Religiosa española que promovió la «santificación en el trabajo», a los altares

Juan Pablo II beatifica el domingo a la madre Bonifacia Rodríguez Castro

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CIUDAD DEL VATICANO, 5 noviembre 2003 (ZENIT.org).- El próximo domingo, Juan Pablo II proclamará beata a la religiosa española Bonifacia Rodríguez Castro, quien abrió un camino de santificación en el trabajo a finales del siglo XIX.

La fundadora de la Congregación de las Siervas de San José –para la promoción social y cristiana de las mujeres obreras– dio también un testimonio heroico de caridad cuando sufrió la expulsión de su propia comunidad.

Bonifacia nació en Salamanca –España– en 1837 en una familia de artesanos. Desde niña, tras sufrir la pérdida de su padre, experimentó las duras condiciones de trabajo de las mujeres obreras de aquella época, con horarios agotadores y salarios muy escasos.

Bonifacia se sintió llamada a la vida religiosa y quiso hacerse dominica, pero un acontecimiento cambió el rumbo de su vida: el encuentro con el jesuita catalán Francisco Javier Butinyà i Hospital (1834-1899), quien llegó a Salamanca en octubre de 1870 con una gran inquietud apostólica hacia el mundo de los trabajadores manuales.

Atraída por su mensaje evangelizador en torno a la santificación del trabajo, Bonifacia se encomendó a su dirección espiritual. El padre Butinyà le propuso fundar con él la Congregación de Siervas de San José, a lo que Bonifacia accedió con docilidad.

La finalidad apostólica más importante con que nacía el nuevo Instituto era la de acoger en sus «Casas-Talleres de Nazaret» a las mujeres pobres que carecían de trabajo, con el fin de enseñarles un oficio y prepararlas para ser trabajadoras cristianas, preservándolas así del peligro de perderse.

Era una respuesta audaz a una de las principales necesidades de la época, cuando la mujer comenzaba a salir de casa para buscar trabajo en las fábricas.

Por la desunión que sembraron algunos eclesiásticos en Salamanca y marginada por sus hijas espirituales, Bonifacia fue destituida como superiora y orientadora del Instituto.

Humillaciones, rechazo, desprecios y calumnias recayeron sobre ella para hacerla salir de Salamanca. La única respuesta de Bonifacia fue el silencio, la humildad y el perdón. Se dirigió a Zamora, donde fundó una nueva casa.

La Santa Sede reconoció a Siervas de San José de Salamanca, pero no a las de Zamora. Esta fue la humillación más dura que experimentó Bonifacia.

Venerada como una santa, murió en Zamora el 8 de agosto de 1905 dejando como herencia un camino de espiritualidad basado en la santificación del trabajo unido a la oración en la sencillez de la vida diaria.

Tras su muerte, las casas de Salamanca y de Zamora se unieron.

Bonifacia sólo tuvo una respuesta para las hermanas que tanto le habían hecho sufrir: el perdón y el amor fraterno hasta el final.

Su principal mensaje es el del seguimiento de las huellas de Jesús, el artesano de Nazaret, que trabaja durante su vida oculta junto a sus padres haciendo de la vida cotidiana verdaderamente un sacramento y un lugar de encuentro con Dios.

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ZENIT Staff

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