Respeto recíproco, clave entre el inmigrante y el país de acogida

Advierte el secretario del Pontificio Consejo para los Emigrantes e Itinerantes

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VENECIA, lunes, 14 mayo 2007 (ZENIT.org).- El debido respeto al inmigrante también debe observarlo éste siguiendo el principio de reciprocidad en el país de acogida, por ejemplo en la dimensión religiosa, recuerda el secretario del Pontificio Consejo para los Emigrantes e Itinerantes.

El nexo entre revolución demográfica y movimientos de población fue el tema que abordó el arzobispo Agostino Marchetto en la ciudad italiana de Venecia a principios de mes, en un encuentro convocado por el «Aspen Institute Italia».

Y es que, como recuerda la intervención pronunciada por el prelado –cuyo texto difunde su dicasterio-, en un contexto de globalización el envejecimiento de la población europea ejerce influencia en el fenómeno migratorio.

Es el caso de los países de Europa occidental, que carecen de personas suficientes para mantener su ritmo de desarrollo –apunta-, además de la necesidad de contar con quienes cuiden a sus ancianos.

«Europa, por lo tanto, es ya deudora de los inmigrantes, un motivo más para respetarles en su dignidad de personas, tutelando los derechos humanos y laborales», tales como «el justo salario», «los beneficios sociales», «con la participación activa en la vida social, cultural y política», expresa el arzobispo Marchetto.

«Así se refuerza también la estrategia de su integración, y no digo asimilación», precisa.

La cultura de los inmigrantes igualmente ha de ser respetada y aceptada –no sólo tolerada-, «con tal de que no vaya contra los valores éticos universales, los derechos humanos fundamentales y las leyes legítimas del país de acogida, sabido que apertura a las diversas identidades y expresiones culturales no quiere decir aceptarlas todas indiscriminadamente», recalca el prelado.

Añade que «la identidad de los inmigrantes implica también la dimensión religiosa, por lo que se debe respetar su libertad en este sentido»: «libertad de conciencia, de culto y de religión, que no es la misma cosa».

Por su parte, los inmigrantes «deben a su vez respetar la identidad cultural y religiosa de la población de acogida» -advierte el secretario del Pontificio Consejo para los Emigrantes e Itinerantes-, mientras que «corresponde a los gobiernos tutelar las mutuas libertades».

Es el contexto en el que el prelado recuerda la importancia del «principio de reciprocidad» entendido no como una «actitud puramente reivindicativa», «sino como relación fundada sobre el respeto recíproco y sobre la justicia en el tratamiento jurídico-religioso».

En cuanto a la gestión de las migraciones, el arzobispo Marchetto es consciente de la dificultad de armonizar «el principio de la libertad de emigrar y el derecho de los Estados a regular el acceso al propio territorio», punto en el que debe estar presente «el bien común nacional», sabiendo que existe también el bien común «universal».

Y es que «los flujos migratorios no son homogéneos» -aclara-, pues «hay migrantes económicos, estudiantes extranjeros y refugiados, o demandantes de asilo»; hay «quien no pretende establecerse definitivamente en el país de destino o busca sólo ingresos de temporada».

Pero para todos «existe el derecho a un trato justo», recuerda.

«Explicito: la situación irregular, también la de las víctimas del tráfico de seres humanos, no priva de los derechos humanos», concluye.

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ZENIT Staff

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