Se presenta al público la última carta de Maximiliano Kolbe

Enviada a su madre desde Auschwitz

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ROMA, 10 octubre 2002 (ZENIT.org).- Con motivo de los veinte años de la canonización del padre Maximiliano Kolbe (10 de octubre de 1982), los Frailes Menores Conventuales de Polonia han abierto el archivo de Niepokalanow (Ciudad de la Inmaculada, a 50 kilómetros de Varsovia), construido por el mismo mártir de Auschwitz.

Entre los manuscritos que presenta del santo, destaca la última carta que escribió y que acaba con besos a su madre.

Una carta que refleja una ternura que no aparecía en otros escritos. El contenido de la misiva hace pensar que el sacrificio –ofreció la vida voluntariamente en sustitución de un condenado a muerte, padre de familia– maduró durante toda la vida.

Este es el texto del escrito: «Querida madre, hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Raimundo Kolbe».

El 14 de agosto de 1941 el padre Kolbe recibiría una inyección letal de ácido fénico en el bunker de la muerte del campo de concentración.

Antes había pasado dos semanas sin comer ni beber, sobreviviendo junto a 4 de los 16 desventurados, condenados en represalia a finales de julio de aquel año. El último en morir fue el padre Kolbe que presentó el brazo al verdugo tan espontáneamente como se había ofrecido a sustituir al padre de familia.

Juan Pablo II, un año después de su elección, en Auschwitz, dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida».

La expresión remite a unas palabras escritas por el padre Kolbe unas semanas antes de que los nazis invadieran Polonia (1 de septiembre de 1939): «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime».

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación