Religión y diplomacia internacional

Necesario el papel estratégico de la religión

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ROMA, domingo, 18 enero 2009 (ZENIT.org).- La importancia del mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz (1 de enero) ha sido puesta de relieve por el estallido del conflicto en Gaza. Posteriormente, el pontífice ha abogado por un alto el fuego en repetidas intervenciones públicas, afirmando que el conflicto y el odio no pueden ser una solución a los problemas.

Se suele citar a la religión como fuente de conflictos, y más aún en estos años con el aumento del terrorismo. No obstante, la religión puede también ser una fuerza vital en la promoción de la paz y en la resolución de tensiones, indica Thomas F. Farr en su libro recientemente publicado «World of Faith and Freedom» (Mundo de Fe y Libertad) (Oxford University Press).

Farr, actualmente profesor invitado en la School of Foreign Service de la Universidad de Georgetown, subrayaba la grave carencia en la comprensión de la religión en la política exterior de Estados Unidos. A su experiencia de 21 años en el ministerio de asuntos exteriores norteamericano se añadió un periodo, de 1999 al 2003, como primer director en el Departamento de Estado de la Oficina de Libertad Religiosa Internacional.

La importancia de la libertad religiosa es uno de los principales puntos del libro. Un ejemplo que presenta Farr da luz sobre la cortedad de miras de los diplomáticos. Estados Unidos ha declarado en documentos de política exterior su intención de implantar la democracia en Afganistán e Irak como medio para luchar contra el extremismo islámico.

No obstante, la nueva constitución de Afganistán, que entró en vigor en el 2004, tiene graves deficiencias en cuanto a libertad religiosa. Abdul Rahman experimentó en carne propia las consecuencias cuando se convirtió del Islam al cristianismo y fue sometido a un juicio por apostasía en los tribunales de Afganistán. Sólo fue liberado por la presión internacional.

Negligencia

Tanto el embajador de Estados Unidos en Afganistán en el 2004 como el Departamento de Estado habían afirmado que la constitución afgana garantizaría la libertad religiosa. Según Farr, la nueva constitución ha permitido que el extremismo se engarce en la ley, y los funcionarios de política exterior simplemente no han prestado suficiente atención al tema de la religión.

Este descuido de la religión tiene graves consecuencias, sostenía Farr. La aportación de la religión a la sociedad y a la cultura la convierte en ingrediente vital para asegurar un autogobierno estable.

Un buen ejemplo del impacto de la religión, observaba Farr, es lo que está teniendo lugar hoy en China. Al mismo tiempo que crece el poder económico y militar de China el número de seguidores de la religión se dispara. El gobierno chino teme los efectos de este fenómeno y ha perseguido ferozmente a los creyentes, pero como el número de quienes se adhieren a iglesias sigue creciendo, los chinos tendrán que encontrar una forma de acomodarse a la religión, o sufrir una grave inestabilidad.

Farr identificaba algunas causas que han llevado a minusvalorar la religión en la política exterior de Estados Unidos: algunos funcionarios son reticentes a entrar en el área potencialmente agitada de la religión, temen provocar controversia por sus acciones. Otros sólo están interesados en la religión cuando da lugar a ataques terroristas.

Otra causa es que la mayoría de los diplomáticos y expertos en política exterior simplemente no perciben la importancia de la religión en la cultura y la política. Farr precisa que esto no se debe a una falta de fe, puesto que muchas de estas personas son religiosas, pero ven la religión como un tema meramente privado y analizan la política según métodos realistas y racionales.

Farr explicaba que esta separación de religión y vida pública tiene sus orígenes en la separación entre la religión y el estado establecida en la constitución norteamericana. Los diplomáticos también temen que las verdades absolutas presentes en la religión puedan dañar los compromisos necesarios en un gobierno democrático, en consecuencia, es necesario excluir la religión de la plaza pública.

Así, observaba Farr, la mayoría del «establishment» que se ocupa de la política exterior ven el juicio a Rahman y toda la cuestión de la libertad religiosa como un tema humanitario, en lugar de ser un indicador de profundos problemas culturales y políticos.

Educación adecuada

También precisaba que los diplomáticos no son los únicos a quienes hay que culpar por el descuido de la religión. Farr describía cómo muchas instituciones académicas prestan poca atención, incluso después de los acontecimientos del 2001, a la relación entre religión y política exterior.

Como ejemplo, Farr citaba una declaración en 2006 del comité de planes de estudios de la Universidad de Harvard sobre el hecho de que no se educaba a los graduados para conocer el papel de la religión en los acontecimientos contemporáneos o históricos.  Es vital cambiar esto de forma que los futuros diplomáticos reciban una adecuada instrucción sobre este tema clave, argumentaba Farr.

«Esto no significa que los diplomáticos deban ser teólogos, como tampoco hace falta que sean abogados o economistas», declaraba Farr. «Significa que deben redescubrir el primer principio del realismo, que es comprender las cosas como son y llamarlas por su verdadero nombre».

Farr también mantenía que sus recomendaciones no tienen que ver ni con la derecha religiosa ni con la izquierda religiosa. Ni tampoco que la política exterior dependa de una creencia o religión específica. Por el contrario, indicaba que lo que los Estados Unidos deberían hacer es tratar los efectos públicos de la religión, tanto los positivos como los negativos, promoviendo la libertad religiosa y logrando un equilibrio estable entre las autoridades de la religión y el estado.

Un expediente de luces y sombras

Farr también examinaba el expediente de Estados Unidos desde la aprobación en 1998 de la Ley de Libertad Religiosa Internacional. En principio, esta ley compromete al país con el progreso de la libertad religiosa en todo el mundo.

En la práctica, sin embargo, Farr lamentaba que el gobierno haya hecho poco por promover de forma activa dicha política. El departamento de estado ha limitado su papel a la persecución religiosa, y a intentar liberar a los detenidos por causa de sus creencias. No obstante, tras 10 años, Farr indicaba que ha habido pocas mejoras en cuanto a la persecución religiosa y en aquellas zonas en las que ha mejorado normalmente no ha sido por causa de la política de Estados Unidos.

Una de las razones de esta falta de influencia, explicaba Farr, es la distancia que se da entre los esfuerzos por asegurar la libertad religiosa del resto de las esferas políticas que tienen que ver con la seguridad nacional. Con demasiada frecuencia los esfuerzos contra la persecución religiosa se limitan a denuncias retóricas. Además, apuntaba Farr, no es suficiente con luchar contra la persecución religiosa; por el contrario, lo que se necesita es una estrategia coherente para promover la libertad religiosa.

La libertad religiosa no es sólo liberación de la prisión o persecución injusta, sino que incluye el derecho a la actividad pública para contribuir a la política pública, dentro de límites similares a los de otros individuos y grupos, declaraba Farr.

La libertad religiosa, continuaba, también significa que las exigencias tanto de la religión como del estado pueden reconciliarse y reequilibrarse continuamente, imponiendo límites a ambos. Esta libertad, basada en la diferenciación, es distinta de una separación estricta, como ocurre en Norteamérica, o del establecimiento de un estado meramente laico, como en el modelo francés, que excluye la religión de cualquier papel público.

Establecer esta clase de libertad religios
a no es una tarea fácil, admitía Farr. Sin embargo, indicaba que un cada vez hay más investigaciones académicas que muestran que la libertad religiosa es un elemento clave en la serie de libertades que incluyen la libertad política y la libertad de expresión. Este paquete de libertades es esencial para la democracia, precisaba Farr.

«Debemos ser capaces de darnos cuenta de que las sociedades que quieren construir democracias basadas en la libertad religiosa tienen más posibilidades de durar, de que sus ciudadanos florezcan, y sus comunidades religiosas tengan una influencia legítima en la política democrática», indicaba Farr. No es una tarea fácil, ni para Estados Unidos ni para cualquier otro país, pero una tarea que es vital para asegurar un mundo más pacífico.

Por al padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado

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ZENIT Staff

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