San Pedro Canisio

«El más importante e intrépido defensor de la religión»

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MADRID, viernes 21 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Así fue conceptuada la excepcional labor de este egregio jesuita, incansable apóstol y apologeta, que no se concedió ni un instante para sí, haciendo de su vida un permanente acto de ofrenda a Cristo.

Por Isabel Orellana Vilches

Este insigne apóstol de Alemania, que siguió los pasos de san Bonifacio en la evangelización germana, nació el 8 de mayo de 1521 en la localidad holandesa de Nimega. Su influyente familia pertenecía a la nobleza. Fue el primogénito de dos hermanos, y de ocho vástagos más que nacieron del segundo matrimonio de su progenitor, quien contrajo nuevas nupcias al enviudar. Todos los hijos fueron educados en la fe tanto por el padre como por sus dos esposas. En 1536 Pedro inició sus estudios en la universidad de Colonia. Y fue allí donde la eficaz labor apostólica de dos sacerdotes le fueron conduciendo hacia una vida espiritual intensa. El segundo, P. Nicolás van Esche, que fue su confesor, le sugirió leer el Evangelio todos los días y le proporcionó las pautas elementales de la oración. Fue un alumno excepcional; en 1540 obtuvo el Magister en Teología. Entonces vivía en un estado de búsqueda, y se hallaba a la espera de que Dios le mostrara el camino mientras barajaba la opción sacerdotal.

Todo se concretó al conocer al jesuita Pedro Fabro en 1543; le había puesto en contacto con él otro jesuita compañero de estudios. Se trasladó a Maguncia expresamente para hablar con el beato, y quedó bajo su amparo. Después, hizo los ejercicios espirituales, y en mayo de ese año ingresó en la Compañía de Jesús. El noviciado coincidió con la muerte de su padre y decidió distribuir los cuantiosos bienes que le legaron entre los pobres, estudiantes sin recursos y también entre los jesuitas. En el noviciado le encomendaron la delicada misión de dirigir como vicesuperior a la reducida comunidad que quedó en Colonia tratando de esquivar el decreto de expulsión que pendía sobre los conventos. Y en 1544 comenzó a dedicarse a la predicación, acción apostólica que le distinguiría y en la que obtuvo grandes conversiones.

Profesó en mayo de 1545. Le avalaba su prestigio en la Universidad cuando le designaron para participar en la Dieta de Worms donde se dirimían los conflictos entre protestantes y católicos. Otra de sus actuaciones se produjo en el ámbito de la diplomacia. Trabajaba arduamente, consciente de que no tenía ni un instante para sí, como expresaba al P. Fabro en sus cartas. Fue ordenado en junio de 1546 y en agosto de este año moría el beato, noticia que Pedro acogió con incontenible emoción ya que se había formado bajo su tutela. La situación eclesial era gravísima porque el arzobispoMax Hermannvon Wied se había involucrado en la herejía y lo habían excomulgado. Las misiones diplomáticas que Pedro llevó a cabo fueron esenciales para el mantenimiento de la fe en Colonia; por ellas se le califica como «el más importante e intrépido defensor de la religión». Se distinguió por su celo apostólico, la oración, la meditación y la caridad que mostraba hacia todos. Fue un apologeta de la fe, cuya defensa efectuó con rigor y respeto, imbatible en su manera de refutar los errores.

Participó en el Concilio de Trento, y después se trasladó a Roma por indicación de san Ignacio de Loyola, que se ocupó personalmente de completar su formación. Humilde, obediente y dispuesto a todo por Cristo, partió a Mesina para trabajar en un colegio infantil. Reconoció: «Me apego a la obediencia, con el corazón. Obligo al espíritu a no inclinarse». Con esta magnánima resolución transcurrió el resto de su vida entre Alemania, Austria y Holanda, siendo incansable apóstol, insigne profesor, ardiente predicador y reconciliador que supo tocar la fibra íntima de los apartados de la fe. Pacificador y mediador en graves conflictos, hombre de gran visión y sabio gobierno, por donde pasaba surgían vocaciones y, con ellas, el incremento de sacerdotes. Fue fundador de colegios, vice gran canciller y rector universitario, administrador de la diócesis de Viena, a su pesar, por expresa indicación del papa Julio III, y reputado autor.

Entre sus obras se halla el famoso compendio de doctrina cristiana, luego convertido en catecismo, que sería objeto de numerosas traducciones y reediciones. En 1556 san Ignacio lo designó provincial de Alemania hallándose bajo su jurisdicción Austria, Bohemia, Baviera y el Tirol. En tres décadas recorrió miles de kilómetros evangelizando a las gentes. «Descansaremos en el cielo», decía. Todos, fueran o no creyentes, le estimaban. Fue designado nuncio por Pío IV, y Pío V le encomendó asistir a la Dieta de Augsburgo. Los últimos 17 años de su vida los pasó en Friburgo, animando, consolando, estudiando, escribiendo e impulsando las fundaciones. Murió el 21 de diciembre de 1597 contemplando a María. Fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia el día 21 de mayo de 1925 por el papa Pío XI.

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ZENIT Staff

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