San Pedro y San Pablo, pilares de la primera catedral en Mongolia

Consagrada por el cardenal Crescenzio Sepe

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ULAN BATOR, 1 septiembre 2003 (ZENIT.org).- El prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el cardenal Crescenzio Sepe, consagró el sábado pasado la iglesia catedral de Ulan Bator ante la joven y dinámica Iglesia que en Mongolia ya ha adquirido rostro propio en tan sólo una década.

Estuvieron en la celebración junto al purpurado el nuncio en Mongolia –arzobispo Giovanni Battista Morandini– y el obispo Wenceslaw Padilla –religioso de la Congregación del Corazón Inmaculado de María, de origen filipino, y primer prefecto apostólico—, ordenado la víspera por el cardenal Sepe.

«Hace once años comenzasteis literalmente de la nada vuestro camino como comunidad de Dios», dijo el cardenal Sepe en su homilía ante todos los fieles presentes en la solemne eucaristía.

Ello no impidió a los tres primeros misioneros –monseñor Padilla, el padre Robert Gooseens y el padre Gilbert Sales–, también presentes, «testimoniar su fe en Jesucristo en medio de vosotros, pueblo de Mongolia», reconoció el purpurado.

De hecho, el cardenal Sepe reflexionó en la realidad en que se ha transformado la comunidad católica en Mongolia: «¡Una Iglesia joven y viva!». Lentamente «habéis transformado el rostro y el carácter de la Iglesia, de extranjeros a mongoles», reconoció el purpurado.

«De tres misioneros a cuarenta y cinco –constató–; de unos cuantos católicos a más de 150, junto a muchos otros que quieren convertirse; de una comunidad de fieles a tres; de un Centro de Asistencia Verbita a las diferentes obras y apostolados en los que estáis comprometidos actualmente al servicio del pueblo de Dios en Mongolia».

Las raíces históricas del cristianismo en Mongolia se remontan a los siglos XIII y XIV, cuando llegaron a la tierra de las estepas los primeros misioneros ante el gran khan, entre quienes se encontraba Marco Polo, el famoso navegante italiano.

A propósito de aquellas raíces históricas, el cardenal Sepe citó al gran khan Qubilai, quien estaba especialmente interesado en el cristianismo. De hecho, pidió personalmente al Papa Clemente IV que enseñara a su pueblo el cristianismo y la ciencia. Y Marco Polo sirvió en su corte durante diecisiete años.

«Esto fue posible –subrayó el cardenal Sepe— sólo porque los grandes khanes mongoles, empezando por el mayor de todos, Gengis Khan, mostraron un tipo de sabiduría muy raro en el siglo XIII, esto es, la tolerancia y la aceptación de todas las religiones».

Según el purpurado, precisamente esta sabiduría podría haber sido el principio que orientó a los autores de la nueva Constitución mongola, dado que introdujeron el «derecho fundamental a la religión y a la libertad de religión».

«Y tal vez –añadió el cardenal— fue nuestra herencia histórica cristiana del pasado en Mongolia la que inspiró a los responsables de la nueva Mongolia democrática a iniciar relaciones diplomáticas con el Vaticano», una iniciativa que con gran alegría acogió Juan Pablo II.

«Mientras afirmáis vuestra herencia histórica como pueblo, recordad que lo que nos sostiene en nuestros esfuerzos de construir nuestra comunidad cristiana es la fe en Dios, quien es amoroso y compasivo con nosotros, y la fe en el Buen Pastor, Jesucristo, que dio su vida por nosotros, su rebaño», exhortó el purpurado.

La consagración de la catedral, dedicada a San Pedro y San Pablo, dio pié al cardenal Sepe a referirse a estos «pilares de la Iglesia de Dios», a quienes a pesar de sus debilidades «Dios confió la construcción y la edificación de su pueblo, de su rebaño».

«Ambos representan nuestra humanidad y nuestra apertura a la gracia de Dios», constató el purpurado. «Mientras consagramos esta iglesia de Dios, consagremos nuestra condición humana y pidamos a Dios que nos sane de nuestras debilidades», concluyó.

Actualmente dos centenares de fieles forman la comunidad católica de Mongolia, donde los cristianos son 34.000 –el 1,3% de una población de 2.262.000 habitantes–. La mayoría (39,7%) no profesa religión alguna. Los cultos animistas son los más difundidos (31,2%). Los budistas representan al 22,5% de la población, mientras que los musulmanes son el 4,8%.

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ZENIT Staff

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