«Revelaciones» y misterios sobre el atentado del Papa, 20 años después

El Papa presidirá una misa de acción de gracias el próximo domingo

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CIUDAD DEL VATICANO, 11 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II recordará el próximo domingo, 13 de mayo, los veinte años del atentado que a punto estuvo de quitarle la vida, con una eucaristía de acción de gracias en la que ordenará a 34 nuevos sacerdotes.

Era un caluroso miércoles, por la tarde, cuando la figura blanca del Papa, de pie, en el auto descubierto, caía entre los gritos de la gente que llenaba la plaza de San Pedro del Vaticano. La mano del turco Mehmet Ali Agca se levantó por encima de la cabeza de los fieles apretando una Browning calibro 9. Hizo dos disparos. Sólo un proyectil alcanzó al Papa, quien fue llevado a toda velocidad al hospital Gemelli de Roma, donde le tuvieron que extraer gran parte del intestino.

Han pasado veinte años desde aquel 13 de mayo de 1981. Era el día de la Virgen de Fátima y el Papa, convencido de que le debe la vida — «…fue una mano materna quien guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se paró en el umbral de la muerte», dijo el 13 de mayo de 1994–, pidió que se colocara en el santuario de Fátima la bala que le había atravesado el cuerpo.

El año pasado, en un 13 de mayo, el pontífice beatificó a los dos pastorcillos ya fallecidos que fueron testigos de las apariciones de María en Portugal. En aquella ocasión el secretario de Estado vaticano, el cardenal Angelo Sodano, anunció la revelación del tercer secreto de Fátima, algo que haría el 26 de junio el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

En las revelaciones que tuvieron lugar entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, se hablaba de la figura blanca del obispo de Roma que cae ante los enemigos.

Las investigaciones, que corren a cargo de la Justicia italiana, no han logrado esclarecer quiénes fueron los que dieron las órdenes al terrorista turco de los «lobos grises»..

Ali Agca tenía 22 años. A los investigadores y jueces respondió con largos y arrogantes silencios. Fue descrito por la prensa italiana «como un profesional, psicológicamente bien preparado a soportar interrogatorios». Dos meses después, fue condenado a cadena perpetua «por atentado contra un jefe de Estado extranjero». No presentó recurso y la condena se hizo definitiva.

Parecía que nunca se conocería la verdad. De repente, Alí Agca comenzó a llenar páginas y páginas de declaraciones ante el juez instructor Ilario Martella. Sus narraciones hablaban de la participación de los servicios secretos búlgaros. Dio los nombres de los funcionarios Serghey Antonov, jefe de escala de la Balkan Air en Roma, de Todor Ayvazov y Zeliko Vassilev, cajero y agregado militar respectivamente de la embajada búlgara. Los tres fueron arrestados.

El proceso se concluyó en marzo de 1985 con la absolución por falta de pruebas. Luego Alí Agca comenzó a decir locuras: se proclamó el nuevo Jesucristo. De este modo, desacreditó las acusaciones que él mismo había lanzado anteriormente. Dijo que había acusado a los búlgaros pues le habían amenazado de muerte.

El Papa le perdonó en la cárcel romana de Rebibbia. Después pidió para él la gracia, que le fue concedida por el presidente de Italia, Carlo Azeglio Ciampi, el año pasado. Alí Agca regresó entonces con todos sus misterios a Turquía, donde se encuentra encarcelado por otros delitos.

Ahora, uno de sus viejos amigos turcos de los «lobos grises», Oral Celik, quien ya ha cambiado de versión en varias ocasiones, ha escrito un libro en el que asegura que en la plaza de San Pedro había, junto con Alí Agca, seis asesinos a sueldo, tres turcos y tres de otra nacionalidad.

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ZENIT Staff

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