Representante vaticano pide fármacos gratuitos para enfermos de Sida

Monseñor Mupendawatu habla del compromiso de la fundación El Buen Samaritano

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 16 de julio de 2011 (ZENIT.org).- A finales de 2010 eran más de treinta y cuatro millones las personas afectadas por el virus del Sida en el mundo. De ellas sólo el 5 por ciento recibe asistencia adecuada.

El proyecto en estudio por la Organización Mundial de la Salud es reducir drásticamente para el año 2015 el número de niños contagiados. Precisamente en estos días la “International Aids Society” (IAS) ha convocado en Roma a los máximos expertos en temas de patogénesis, tratamiento y prevención del Vih/Sida para buscar poner a punto estrategias.

Sin embargo persiste el problema de la ampliación de la asistencia al mayor número de los países  golpeados por la infección. En primera línea en esta lucha sin fronteras se encuentra la fundación El Buen Samaritano, emanación directa del Consejo pontificio para la pastoral de la Salud.

De ello ha hablado monseñor Jean-Marie Mupendawatu, recién nombrado secretario del citado dicasterio, donde ha sido oficial desde 1991 y subsecretario desde 2009, en esta entrevista concedida a “L’Osservatore Romano”.

¿Cuándo y por qué nació la fundación?

–Monseñor Mupendawatu: El beato Juan Pablo II instituyó la fundación el 12 de septiembre de 2004. Luego la encomendó al Consejo pontificio para la pastoral de la salud. Sus fines se resumen en el apoyo económico  a los enfermos más necesitados, en particular a los afectados por Vih/Sida, que piden un gesto de amor solidario a la Iglesia. Creo que es necesario promover ulteriormente la sinergia que ya existe entre la Iglesia, en sus distintas articulaciones y el mundo de la salud y de las empresas productoras de fármacos. Para este fin hemos preparado un «Modelo de acción integrado» que, en el  respeto y en la valoración de los diversos papeles y competencias, tiene importantes objetivos.

¿Cuáles son?

–Monseñor Mupendawatu: En espera de poder organizar una deseable mesa de trabajo conjunto en la que deberían participar todas las realidades del sector —eclesiales y no eclesiales— capaces de contribuir a ella, creo que en primer lugar se debe lograr asegurar, también mediante el compromiso de los gobiernos locales, la distribución gratuita de fármacos antirretrovirales a los infectados. Así se consentiría duplicar —según lo referido a su vez por el Programa conjunto de las Naciones Unidas sobre el Vih/Sida  (ONUSIDA)— la esperanza de vida de las personas afectadas por Vih, que pasaría de 11 a 22 años. En este sentido considero fundamental promover la formación del personal médico y de enfermería así como el directivo. Sería necesario además transferir a la población local más conocimientos y competencias posibles, a través de itinerarios de formación dirigidos a crear figuras profesionales capaces de actuar en contextos sanitarios estructuralmente escasos como los de la mayor parte de los países económicamente desfavorecidos. De enorme valor estratégico podría ser también la difusión capilar de los laboratorios de análisis, diagnóstico y tratamiento. Lo ideal, por lo tanto, sería llevar a acabo una red eficiente, a pesar de las dificultades, en muchas áreas, ligadas a la falta de infraestructuras esenciales, como por ejemplo vías de transporte y comunicación efectivamente transitables. Por otro lado, es básico mejorar constantemente la prevención del contagio de Vih/Sida, sobre todo en lo relativo a la transmisión del virus de madre a hijo y, más en general, entre los miembros de un mismo núcleo familiar. Se trata, en sustancia, de extender y promover lo más posible —en primer lugar a través de las escuelas católicas— una educación adecuada para hacer comprender los valores de la vida, de la familia y de la sexualidad responsable. Finalmente no podrá faltar un apoyo socio-económico, como la difusión de proyectos de desarrollo rural y de microcrédito estudiados pertinentemente y capaces de permitir a las familias y a las comunidades auto-sustentarse y resolver las problemáticas agravantes ligadas a la pobreza y a la exclusión.

Por Mario Ponzi

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ZENIT Staff

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