Retorno a los valores para solucionar la crisis en Costa de Marfil, propone su episcopado

Al término de la Asamblea Plenaria

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ABIDJAN, lunes, 7 febrero 2005 (ZENIT.org).- «Demasiada sangre se ha derramado ya en este país. Renunciad al espíritu del odio, de la venganza y de la desconfianza recíproca: es la única solución para llegar a las elecciones previstas para 2005 con un espíritu sereno», invitan los obispos de Costa de Marfil al término de su Asamblea Plenaria recientemente celebrada.

En su «Llamamiento al retorno de los valores morales, religiosos y espirituales en la resolución de la crisis marfileña» –del que la agencia misionera «Misna» se hace eco–, los prelados insisten en la necesidad del diálogo y de la reunificación del país, un objetivo alcanzable sólo con el apoyo de la comunidad internacional.

«Con nuestro socio privilegiado, Francia, desearíamos abrir una nueva página de relaciones, hechas de mutuo respeto, de igualdad, de justicia y de fraternidad», dicen en su mensaje.

Costa de Marfil –que hasta 1960 permaneció bajo la órbita colonial francesa– «es una nación soberana –recuerdan–. Y como tal merece respeto (…). Los extranjeros deberían aprender a respetar a los marfileños y no deberían entrometerse en los asuntos internos. Los marfileños, por su parte, deberían dar el mismo respeto a aquellos que acogen en su territorio».

Refiriéndose a la crisis que estalló en septiembre de 2002 –cuando un fracasado golpe de Estado contra el presidente Laurent Gbagbo llevó a la rebelión a ocupar la mitad centro-septentrional del país–, los obispos de Costa de Marfil vuelven a pedir el diálogo entre las partes, alertando de que interrupciones o encerrarse en uno mismo llevará «inevitablemente a la guerra».

Se refieren los obispos en particular a la paralización, desde hace algunos meses, de las actividades del gobierno de unidad nacional, después de que, tras continuos desacuerdos entre el frente del presidente Gbagbo y el de las Fuerzas Nuevas (la coalición política que reúne en el gobierno de transición a los tres movimientos rebeldes protagonistas de la crisis), esta última formación se «auto-suspendiera» del Ejecutivo, boicoteando los trabajos del gabinete.

Con vistas a las elecciones previstas para este año, los prelados marfileños lanzan un llamamiento especial a los jóvenes del país, poniéndoles en guardia de las instrumentalizaciones políticas: «Sobre todo, no os dejéis adular por ciertos políticos sin grandes valores morales que sólo os quieren utilizar, sin que les importe verdaderamente la situación en la que estáis obligados a vivir».

A los soldados y a los cuerpos paramilitares piden los obispos católicos que defiendan a los ciudadanos en el respeto de la dignidad humana, y les invitan también a renunciar a prácticas como la de la estafa, «un verdadero cáncer de la sociedad que perjudica a nuestro país y su economía».

Finalmente el episcopado de Costa de Marfil se dirige a los periodistas y trabajadores de los medios de información, invitándoles a preguntarse si al relatar la crisis en curso en el país han trabajado para favorecer la paz.

«¿Cuál es vuestra responsabilidad en la crisis actual?», interrogan los prelados, denunciando los comportamientos de cierta prensa más empeñada en apoyar a una parte o a un líder político que a respetar «la ética y la deontología profesional, además de la verdad misma».

Juan Pablo II pidió el pasado 7 de noviembre que callaran las armas en Costa de Marfil y se retomara el diálogo en medio de la tensión provocada por el asesinato, la víspera, de nueve de soldados franceses. La violencia tuvo origen en un ataque aéreo del ejército de Costa de Marfil contra las tropas francesas que forman parte de la fuerza internacional de interposición.

En respuesta al bombardeo, el presidente francés Jacques Chirac ordenó la destrucción de los «medios militares» utilizados en la violación del «alto el fuego», operación que llevó al derribo de dos aviones de combate del ejército marfileño.

Entonces el presidente de la Asamblea Nacional marfileña, Mamadou Coulibaly, lanzó duras advertencias a París, acusándole de matar a una treintena de personas, extremo que desmintieron las autoridades galas.

La caída de los precios de las materias primas en la década de los ‘80 y el golpe de Estado de 1999 por parte del general Roberto Guei han sumido a este país en una profunda crisis. Guei cedió el poder a Gagbo tras perder las elecciones presidenciales en 2000, aunque desde entonces Costa de Marfil ha sufrido varias insurrecciones militares y una gran inestabilidad política.

El enfrentamiento entre el gobierno de Laurent Gbagbo y los grupos rebeldes leales a Guei ha provocado un millón de desplazados y una crisis sanitaria generalizada en todo el país.

En mayo de 2003 se declaró un «alto el fuego» y en junio los rebeldes presentaron una declaración que ponía fin a la guerra después de que el presidente aprobase la amnistía para los guerrilleros que ocupaban el norte del país.

Sin embargo en septiembre el proceso de paz se vio paralizado cuando los rebeldes anunciaron su retirada del gobierno de reconciliación nacional y el aplazamiento de su programa de desarme.

El 16,50% de los más de diecisiete millones de marfileños son católicos. Los musulmanes son entre el 35 y el 40%, mientras que los creyentes en las religiones animistas oscilan entre el 25 y el 40%. Hay también un porcentaje significativo de cristianos de otras confesiones.

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ZENIT Staff

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