Santa Sede: El horizonte de Europa, después del Tratado constitucional

Entrevista con el arzobispo Giovanni Lajolo

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ROMA, viernes, 25 junio 2004 (ZENIT.org).- Además de la importancia que puede tener en el equilibrio político entre las grandes fuerzas mundiales, la Unión Europea tiene ante sí el reto de convertirse en un «socio solidario» para el desarrollo cultural y económico del Tercer Mundo, sugiere el secretario para las relaciones con los Estados de la Santa Sede, el arzobispo Giovanni Lajolo.

Es una perspectiva que plantea tras la reciente aprobación del Tratado constitucional de la UE, un texto en general acogido con un sentimiento de satisfacción por la Santa Sede, pero que ha omitido la «incontrovertible» herencia cristiana del viejo continente entre otras razones por prejuicios ideológicos, lamenta el prelado en esta entrevista difundida el miércoles por el diario italiano «Avvenire».

–Algún periódico, a propósito del nuevo Tratado, ha titulado: «Constitución europea, el “no” del Papa». ¿Es así?

–Monseñor Lajolo: Me parece que el comunicado de la Sala de Prensa ha expresado adecuadamente el pensamiento y los sentimientos de la Santa Sede. Sobre todo satisfacción. Se ha alcanzado una etapa importante por los resultados conseguidos y por las perspectivas que se abren, incluso porque un fracaso de la Conferencia de Bruselas habría podido tener graves efectos negativos, alentando fuerzas centrífugas y egoísmos nacionalistas. Y satisfacción también porque el Tratado salvaguarda el status de la Iglesia en los diferentes Estados miembros de la Unión, le reconoce la identidad y la contribución específica, y se compromete a un diálogo abierto y regular. Puede ser el inicio de un camino beneficioso, aunque ciertamente no será siempre fácil…

–Sin embargo ha habido también quejas por la no mención en el Preámbulo de las raíces cristianas. ¿Por qué, en su opinión, este rechazo?

–Monseñor Lajolo: Querría recordar sobre todo que han sido pocos gobiernos los que se han cerrado categóricamente a la mención de la herencia religiosa específicamente cristiana. Y duele constatar que son precisamente los países en cuya historia y en cuya cultura el cristianismo ha tenido una parte altamente cualificada, incontrovertible. ¿Por qué esta oposición? En mi opinión, sobre todo por un evidente prejuicio ideológico, porque la herencia religiosa en cuestión no es un concepto abstracto, no es la herencia de quién sabe qué religión, sino propiamente la herencia cristiana. Se trata de una evidencia histórica: ¿no se quiere ver «la ciudad en el monte»? También se ha dado el temor de que la mención explícita de la herencia cristiana pudiera hacer menos aceptable la casa europea para un país de mayoría musulmana que podría eventualmente formar parte de ella. Temores fuera de lugar: porque es precisamente del cristianismo el principio de la libertad religiosa y de la clara distinción entre esfera religiosa y esfera política, que permite la serena convivencia de religiones distintas en una misma organización política.

–Según muchos observadores, la reciente votación europea parece haber premiado a las llamadas formaciones «euroescépticas». ¿Está de acuerdo con este análisis? ¿Y cuáles serían las consecuencias si verdaderamente el impulso europeista sufriera una parada?

–Monseñor Lajolo: Planteemos al elector europeo un par de preguntas sencillas: ¿cuál es la tarea del Parlamento Europeo por el cual tú votas, y cuál es el proyecto político de la Unión Europea de la que este Parlamento debería ser el órgano más representativo? Estoy convencido de que no muchos podrán dar una respuesta pertinente. Ahora será por lo tanto necesario cuestionarse cómo se puede hacer a los ciudadanos europeos más conscientes de una Europa por la que valga la pena entusiasmarse. Una Europa que no sea sólo una solución técnico-económica, aún válida, sino un gran proyecto político, o sea en definitiva una meta social y por lo tanto una opción moral. Precisamente los decepcionantes resultados de la reciente votación pueden sin embargo convertirse en indicaciones para introducir en la política europea las correcciones necesarias e infundir nuevo dinamismo al impulso europeista.

–En efecto, se lamenta desde muchos sectores un excesivo poder burocrático centralizado, no convalidado por ningún mandato democrático. En concreto ¿cómo se puede hacer Europa más cercana a la gente?

–Monseñor Lajolo: Pienso en particular en dos aspectos. Primero: hacer más comprensibles y perceptibles los grandes principios, como los de solidaridad y subsidiariedad, presentes, es más, determinantes en el Tratado, y que deberán caracterizar la política de la Unión. Segundo: indicar algunas metas concretas de carácter social, cultural y político que los Estados europeos pueden alcanzar sólo juntos. Corresponde a los políticos, en particular al Parlamento Europeo, identificar, formular y hacer comprender la convivencia dentro de cada Estado.

–El resultado de la votación europea ha sido especialmente decepcionante precisamente en algunos países que han pasado ahora a formar parte de la UE. ¿Por qué?

–Monseñor Lajolo: No sabría dar una respuesta documentada. Pero me pregunto si un resultado así, indudablemente frustrante, además de por las razones generales que ya he indicado, no deba leerse también a la luz de la historia reciente de esos países. Estos han recuperado desde hace poco su soberanía nacional y la libertad política; en sus poblaciones existe tal vez el temor –fomentado también por fuerzas nacionalistas— de que su voz no sea suficientemente escuchada en una unión con otros países mayores y más fuertes y que tengan que sufrir nuevamente medidas legislativas impuestas desde fuera.

–¿Qué podría significar una Europa políticamente fuerte en el escenario internacional de este comienzo del milenio?

–Monseñor Lajolo: Mucho, y desde varios puntos de vista. Sobre todo en los equilibrios políticos entre las grandes fuerzas mundiales, entre aquellas ahora determinantes en el escenario internacional y aquellas que se van delineando como tales para el próximo futuro. Pero aún más, la UE debería proponerse, en mi opinión, como un gran socio para el desarrollo cultural y económico de los países del tercer mundo. Papel que podría desempeñar no presentándose como el «socio mejor», sino como «socio solidario» animador de empresas conjuntas no sólo en el campo del desarrollo técnico y económico, sino sobre todo en el de la investigación, de la red de información, de la cultura de base, así como de la alta cultura, y de los proyectos sociales.

–¿Cree que existe en el horizonte un riesgo concreto de «choque de civilizaciones»? ¿Y que sea éste el foco del terrorismo?

–Monseñor Lajolo: El terrorismo internacional se remite a pocas ideas, radicalizadas, absolutizadas y llevadas a una fuerza destructiva por el fanatismo religioso junto a una errónea simplificación en el análisis político. Aquél ya está declaradamente empeñado en un choque de civilizaciones: quiere llevar a eso, y lo desea ostensiblemente, con alguna frase aislada del Corán, y quiere por lo tanto también un choque de religiones. Pero todas las fuerzas religiosas y culturales que aceptan la razón, esto es el hombre en su naturaleza y en su historicidad, como elemento fundante de su visión y de su acción, no pueden no declararse fuera de una lucha tan insensata y abrirse a una perspectiva bien distinta. Precisamente el fenómeno inhumano y absurdo del terrorismo debe empujar con creciente urgencia al encuentro, al conocimiento mutuo y al recíproco reconocimiento. Que en definitiva, fuera de todo sincretismo, en concreto significa una ocasión de enriquecimiento espiritual. Esta por lo menos es nuestra concepción.

–Desde Irak a Tierra Santa, la situación inter
nacional ha puesto dramáticamente en evidencia la necesidad de revisar tal vez los fundamentos mismos del Derecho Internacional, como por otro lado el Papa repite desde hace años. ¿Qué hacer en concreto para superar el impasse?

–Monseñor Lajolo: «Revisar los fundamentos del Derecho Internacional» sí, en el sentido de redescubrirlos y reforzarlos. Estos son: la centralidad de la persona humana y su intangible dignidad, la soberanía y la independencia de los Estados, el derecho de todos los pueblos a acceder a los bienes materiales y espirituales, el deber de la colaboración. Basta con releer las grandes encíclicas papales: contienen indicaciones motivadas, generales, que no genéricas, y suficientemente concretas, siempre válidas. Invito a releer, por ejemplo, la «Populorum Progressio» de Pablo VI.

–Precisamente con referencia a los sucesos en Oriente Medio, pero no sólo a ellos, la ONU ha sido objeto de críticas, a veces ásperas. Hay quien dice: «Está superada», pero la Santa Sede siempre la ha defendido. ¿Por qué?

–Monseñor Lajolo: A pesar de sus límites, la ONU permanece como la institución política más válida, a nivel mundial, para circunscribir y limitar los focos de guerra y para favorecer la paz y el acuerdo entre los pueblos. Lo que hace de positivo, y es mucho, no es adecuadamente valorado, también porque de hecho no basta para hacer frente a los mayores flagelos de la humanidad. Sus estructuras y su funcionamiento son sin embargo susceptibles de mejoras decisivas. Es de esperar que la pertinente Comisión instituida por el secretario general Kofi Annan pueda presentar pronto sus propuestas, y que de ellas maduren nuevas normas que hagan su funcionamiento más rápido y más eficaz.

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ZENIT Staff

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