines del siglo XIX, por motivos políticos y económicos. Los conflictos religiosos han sido determinantes en algunos períodos trágicos. Actualmente la emigración se ha acentuado en nuestros países. Las principales causas son: el conflicto israelo-palestino, la guerra de Iraq, las situaciones políticas y económicas, el crecimiento del fundamentalismo islámico y las restricciones de las libertades y la igualdad. Los jóvenes, las personas instruidas y las personas pudientes se van en mayor número, privando a la Iglesia y al país de recursos muy valiosos.

Corresponde a los responsables políticos consolidar la paz, la democracia y el desarrollo, para promover un clima de estabilidad y confianza. Los cristianos, así como todas las personas de buena voluntad, están llamados a comprometerse positivamente en la realización de este objetivo. Una mayor sensibilización de las Instancias internacionales sobre el deber de contribuir al desarrollo de nuestros países sería de gran ayuda en este sentido. Las Iglesias particulares de Occidente podrían tener una influencia beneficiosa y eficaz en esta acción. Los Pastores deberían hacer que los fieles adquieran conciencia acerca de su papel histórico. Son portadores del mensaje de Cristo en sus países, incluso en medio de las dificultades y las persecuciones. Su ausencia comprometería gravemente el futuro. Es importante evitar todo discurso derrotista, así como alentar la emigración como opción preferencial.

Por otra parte, la emigración constituye un apoyo notable a nuestros países e Iglesias. La Iglesia del país de origen debe encontrar los medios para preservar vínculos estrechos con sus fieles emigrados y asegurar su asistencia espiritual. Es indispensable asegurar la Liturgia, en su propio rito, a los fieles de las Iglesias orientales que se encuentran en territorio latino. La liquidación de las propiedades en la patria es muy lamentable. La conservación o la compra de bienes territoriales sería un aliciente para el retorno. Las comunidades de la Diáspora tienen el papel de alentar y consolidar la presencia cristiana en Oriente, con la finalidad de reforzar su testimonio y apoyar sus causas, por el bien del país. Una pastoral adecuada debe ocuparse de la emigración interna del país.

5. La inmigración cristiana internacional en Oriente Medio (49-50)

Los países de Oriente Medio conocen un nuevo fenómeno importante: la acogida de muchísimos trabajadores inmigrados africanos y asiáticos, en su mayoría mujeres. A menudo deben enfrentarse a situaciones de injusticia y abuso, y de infracción de las leyes y las convenciones internacionales. Nuestras Iglesias deben hacer un esfuerzo mayor para ayudarlos, acogerlos y acompañarlos en lo religioso y lo social. Necesitan una pastoral adecuada, desde una acción coordinada entre los Obispos, las Congregaciones religiosas y las Organizaciones sociales y de beneficencia.

C. RESPUESTAS DE LOS CRISTIANOS EN LA VIDA COTIDIANA (51-53)

El testimonio cristiano a todos los niveles es la respuesta principal en las circunstancias en que viven. Desde los orígenes, la vida monástica ocupa un lugar importante. La vida contemplativa de oración también tiene una misión de intercesión por la Iglesia y la sociedad.

El perfeccionamiento del testimonio cristiano, siguiendo cada vez más a Jesucristo, es una exigencia que se pide a todos los niveles: clero, Órdenes religiosas, Congregaciones, Institutos y Sociedades de vida apostólica; y también laicos, según la propia vocación. La formación del clero y
de los fieles, las homilías y la catequesis deben profundizar y reforzar el sentido de la fe y la conciencia acerca del papel y la misión en la sociedad, como traducción y testimonio de esta fe. Una renovación eclesial queda por realizar: conversión y purificación, profundización espiritual, determinación de las prioridades de la vida y la misión.

Se debe dedicar un esfuerzo especial para descubrir y formar a los ‘cuadros’ necesarios a todos los niveles. Ellos deben ser modelo de testimonio para sostener y alentar a sus hermanos y hermanas, sobre todo en tiempos difíciles. También es oportuno formar dirigentes para la presentación del Cristianismo tanto a los cristianos que tienen poco contacto con la Iglesia o se han alejado de ella, como también a los no cristianos. La calidad de los dirigentes es más importante que su número. Es indispensable la formación permanente. Se ha de prestar particular atención a los jóvenes, fuerza del presente y esperanza para el futuro. Los cristianos deben ser alentados para insertarse en las instituciones públicas para la construcción de la ciudad.

II. LA COMUNIÓN ECLESIAL

La diversidad en la Iglesia Católica, lejos de atentar a su unidad, la valoriza. El misterio de la Santa Trinidad es el fundamento de la comunión cristiana. La Iglesia es misterio y sacramento de comunión. El amor está en el centro de esta realidad: «Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12). Debiendo enfrentarnos continuamente a los desafíos del pluralismo, estamos llamados a una conversión constante para pasar de la mentalidad del confesionalismo al sentido auténtico de Iglesia.

A. COMUNIÓN EN LA IGLESIA CATÓLICA Y ENTRE LAS DISTINTAS IGLESIAS (55-56)

Los signos principales que manifiestan la comunión en la Iglesia Católica son: el Bautismo, la Eucaristía y la comunión con el Obispo de Roma, Corifeo de los Apóstoles (hâmat ar-Rusul). El Código de las Iglesias Orientales reglamenta los aspectos canónicos de esta comunión, acompañada y asistida por la Congregación para las Iglesias Orientales y los distintos Dicasterios romanos.
Entre las Iglesias católicas de Oriente Medio la comunión se manifiesta a través del Consejo de los Patriarcas Católicos de Oriente (C.P.C.O.). Sus cartas pastorales son documentos de gran valor y actualidad. En cada país la comunión se refuerza a través de la Asamblea de los Patriarcas y Obispos o de la Conferencia episcopal. En un espíritu de fraternidad y cooperación estudia los problemas comunes, da directivas para consolidar el testimonio cristiano y coordina las acciones pastorales. Es deseable que una Asamblea regional reúna al Episcopado de Oriente Medio, según un ritmo periódico determinado por el Consejo de los Patriarcas Católicos de Oriente. Aunque las Iglesias sui iuris estén abiertas a todos los fieles católicos, sin embargo se debe evitar con cuidado alejarlos de su Iglesia de origen.

Es oportuno también subrayar las relaciones entre nuestras Iglesias de Oriente y la Iglesia de tradición latina (“Iglesia de Occidente”). Tenemos necesidad los unos de los otros. Necesitamos su oración, su solidaridad y su larga y rica experiencia espiritual, teológica y cultural. También ellos necesitan nuestras oraciones, nuestro ejemplo de fidelidad a nuestro rico y variado patrimonio de los orígenes y a nuestra unidad en la variedad y la multiplicidad. “El tesoro antiguo y vivo de las tradiciones de las Iglesias orientales enriquece a la Iglesia universal, y nunca debería ser visto sólo como una realidad digna sólo de ser preservada” [3]. La comunión entre Iglesias no implica de manera alguna uniformidad, sino amor recíproco e intercambio de dones.

B. COMUNIÓN ENTRE OBISPOS, CLERO Y FIELES (57-62)

En una misma Iglesia, la comunión se realiza siguiendo el modelo de comunión con la Iglesia universal y el Obispo de Roma. En la Iglesia Patriarcal se expresa a través del Sínodo de los Obispo alrededor del Patriarca, Padre y Jefe de su Iglesia. En la Eparquía se realiza alrededor del Obispo, que debe velar por la armonía del conjunto. Estructuras de trabajo conjunto y de coordinación pastoral contribuirán a reforzar la comunión. Ésta sólo se puede realizar sobre la base de los medios espirituales, en especial la oración, la Eucaristía y la Palabra de Dios. Los Pastores, las personas consagradas, los animadores y responsables diocesanos y parroquiales tienen la gravosa responsabilidad de ser ejemplo y modelo para los demás. Este Sínodo nos ofrece la ocasión para hacer una seria revisión de vida, finalizada a la conversión efectiva. El modelo de la comunidad cristiana primitiva ilumina el tema del Sínodo: «La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma».

La participación de los laicos en la vida y la misión de la Iglesia es un postulado indispensable de la comunión. Las estructuras aparentes pueden esconder una pasividad o un papel meramente ejecutivo. Los laicos deberían participar efectivamente en la reflexión, la decisión y la ejecución. En unión con los Pastores, hay que alentar sus iniciativas pastorales válidas y positivas y, asimismo, su compromiso para con la sociedad. El lugar y el papel de la mujer, religiosa y laica, debe ser valorizado y ampliado en la Iglesia. Se deben valorizar los Consejos pastorales, parroquiales, diocesanos y nacionales. Las Asociaciones y los Movimientos internacionales deben adaptarse más a la mentalidad, las tradiciones, la cultura y la lengua de la Iglesia y del país que los acogen, obrando en estrecha coordinación con el Obispo del lugar. Es muy recomendable su integración en la tradición oriental. Esto se aplica también a las Congregaciones religiosas de origen occidental.

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

A. TESTIMONIAR EN LA IGLESIA: LA CATEQUESIS

1. Una catequesis para hoy en día, por fieles bien preparados (62-64)

Ser cristianos significa ser testigos de Cristo, vivificados y guiados por el Espíritu Santo. La Iglesia existe para dar testimonio de su Señor. Es su mensaje principal. Este testimonio se transmite a través del ejemplo, las obras y la catequesis, sobre todo la iniciación a la fe y los sacramentos. Debe dirigirse a todos los grupos de edad: niños, jóvenes y adultos. Después de una correcta preparación, los jóvenes pueden ser buenos catequistas de otros jóvenes. Bien preparados, los padres participarán en la actividad catequética en la familia y la parroquia. Las escuelas católicas, las asociaciones y los movimientos apostólicos son lugares privilegiados para le enseñanza de la fe.

La presencia y la asistencia de un director espiritual junto a los jóvenes y otros grupos de edad es una ayuda valiosa para la formación religiosa, que favorece la aplicación de la fe a la vida concreta. En las parroquias, las instituciones educativas y culturales, la formación religiosa tendrá el lugar oportuno y tendrá en cuenta los problemas auténticos y los desafíos actuales. Será necesario asegurar una adecuada formación de los educadores en la fe. Sin el testimonio de su vida, la acción de los catequistas será estéril. En primer lugar son testigos del Evangelio. La catequesis también debe promover los valores morales y sociales, el respeto por el otro, la cultura de la paz y la no violencia, además del compromiso por la justicia y el ambiente. La Doctrina Social de la Iglesia, poco presente, es un elemento integrante de la formación de la fe.

2. Métodos de catequesis (65-69)

La acción catequética no puede limitarse, hoy en día, a la sola transmisión oral. Son indispensables los medios activos. A ni os y jóvenes les gusta el trabajo en grupos: litúrgicos, deportivos, corales, scouts y otros. Se deberán formar grupos allí donde no existen. Pero hay que velar para que no se transformen en una simple actividad social,
sin espacio para la formación de la fe.

Los nuevos medios de comunicación son muy eficaces para anunciar el Evangelio y testimoniarlo. Nuestras Iglesias necesitan personas especializadas en estos ámbitos. Tal vez podamos ayudar a los más dotados a formarse y luego comprometerlos en esa labor. En Líbano, “La Voix de la Charité” (Sawt al-Mahabba) y, sobre todo, TéléLumière / Noursat, prestan grandes servicios a los cristianos de nuestra región, llegando hasta otros continentes. Otros países han emprendido iniciativas semejantes. Todos tienen necesidad de apoyo y estímulo.

La catequesis debe tener en cuenta el contexto conflictivo de los países de la región. Debe consolidar a los fieles en la fe y formarlos para vivir el mandamiento del amor y para ser artífices de la paz, la justicia y el perdón. El compromiso en la vida pública es un deber que imponen el testimonio y la misión de construir el Reino de Dios. Todo ello requiere una formación para superar el confesionalismo, el sectarismo y las hostilidades internas, para ver el rostro de Dios en cada persona y colaborar conjuntamente para construir un futuro de paz, estabilidad y bienestar.

B. UNA LITURGIA RENOVADA Y FIEL A LA TRADICIÓN (70-75)

La liturgia “es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza” [4]. En nuestras Iglesia orientales, la Divina Liturgia está en el centro de la vida religiosa. Desempeña un papel importante custodiando la identidad cristiana, reforzando la pertenencia a la Iglesia, vivificando la vida de fe y suscitando la atención de quienes se encuentran lejos e incluso de quienes no creen. Es decir, constituye un anuncio y un testimonio importantes de una Iglesia que reza y no sólo obra.

La renovación de la liturgia es muy anhelada. Aunque siga arraigada en la tradición, tomará en cuenta la sensibilidad moderna y las necesidades espirituales y pastorales actuales. Para la labor de reformar la liturgia es necesaria una comisión de expertos. También es necesario adaptar los textos litúrgicos para las celebraciones destinadas a ni os y jóvenes, siempre inspiradas en el propio patrimonio. Se necesita para esta tarea un grupo interdisciplinario de expertos. La renovación litúrgica es también necesaria para las oraciones devocionales. En toda esta labor de adaptación y reforma habrá que tener en cuenta la dimensión ecuménica. El espinoso problema de la communicatio in sacris exige un estudio especial.

C. EL ECUMENISMO (76-84)

Que todos sean uno … para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). Sus discípulos deben continuar esta oración de Cristo en todos los tiempos. La división de los cristianos se opone a la voluntad de Cristo, constituye un escándalo y es un obstáculo para el anuncio y el testimonio. La misión y el ecumenismo están estrechamente vinculados. Las Iglesias católicas y ortodoxas tienen mucho en común, tanto que los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI hablan de ‘comunión casi completa’. Hay que destacar este hecho más que las diferencias. El Bautismo es el fundamento de las relaciones con las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, haciendo posibles y necesarias muchas acciones e iniciativas comunes. La enseñanza religiosa debe abarcar explícitamente el ecumenismo. Toda acción o publicación ofensiva o turbadora deberían ser cuidadosamente evitadas.

Un esfuerzo sincero se requiere para superar los prejuicios, entenderse mejor y aspirar a la plenitud de la comunión en la fe, los sacramentos y el servicio jerárquico. Este diálogo se efectúa a varios niveles. A nivel oficial, la Santa Sede emprende iniciativas con todas las Iglesias de Oriente. En ellas están representadas las Iglesias orientales católicas. Una forma nueva de ejercicio del primado, sin renunciar a lo esencial de la misión del Obispo de Roma, debe aún ser encontrada [5]. Es deseable establecer comisiones locales de diálogo ecuménico. El estudio de la historia de las Iglesias orientales católicas, así como de la Iglesia de tradición latina, permitiría aclarar el contexto, la mentalidad y las perspectivas vinculadas a su surgimiento.

La acción ecuménica requiere comportamientos adecuados: la oración, la conversión, la santificación y el intercambio recíproco de dones, en un espíritu de respeto, amistad, caridad recíproca, solidaridad y colaboración. Estas actitudes deben ser cultivadas y alentadas a través de la ense anza y los distintos medios de comunicación. El diálogo es un instrumento esencial del ecumenismo. Exige una actitud positiva de comprensión, escucha y apertura al otro. Todo ello contribuirá a la superación de las desconfianzas y a trabajar juntos para desarrollar los valores religiosos y colaborar en los proyectos de utilidad social. Los problemas comunes deben ser abordados de forma conjunta.

También debemos reforzar las iniciativas y estructuras que expresan y sostienen la unidad, como el Consejo de las Iglesias de Oriente Medio y la Semana de oración por la unidad de los cristianos. La «purificación de la memoria» es un paso importante en la búsqueda de la unidad plena. La colaboración y cooperación en los estudios bíblicos, teológicos, patrísticos y culturales favorecen el espíritu de diálogo. Una acción común podría tener lugar para la formación de expertos en medios de comunicación en las lenguas locales. En el anuncio y la misión se tendrá cuidado en evitar todo proselitismo y todo medio que se oponga al Evangelio. Se debe hacer un esfuerzo para unificar las fiestas de Navidad y Pascua.

D. RELACIONES CON EL JUDAÍSMO

1. Vaticano II: El fundamento teológico del vínculo con el judaísmo (85-87)

La declaración ‘Nostra aetate’ del Concilio Vaticano II trata de manera específica la relación entre la Iglesia y las religiones no cristianas. En ella el judaísmo ocupa un lugar privilegiado. Este documento se inscribe en el contexto de dos constituciones dogmáticas: ‘Lumen gentium’, sobre la Iglesia, y ‘Dei Verbum’, sobre la revelación. La primera afirma que el Pueblo del Antiguo Testamento recibió las alianzas y las promesas y que Cristo ha nacido, según la carne, de este pueblo, que se perpetúa en el de la Nueva Alianza y enuncia las prefiguraciones veterotestamentarias de la Iglesia. La segunda constitución considera el Antiguo Testamento como una preparación al Evangelio y como parte integrante de la historia de la Salvación.

2. Magisterio actual de la Iglesia (88-89)

Iniciativas de diálogo basadas en estos principios teológicos han tenido lugar a nivel de la Santa Sede y de las Iglesias locales. El conflicto israelo-palestino tiene repercusiones en las relaciones entre Cristianos y Judíos. En varias ocasiones, la Santa Sede ha expresado claramente su posición, en especial en ocasión de la visita de S.S. el Papa Benedicto XVI a Tierra Santa en el a o 2009.Ha afirmado el derecho de los Palestinos a una patria soberana, segura y en paz con sus vecinos, con fronteras internacionalmente reconocidas [6]. En Jerusalén declaró: “La ciudad ha sido llamada la madre de todos los hombres. Una madre puede tener muchos hijos, que debe reunir y no separar” [7]. A los Israelíes ha deseado que los dos pueblos puedan vivir en paz, cada uno en su patria, con fronteras seguras, internacionalmente reconocidas. [8] Al jefe del Estado de Israel ha dicho: “La cuestión de la seguridad duradera se fundamenta en la confianza, se alimenta en las fuentes de la justicia y la probidad, y se sella con la conversión de los corazones” [9].

3. Deseo y dificultad del diálogo con el judaísmo (90-94)

Nuestras Iglesias rechazan el antisemitismo y el antijudaísmo. Las dificultades en las relaciones entre los pueblos árabes y el pueb
lo judío se deben sobre todo a la situación de conflicto. Distinguimos la realidad religiosa de la realidad política. Los cristianos tienen la misión de ser artífices de la reconciliación y la paz, basadas en la justicia para las dos partes. Ha habido iniciativas pastorales locales de diálogo con el judaísmo, por ejemplo, la oración en común, sobre todo basada en los Salmos y la lectura y la meditación de textos bíblicos.

Ello ha creado buena disposición para invocar juntos la paz, la reconciliación, el perdón recíproco y buenas relaciones. Un problema surge cuando algunos versículos bíblicos son sometidos a interpretaciones tendenciosas, que justifican o favorecen la violencia. La lectura del Antiguo Testamento y la profundización de las tradiciones del judaísmo ayudan a conocer mejor la religión judía. Ofrecen un terreno común para estudios serios y contribuyen a un mejor conocimiento del Nuevo Testamento y de las Tradiciones orientales. En el contexto actual se presentan otras posibilidades de colaboración.

E. LAS RELACIONES CON LOS MUSULMANES (95-99)

La Declaración ‘Nostra aetate’ del Concilio Vaticano II establece el fundamento de las relaciones de la Iglesia Católica con los musulmanes. Leemos en ella: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres” [10]. Después del Concilio numerosos encuentros han tenido lugar entre los representantes de las dos religiones. Al comenzar su pontificado, el Papa Benedicto XVI declaró: “El diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una elección pasajera. Es, de hecho, una necesidad vital, de la que depende nuestro futuro en gran medida” [11].

Sucesivamente, el Santo Padre visitaría la Mezquita Azul de Estambul, Turquía (30.05.2006) y la de Al-Hussein Bin Talal en Ammán, Jordania (11.05.2009). El Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso sostiene ocasiones de diálogo de importancia fundamental. Se recomienda la creación de comisiones locales de diálogo interreligioso. Es necesario dar prioridad al diálogo de vida, que ofrece el ejemplo de un testimonio silencioso elocuente y que a veces es el único medio para proclamar el Reino de Dios. Sólo los cristianos que ofrecen un testimonio de fe auténtico están capacitados para un diálogo interreligioso creíble. Tenemos la exigencia de educar a nuestros fieles al diálogo.

Las razones para tejer relaciones entre cristianos y musulmanes son múltiples. Todos son conciudadanos, comparten el mismo idioma y la misma cultura y, asimismo, las alegrías y los sufrimientos. Además, los cristianos tienen la misión de vivir como testigos de Cristo en sus sociedades. Desde su surgimiento, el Islam ha encontrado raíces comunes con el Cristianismo y el Judaísmo, como ha mencionado el Santo Padre [12]. Es necesario valorizar mejor la literatura árabe cristiana.

El Islam no es uniforme: presenta una diversidad confesional, cultural e ideológica. Dificultades en las relaciones entre cristianos y musulmanes surgen del hecho que, en general, los musulmanes no distinguen entre religión y política. Es ésta la fuente del malestar de los cristianos, porque se sienten en una situación de no ciudadanos, aunque se encuentren en su patria, en sus países desde mucho antes que el Islam. Necesitamos un reconocimiento que pase de la tolerancia a la justicia y la igualdad, basado en la ciudadanía, la libertad religiosa y los derechos humanos. Es la base y la garantía de una buena coexistencia.

Los cristianos se deberán arraigar cada vez más en sus sociedades, sin ceder a la tentación de replegarse en sí mismos en cuanto minorías. Están llamados a trabajar juntos para la promoción de la justicia, la paz, la libertad, los derechos del hombre, el ambiente y los valores de la vida y la familia. Las problemáticas sociopolíticas se han de encarar no como derechos que hay que reclamar para los cristianos, sino como derechos universales que cristianos y musulmanes defienden juntos por el bien de todos. Debemos salir de la lógica de la defensa de los derechos de los cristianos, para comprometernos por el bien de todos. Los jóvenes se comprometerán a emprender iniciativas comunes desde estas perspectivas.

Es necesario purificar los libros escolares de todo prejuicio con referencia al otro y de toda ofensa o deformación. Se intentará más bien entender el punto de vista del otro, en el respeto de las creencias y las prácticas distintas. Los espacios comunes serán valorizados, especialmente a nivel espiritual y moral. La Santa Virgen María es un punto de encuentro de gran importancia. La reciente declaración de la Anunciación como fiesta nacional en Líbano es un ejemplo alentador. La religión es constructora de unidad y armonía y expresión de comunión entre las personas y con Dios.

F. EL TESTIMONIO EN LA CIUDAD (100-117)

Todos los ciudadanos de nuestros países deben enfrentarse juntos a dos desafíos principales: la paz y la violencia. Las situaciones de guerra y conflicto que vivimos generan violencia y son explotadas por el terrorismo mundial. Occidente es identificado con el Cristianismo y las decisiones de sus Estados son atribuidas a la Iglesia. En cambio, actualmente sus gobiernos son laicos y cada vez más se oponen a los principios de la fe cristiana. Es importante explicar esta realidad y el sentido de una laicidad positiva, que distingue lo político de lo religioso.

En este contexto, el cristiano tiene el deber y la misión de presentar y vivir los valores evangélicos. También debe aportar la palabra de la verdad (qawl al-haqq) ante las injusticias y la violencia. La pedagogía de la paz es el único instrumento realista, puesto que la violencia sólo ha traído fracasos y desastres. Ser artífices de paz exige tener mucho valor. La oración por la paz es indispensable, porque es en primer lugar un don de Dios.

1. La ambigüedad de la modernidad (103-105)

En nuestras sociedades, la influencia de la modernización, la globalización y el laicismo tiene repercusiones sobre nuestros cristianos. Todas nuestras sociedades están invadidas por la modernidad, sobre todo a través de las cadenas mundiales de televisión e internet. Ello aporta valores nuevos, pero hace que otros se pierdan. Es una realidad ambigua. Por una parte, atrae con sus promesas de bienestar, de liberación de las tradiciones, de igualdad, de defensa de los derechos del hombre y de protección de los débiles. Por otra parte, muchos musulmanes la ven como atea e inmoral, una invasión de culturas desconcertantes y amenazadoras; a tal punto que algunos de ellos la combaten con todas sus fuerzas.

También para los cristianos la modernidad constituye un riesgo y conlleva la amenaza del materialismo, el ateísmo práctico, el relativismo y el indiferentismo, que amenazan a nuestras familias, nuestras sociedades y nuestras Iglesias. En nuestros institutos educativos, pero también a través de los medios de comunicación, hemos de formar a personas capaces de discernir, para que puedan escoger sólo lo mejor. Debemos recordar el lugar de Dios en la vida personal, familiar, eclesial y civil, y debemos rezar más.

2. Musulmanes y cristianos deben recorrer juntos el camino común (106-110)

De aquí surge el deber que todos tenemos, musulmanes y cristianos, como ciudadanos, de trabajar juntos por el bien común. Además, los cristianos también están motivados por su misión de contribuir a edificar una sociedad más conforme a los valores del Evangelio, sobre todo la justicia, la paz y el amor. En ello seguiremos el ejemplo y las huellas de generaciones de cristianos que han desempe ado un papel esencial en la construcción de sus sociedades. Muchos fueron pioneros del renacimiento de la cultura y la nación árabes. También
ahora, a pesar de ser una minoría, su papel es reconocido y apreciado, sobre todo en los ámbitos de la educación, la cultura y la promoción social. Será necesario alentar a nuestros laicos para que se comprometan cada vez más con la sociedad.

La igualdad de los ciudadanos está afirmada en todas las Constituciones. Pero, en los Estados con mayoría musulmana, el Islam es, excepto en pocos casos, la religión de Estado y la sharia es la fuente principal de la legislación. En algunos países o regiones se aplica a todos los ciudadanos. Reconociendo el estatus personal, algunos países conceden a los no musulmanes estatus particulares y reconocen a sus tribunales en estos ámbitos. En otros confían a los tribunales ordinarios la aplicación de los estatutos particulares de los no musulmanes. La libertad de culto está reconocida, pero no la libertad de conciencia. Con la expansión del integralismo, los ataques contra los cristianos se multiplican.

G. CONTRIBUCIÓN ESPECÍFICA E INSUSTITUIBLE DEL CRISTIANO (111-117)

El aporte específico del cristiano a su sociedad es insustituible. Con su testimonio y su acción, enriquece los valores que Cristo ha aportado a la humanidad. Muchos de estos valores son comunes a los de los musulmanes, lo cual ofrece la posibilidad y el interés para promoverlos en común. La catequesis debe formar creyentes que sean ciudadanos activos. El compromiso social y político desprovisto de los valores del Evangelio es un testimonio en contra de ellos.

En el contexto del conflicto israelo-palestino, el cristiano puede y debe dar su contribución específica a la justicia y la paz, denunciando toda violencia, alentando el diálogo y haciendo un llamado a la reconciliación, basada en el perdón recíproco por la fuerza del Espíritu Santo. Es el único camino para crear una realidad nueva. El aporte cristiano puede animar a los responsables políticos a decidirse en este sentido. El cristiano también tiene la misión de sostener a quienes sufren debido a situaciones de conflicto y ayudarlos a abrir sus corazones a la acción del Espíritu.
La aplicación de estos principios varía según la situación de cada país. Es primordial educar a los cristianos para que contribuyan al bien común, como un deber sagrado. Trabajarán con los demás por la paz, el desarrollo y la armonía de las relaciones. Se esforzarán por promover la libertad, la responsabilidad y la ciudadanía, para que el individuo sea respetado por sí mismo y no en función de su pertenencia confesional o social. También exigirán, con medios pacíficos, el reconocimiento y el respeto de sus derechos.

El amor gratuito al hombre es nuestro testimonio más importante en la sociedad. Lo expresamos y vivimos en nuestros institutos de educación, médicos, sociales y caritativos, a través de la acogida y el servicio ofrecidos a todos sin distinción. El servicio a los demás, y no la pertenencia confesional, es el elemento que caracteriza nuestra identidad como cristianos. Nuestra tarea primordial es vivir la fe, dejar que hablen nuestras acciones, vivir la verdad y proclamarla en la caridad, con coraje, y practicar la solidaridad en nuestras instituciones. Debemos vivir una fe adulta, no superficial, sostenida y vivificada por la oración. Nuestra credibilidad exige la concordia en el seno de la Iglesia, la promoción de la unidad entre los cristianos, una vida religiosa convencida y que ello se traduzca concretamente en la vida. Este testimonio elocuente requiere educación y acompañamiento permanente a niños, jóvenes y adultos.

CONCLUSIÓN

¿QUÉ FUTURO PARA LOS CRISTIANOS DE ORIENTE MEDIO?
«¡NO TEMAS, PEQUEÑO REBAÑO!»

A. ¿QUÉ FUTURO PARA LOS CRISTIANOS DE ORIENTE MEDIO? (118-119)

Los contextos actuales son fuente de dificultades y preocupación. Animados por el Espíritu Santo y guiados por el Evangelio, nos enfrentamos a ellas con la esperanza y la confianza filial en la Divina Providencia. Hoy somos un ‘pequeño resto’, pero nuestro comportamiento y nuestro testimonio pueden hacer de nosotros una presencia que cuenta en estos contextos. Los conflictos y problemas locales, así como la política internacional, han generado en la región el desequilibrio, la violencia y la huida hacia otras tierras. Es un motivo de gran relevancia para asumir nuestra vocación y nuestra misión de testimonio al servicio de la sociedad.

Frente a la tentación del desánimo, debemos recordar que somos siempre discípulos de Cristo resucitado, que ha vencido el pecado y la muerte. Él nos repite: «¡No temas, pequeño rebaño!» (Lc 12, 32). Por Él, con Él y para Él, ¡tenemos un futuro! Depende de nosotros tomarlo en nuestras manos, en colaboración con los hombres de buena voluntad, para la vitalidad de nuestras Iglesias y el crecimiento de nuestros países, en la justicia, la paz y la igualdad. «Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad» (2 Tm 1, 7). Nos guía nuestra fe en la vocación que el Señor nos ha confiado, sabiendo que Él mismo se ha comprometido con nosotros, para que seamos artífices de la paz y creadores de una cultura de paz y amor.

B. LA ESPERANZA (120-123)

Cristo, nacido en Tierra Santa, ha traído la única esperanza verdadera a la humanidad. Desde entonces ésta ha animado y sostenido a las personas y los pueblos que sufren. Y sigue siendo fuente de fe, caridad y alegría, aun en medio de las dificultades y los desafíos, para formar a testigos de Cristo resucitado, presente entre nosotros. Con Él y por Él, podemos cargar con nuestra cruz y nuestros sufrimientos. La esperanza también nos da la fuerza de ser “cooperadores de Dios” (1 Co 3, 9), para contribuir en la construcción del Reino de Dios en la tierra. De este modo prepararemos un futuro mejor para las generaciones venideras.

Todo ello nos exige más fe, más comunión y más amor. Nuestras Iglesias necesitan creyentes testigos, ya sea a nivel de los Pastores que de los fieles. El anuncio de la Buena Noticia no puede ser fecundo si los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos no están inflamados por el amor de Cristo e iluminados por el celo de darlo a conocer y amar. Confiamos en que este Sínodo no será un mero evento pasajero, sino que permitirá realmente que el Espíritu ponga en movimiento a nuestras Iglesias.

A los cristianos de Tierra Santa, el Santo Padre Benedicto XVI ha dirigido estas palabras en Jerusalén el 12 de mayo de 2009: “Estáis llamados a servir, no sólo como una luz-testigo de fe, sino también como levadura de armonía, sabiduría y equilibrio, en la vida de una sociedad que tradicionalmente ha sido plural, multiétnica y multirreligiosa, y que seguirá siéndolo … aquí hay lugar para todos” [13].

Imploremos a la Santa Virgen María, tan venerada y amada en nuestras Iglesias, que forme nuestros corazones según el ejemplo del corazón de su Hijo, Jesús. Y acojamos su invitación: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2, 5).

——

NOTAS

[1] Cartas de los patriarcas Católicos de Oriente, 1992

[2] Cartas de los patriarcas Católicos de Oriente, 1991

[3] Benedicto XVI, Discurso a los consagrados y los movimientos eclesiales, Amán, 09-05-2009

[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, 10

[5] Cf. Juan Pablo II. Carta Encíclica «Ut unum sint», 20.05.1995

[6] Cf. Benedicto XVI, Ceremonia de Bienvenida en Belén, 13.05.2009

[7] Custodia de Tierra Santa, Comentario sobre la Misa en la Valle de Josaphat en Jerusalén, 11.05.2009

[8] Cf. Benedicto XVI, Discurso en el aeropuerto de Tel Aviv, 11.05.2009

[9] Cf. Benedicto XVI, Discurso al Presidente de Israel, 11.05.09

[10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración Nostra aetate, 3.

<a>[11] CF. Benedicto XVI, Encuentro con los representantes de comunidades musulmanas, Colonia, 20.08.2005

[12] Cf. Benedicto XVI. Conversación con los periodistas durante el vuelo, 08.05.2009

[13] Cf. Benedicto XVI. Discurso a los cristianos de Tierra Santa, Jerusalén, 12.05.2009

[Traducción del original en francés distribuida por la Secretaría general del Sínodo]

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ZENIT Staff

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