Santuarios marianos

Cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona

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BARCELONA, sábado, 4 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, con el título «Nuestros santuarios marianos».

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En nuestra archidiócesis tenemos santuarios marianos dedicados a imágenes de la Virgen María que fueron halladas en un momento histórico determinado. El día 8 de setiembre se celebra la fiesta de la Natividad de la Virgen María, popularmente conocida como la Virgen de setiembre o también como la fiesta de las Vírgenes encontradas, aludiendo al hecho de que muchos santuarios marianos celebran el 8 de setiembre su fiesta patronal.

Estos santuarios marianos no son tan sólo vestigios del pasado. Tienen mucha vida. La gente acude a ellos, porque los sienten como una realidad espiritual muy propia, muy suya, como lo fue de sus antepasados, de sus abuelos y de sus padres. Nuestros cristianos visitan aquellos lugares sagrados y gustan de celebrar en ellos su fe y los acontecimientos más importantes de su vida cristiana.

En los santuarios marianos, la Virgen María está atenta a las peticiones de los peregrinos, los acoge e intercede eficazmente por ellos. Es muy normal encontrar allí exvotos que manifiestan muy bien esta actitud maternal de María hacia todos sus hijos.

Estos templos, como presencia de la Iglesia, contribuyen a la evangelización. Los visitan, también, personas no creyentes o bien alejadas de la Iglesia. Por ello, desde los santuarios, se debe intensificar todo aquello que pueda ayudar a ser más conscientes de la motivación religiosa y evangélica de las visitas.

En las bodas de Caná, María pidió la intervención eficaz de Jesús ante el problema de aquellos nuevos esposos: «No tienen vino». En Caná de Galilea tan sólo aparece un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia: faltaba el vino en el banquete. Pero esto tiene un valor simbólico. En los santuarios se presentan a María otras necesidades materiales y espirituales. María se sitúa entre su Hijo y las personas en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se sitúa en medio, o sea, hace de mediadora. María intercede por nosotros.

Como en las bodas de Caná, María, de una u otra manera, dice a todos los peregrinos y visitantes: «Haced todo lo que Jesús os diga». María nos trae a Jesús y nos acerca a Él. Por ello, conviene redescubrir el sentido humano y cristiano de los santuarios marianos de nuestra tierra para poder visitarlos, buscando en ellos momentos de silencio, de reflexión y de oración, todo eso que el hombre de hoy no encuentra fácilmente en medio del ritmo estresado de la vida que lleva.

La fiesta del nacimiento de María se sitúa en el inicio de la presencia más plena de Dios en el camino humano. La Natividad de María nos anuncia ya el nacimiento del Salvador, la alegría de la Navidad. El nacimiento de la Madre, anuncia ya – como la aurora anuncia el día- el nacimiento del Hijo. El corazón y la mirada amorosa de María, el corazón y la mirada amorosa que acogieron al Hijo de Dios en este mundo, se dirige también hacia nosotros.

Una de las oraciones de la misa del 8 de setiembre, con la magnífica sobriedad de la liturgia romana, pide que «se alegre tu Iglesia y se goce en el Nacimiento de la Virgen María, que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación».

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ZENIT Staff

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