Religiosas de Belén asediadas en medio del silencio internacional

El Instituto de María Santísima del Huerto acoge a niños y ancianos

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BELEN, 17 julio 2002 (ZENIT.orgAvvenire).- Las religiosas del Instituto de las Hijas de María Santísima del Huerto, en Belén, que acogen a niños y ancianos, viven un nuevo asedio, similar al que sufrió la Basílica de la Natividad; pero en medio del silencio de los medios de comunicación.

Sor Jacinta explica que todo empezó con el final del asedio a la Basílica: Belén ha desaparecido de las televisiones; las religiosas, sin embargo, viven una nueva situación de asedio sin que nadie pronuncie una palabra.

El Instituto de las Hijas de María Santísima de Belén está a cinco minutos de la Basílica. Los soldados que la asediaban se han apostado delante de la casa de las religiosas, «sospechosas» — según el ejército — de «ofrecer hospitalidad a los palestinos».

«Estamos encerradas aquí desde hace dos meses –relata la religiosa–. El edificio está rodeado de tanques. A las cinco de la mañana, cada día, los militares empiezan a gritar: hay toque de queda, está prohibido salir, está prohibida la circulación».

«El estribillo se repite a intervalos regulares. Y cada cierto tiempo, disparan: con cañones o ametralladoras, depende –sigue diciendo–. Probablemente creen que aquí dentro hay musulmanes. Y en cambio estamos sólo nosotras cinco, las religiosas, junto a los niños y ancianos que acogemos».

Cuando la atención internacional se concentrada en la Natividad la situación era mejor, explica la religiosa: «Los soldados nos dejaban respirar: si había cámaras, relajaban las restricciones. Daban luz verde para permitir alguna filmación tranquilizadora. No era mucho, pero servía para aprovisionarnos de lo necesario».

Ahora, la vida en esta pequeña comunidad está pendiente de la televisión: «Las emisoras locales han sido interceptadas. Debemos permanecer pegadas a un canal concreto: transmite sólo dibujos animados, pero de vez en cuando se interrumpen y aparece el mensaje que comunica el horario del permiso de salida». En general, tres horas, una vez a la semana.

El sacerdote que celebra misa para la comunidad viene con un coche de la Cruz Roja, pero a menudo es detenido en el puesto de control.

La preocupación mayor de todos modos es la de los ancianos: «No ven a sus familiares desde hace meses, se ven obligados a estar aquí dentro con este calor, y resulta cada vez más difícil conseguir medicinas».

La religiosa explica que de vez en cuando trata de sacarlos fuera: «Con sillas de ruedas y muletas a la vista. Y permaneciendo lo más quietos posible».

En cuanto a los niños, han empezado las matrículas en las escuelas para el próximo curso, pero nadie logra hacer la preinscripción: «El gobierno repite que si no se entrega el anticipo de la matrícula no se les conservará la plaza. Pero aquí, como en toda Palestina, los padres no trabajan desde hace dos años: las fábricas están destruidas, las actividades paradas; ya es mucho si logran comprar comida».

Las religiosas dicen que se han dirigido a menudo a las organizaciones internacionales: «Pero Cáritas y Cruz Roja tienen que ayudar a los musulmanes, como es justo. El resultado es que las comunidades cristianas, la nuestra y todas las demás extendidas por Palestina, se quedan al margen de todo. Y lo que más hiere –concluye la religiosa– es ese silencio insoportable».

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ZENIT Staff

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