Relato de un obispo mediador en el secuestro de un sacerdote

Monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán (México)

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TEHUACÁN, sábado, 19 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el relato de monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán, quien ha mediado para liberar al sacerdote secuestrado Benito Leobardo Arroyo Romero.

* * *

El pasado jueves 10 de septiembre se realizó la detención de los secuestradores del P. Benito Leobardo Arroyo Romero, Vicario General de la Diócesis y Párroco de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen; el secuestro había tenido lugar en Tehuacán el día domingo 17 de mayo.

La experiencia del secuestro había sido intensa y estresante; el padre mencionado la vivió como víctima, yo la viví como interlocutor con los secuestradores, pues así lo exigieron por teléfono y yo acepté. Las palabras fueron cortantes y agresivas: que yo entregara dos millones de pesos o ellos tirarían la cabeza del padre en la catedral; y que nada dijéramos a la policía, porque estaban involucrados. Me brotó el sentimiento de soledad e impotencia, de incertidumbre y angustia. Al menos pude escuchar por teléfono al padre, de modo que tenía la seguridad de que estaba vivo.

No pretendo narrar las peripecias de la negociación; sólo que yo no podía prometer gran cosa de dinero, pues la Diócesis no cuenta más que con las limosnas de los feligreses. En fin, tras unas 36 horas de secuestro, bruscamente dejaron libre al padre, sin haber pagado nosotros ningún rescate económico.

Yo me había comunicado con las autoridades municipales, quienes pidieron apoyo a instancias estatales y federales. Por razones prudenciales, para facilitar la investigación, nuestra versión al público fue que no había habido secuestro.

En casos de este tipo, me parece que la ciudadanía decide negociar sin que la autoridad civil intervenga, tal vez por miedo a que la víctima sufra consecuencias graves o por incertidumbre ante la posible postura de las autoridades. El clima de violencia e inseguridad que va creciendo en el país, ha sido ocasión para que determinadas personas o grupos pretendan aprovecharse y vivir con esos chantajes y abusos. Me duele ver este deterioro en la relación y la convivencia, en que se pierde el respeto y la valoración de la dignidad humana.

Lentamente se va recuperando el padre Leo, pero la experiencia deja profunda huella, con algunos aspectos difíciles de sanar.

Agradezco a las muchas personas que se unieron en oración ante este hecho. Invito a que lo sigan haciendo.

Perdono de corazón a los secuestradores y pido a Dios por ellos, por su conversión, pero han cometido un delito y deben pagar. Es triste que por esta acción, de la cual tal vez su familia nada sabía, ahora esté desprotegida y aun sea señalada por los demás.

Como Responsable pastoral y espiritual de la Diócesis, invito encarecidamente a todos los bautizados y las personas de buena voluntad, a que revisemos nuestras conductas y actitudes egoístas e inicuas, con las que dañamos nuestro entorno social.

Invito también a quienes se vean afectados por amenazas y chantajes, sea directa o indirectamente, que no duden en denunciar los hechos ante las autoridades correspondientes. Ciertamente puede haber funcionarios corruptos; sencillamente en el caso concreto al que me refiero, entre los secuestradores hubo un comandante con licencia y otro que había sido soldado; pero también hay muchos funcionarios honestos y decididos a restablecer la justicia y la paz social, el ejemplo está en quienes continuaron la investigación hasta detener a los secuestradores; he sido testigo de que en estos operativos los investigadores arriesgan su vida, descuidan su salud, el sueño y la alimentación, sacrificando también con frecuencia y bruscamente el convivio con su familia, pues deben estar disponibles día y noche.

Que al alegrarnos en las celebraciones de las fiestas patrias, seamos corresponsables constructores de justicia, de paz, de legalidad, para un desarrollo integral de nuestra sociedad. La verdad en la caridad, la caridad en la verdad como discípulos y testigos de Jesucristo, nos apremia a ello.

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ZENIT Staff

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