Santuario de la vida en México

Iniciativa del obispo de Querétaro

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QUERÉTARO, viernes 27 de marzo de 2009 (ZENIT.org-El Observador).- El obispo de Querétaro, monseñor Mario de Gasperín Gasperín, inauguró el 25 de marzo el Santuario de la Vida en lo que es el templo de Santa Clara, en el corazón del centro histórico de esta ciudad, patrimonio cultural de la humanidad.

Publicamos a continuación la homilía completa que pronunció el obispo de Querétaro durante la consagración de este nuevo santuario «donde se honre, respete, agradezca y defienda la vida; donde también se llore la vida frustrada o perdida y se experimente la misericordia, el perdón y la paz. Quiere ser un canto a la vida; una luz que encendida la esperanza en una vida plena para todos».

Santuario de la Vida

1. Cada año, nueve meses antes de la Navidad, celebra la Iglesia la anunciación del Señor o sea la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. La gracia que suplica la Iglesia en esta solemnidad, es que el Padre del cielo, «que quiso que su Hijo tomara de la Virgen santísima nuestra humanidad, nos conceda, a quienes lo aceptamos por la fe, participar, por medio de su gracia, de su vida divina» (Colecta). Este es el maravilloso intercambio que da inicio a la obra redentora de Jesús, el Hijo de Dios y hermano nuestro.

Él no vino a socorrer a los ángeles -refiere la carta a los Hebreos -, sino a la descendencia de Abraham y, por eso, no se avergüenza de llamarnos hermanos. Jesús no se avergüenza de nosotros, aunque nosotros lleguemos a avergonzarnos de él; más aún, nos llama hermanos, porque participa de nuestra carne y de nuestra sangre, tomados en el seno de la Virgen inmaculada. Este es el maravilloso intercambio que nos salva, es la «unión del cielo con la tierra, de lo humano con lo divino», como cantamos en el pregón pascual. La liturgia lo representa humilde y espléndidamente en esa gota de agua que añade el celebrante al vino, pidiendo que «así como el agua se mezcla con el vino, así nuestra humanidad participe también de su divinidad», indisolublemente y para siempre. Los extremos no pueden ser más contrastantes, pero el resultado es el más exultante: la humanización de Dios y la divinización del hombre. Esta maravilla comenzó hoy en el seno de la Virgen María.

2. El Hijo de Dios toma un cuerpo humano en el seno de María para cumplir la voluntad de Dios. Dios manifestó su rechazo a los sacrificios de la antigua Ley: «No quisiste víctima ni ofrendas de animales por el pecado; por eso dije: Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad» (Hb 10, 6). El Hijo eterno de Dios toma un cuerpo humano para ofrecerlo como víctima propicia por nuestros pecados. Este es el principio y fin de la encarnación: Está en la línea de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que nos aprestamos a celebrar de modo que «todos quedemos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez por todas» (Hb 10, 10). Celebramos hoy el inicio de nuestra redención. En el seno de la Virgen comienza la obra portentosa de Dios que culminará en el seno de la Santísima Trinidad.

3. La vida humana que comienza en el seno de una mujer, no termina sino en la eternidad. Este es el gran anuncio que trajo el arcángel Gabriel a María: «Vas a concebir y a dar a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el reino de David, su padre, y él reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin» (Lc 1, 30). El Hijo de Dios, dice el Concilio, al hacerse hombre, se unió en cierto sentido a todo hombre; de modo que el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (Cf LG 22). Sólo el que conoce a Jesús, hijo de Dios e hijo de María, puede conocer y servir verdaderamente al hombre.

4. María concibe y da a luz un Hijo. El Hijo de Dios comienza a ser hijo de María desde el momento de la concepción. No hay distancia alguna entre el ser concebido y ser hijo de María, aunque esperará el tiempo requerido por todo ser humano para su nacimiento. Lo que concibe es lo que da a luz. Por esta razón, ahora que la vida humana se ve amenazada por tantas agresiones y que su sentido y valor se minimizan y distorsionan, es necesario volver a esta fuente de vida y dignidad de todo ser humano que es el seno de María, al misterio de su maternidad y a la dignificación de este pobre ser humano a quien Dios no sólo hace casi semejante a los ángeles, sino verdadero hijo de Dios por adopción. Todos nosotros somos hijos adoptivos, es decir, ‘adoptados’ por Dios. Dios es, por su bondad, el Padre de la adopción para comunicarnos vida y gloria. Vivimos por gracia, por amor y misericordia de Dios. Adoptar un niño o salvar una vida es asemejarnos a Dios, es extender su paternidad por el mundo. Compartir la vida es imitar a Dios que envió a su Hijo al mundo para que «todos tengamos vida en abundancia», sin regateos. Toda vida humana debe ser defendida siempre: la del concebido, la del seno materno, la de la mujer encinta, la del recién nacido, la del débil y enfermo, la del anciano e incluso la del criminal, como Dios protegió la vida del fratricida Caín.

5. Nuestro Dios es un Dios amante de la Vida y nosotros los católicos somos el pueblo de la vida y para la vida. Es nuestra vocación, nuestro honor y nuestro orgullo. «¡Qué amarga es la ironía -dijo el Papa en Angola – de aquellos que promueven el aborto como una atención a la salud ‘materna’! ¡Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de ‘salud reproductiva’!» (Cf Protocolo de Maputo, Art. 14). Estos quieren proteger el «edificio social» minando precisamente sus bases: la familia y la vida. «El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos se ponen cada vez más de manifiesto», decía el Papa en su Carta reciente a los obispos (12 de marzo, 2009). La negación de Dios es la destrucción del hombre; cuando falta la luz que viene de Dios y de su santa palabra, la mente del hombre se oscurece y se ofusca, su voluntad se desvía y se pervierte, y genera ruina y destrucción: «La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas» (Jo 3, 19), leíamos el domingo pasado en el Evangelio.

6. Este templo -Santuario de la Vida – quiere ser un recinto donde se honre, respete, agradezca y defienda la vida; donde también se llore la vida frustrada o perdida y se experimente la misericordia, el perdón y la paz. Quiere ser un canto a la vida; una luz que encendida la esperanza en una vida plena para todos. Amén.

+ Mario De Gasperín Gasperín

Obispo de Querétaro

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ZENIT Staff

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