Religiosa italiana, instrumento de la misericordia de Dios, a los altares

Juan Pablo II beatificará el 3 de octubre a Sor María Ludovica de Angelis

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 24 septiembre 2004 (ZENIT.org).- El amor al prójimo será un mensaje que resonará en la Iglesia universal el próximo 3 de octubre cuando Juan Pablo II proclame beata, en la Plaza de San Pedro (en el Vaticano), a la religiosa de origen italiano Sor María Ludovica de Angelis (1880-1962), quien con su entrega se hizo «incansable instrumento de la misericordia» de Dios para los demás.

Primera de ocho hermanos, la futura beata nació el 24 de octubre de 1880 en San Gregorio, un pueblecito de la región montañosa de los Abruzos, no lejos de la ciudad de L’Aquila (Italia). Fue bautizada ese mismo día con el nombre de Antonina.

El mismo año, el 7 de diciembre, fallecía en Savona la Madre María Josefa Rossello (canonizada por Pío XII en 1949), quien había dado vida en 1837 a la Congregación de la Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia inspirada en las palabras de Jesús: «Sed misericordiosos como es misericordioso el Padre… Cuanto hagáis a uno sólo de estos hermanos míos, a Mí me lo hacéis».

«Antonina sentía en su corazón que sus sueños encontraban eco en los sueños que habían sido los de la Madre Rossello», relata la biografía difundida por la Santa Sede.

Así que ingresó en las Hijas de la Misericordia el 14 de noviembre de 1904 tomando el nombre de Sor María Ludovica. Tres años después partió hacia Buenos Aires (Argentina).

«Desde ese momento –apunta la Santa Sede– se da en ella un florecer ininterrumpido de humildes gestos silenciosos en una entrega discreta y emprendedora».

Sor Ludovica no poseía una gran cultura, pero era increíble todo lo que lograba llevar a cabo ante los ojos asombrados de quienes la rodeaban. No formulaba programas ni estrategias, pero se entregaba con toda su alma.

En el Hospital de Niños al que fue enviada –que «adoptó» como familia suya— fue cocinera y más tarde responsable de la Comunidad, «infatigable ángel custodio de la obra que, en torno a ella, se transforma gradualmente en familia unida por un único fin: el bien de los niños».

La Santa Sede describe a la futura beata como «serena, activa, decidida, audaz en las iniciativas, fuerte en las pruebas y enfermedades, con la inseparable corona del Rosario entre las manos, la mirada y el corazón en Dios y la sonrisa permanente».

Sor Ludovica llegó a ser «sin saberlo ella misma, a través de su ilimitada bondad, incansable instrumento de misericordia, para que a todos llegue claro el mensaje del amor de Dios hacia cada uno de sus hijos».

«Hacer el bien a todos, no importa a quién» era el único programa que expresaba.

En su labor, Sor María Ludovica obtuvo subvenciones, quirófanos, salas para los pequeños enfermos, nuevo instrumental, un edificio en Mar del Plata (Argentina) destinado a la convalecencia de los niños, una capilla –hoy parroquia–, y una floreciente estancia rural para que sus protegidos tuviesen siempre alimento genuino.

Durante 54 años fue amiga y confidente, consejera y madre, guía y consuelo de cientos y cientos de personas de toda condición social.

Falleció el 25 de febrero de 1962. El Hospital de Niños asumió el nombre de «Hospital Superiora Ludovica».

«Difundir en el mundo la Misericordia de Dios» y «ser, como María, instrumento de salvación» son las señas de identidad de la Congregación de la Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia –fundada por Santa María Josefa Rossello–, a la que pertenecía la futura beata.

Desde su fundación, las religiosas volcaron su servicio en las escuelas y en las parroquias, en los hospitales y allí donde son requeridas, teniendo predilección por las niñas abandonadas y los pobres.

Hoy, la Familia de la Madre Rossello –formada por las Hijas de la Misericordia, los Sacerdotes de la Misericordia y las Asociadas laicas en el apostolado de Misericordia– está presente en cuatro continentes y diecisiete naciones.

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ZENIT Staff

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