Seamos cruces luminosas, crucifijos vivientes

Por monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Valencia

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VALENCIA, sábado, 12 diciembre 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha escrito monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Valencia, con el título «Seamos cruces luminosas, crucifijos vivientes».

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Me lo decían los jóvenes el viernes pasado en la oración, ¿por qué se meten con la Cruz de Jesús? ¿Por qué quieren obligarnos a esconderla de todos los lugares públicos? Y es cierto, ¿por qué? La descripción más bella del amor al prójimo que ha transformado la historia de la humanidad la encontramos en Jesucristo y éste crucificado. Dos mil años después, vemos que sigue siendo escándalo, pero es salvación para los hombres.

No voy a profundizar en cuestiones que todos conocemos, como es que para muchas personas  quitar los Crucifijos de la vida pública significa aceptar una ingeniería destructora de la configuración cristiana de Occidente y por supuesto de España, y pretender imponer una nueva pseudo-religión a la medida. Lo que quiero daros a conocer a todos los hombres y mujeres de buena voluntad son otros aspectos que estimo  importantes que inciden en la energía transformadora del amor que irradia la cruz.

Por Cristo, Dios ha vuelto a ser Señor por un título más fuerte. Por creación,  como Dios que es hizo todo lo que existe. Y por redención, haciéndose Hombre para redimirnos de nuestra situación de pecado, lo llevó a cabo con dos acontecimientos: murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. ¡El amor de Dios hacia cada uno de nosotros ha vuelto a reinar desde la Cruz! Por eso decimos que Jesús es el Señor. «Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos» (Rm 14, 9).

Todo, por amor
En este tiempo de Adviento, cuando estamos preparándonos para la venida en carne de Jesús, qué fuerza tiene el preguntarnos por el amor del Señor, que ya se manifiesta en su venida en carne pero que alcanza su plenitud cuando da la vida por nosotros y resucita.

Los discípulos de Cristo, desde el principio se hicieron la pregunta sobre el porqué de aquellos hechos, también de la pasión. Después de su muerte y resurrección, se preguntaron muy pronto, ¿por qué padeció Cristo? Y la respuesta fue contundente: «¡por nuestros pecados!» Nacía así la fe pascual expresada en la célebre frase de San Pablo: «Cristo murió por nuestros pecados; fue resucitado para nuestra justificación»(cf. 1 Co 15, 3-4; Rm 4, 25).

Por tanto, constatamos los hechos: murió y resucitó. Y también tenemos el significado de los mismos hechos: fue por nuestros pecados, para nuestra justificación.

Sin embargo, la pregunta vuelve a surgir, ¿por qué murió por nuestros pecados? Y la respuesta la iluminó la fe de la Iglesia: ¡porque nos amaba! «Cristo nos amó y se entregó por nosotros» (Ef 5, 2); «Me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2, 20). «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 13s).

¿Por qué pretenden obligarnos a retirar la Cruz que es expresión del amor apasionado de Dios por el hombre, manifestado en Jesucristo? A Dios no le bastó con hablarnos de su amor. Jesús no se limita a hablarnos del amor de Dios como hacían los profetas, Él es el amor de Dios, porque Dios es amor y Jesús es Dios. Nos ha hablado desde dentro de nuestra condición humana.

El amor de Dios se hizo carne y vino a vivir en medio de nosotros. ¡Qué belleza! Jesús nos ha amado con un corazón divino y humano a la vez; nos ha hablado de manera perfectamente humana, aunque con medida divina. Un amor lleno de fuerza y de delicadeza, tiernísimo e incesante.

¿Os dais cuenta cómo amaba a los discípulos, a los niños, a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, a todos los hombres?

Y es que amando hace crecer y devuelve dignidad y esperanza. Si alguien me hace caso, le ruego que antes de quitar un Crucifijo, se acerque a Jesucristo con corazón sencillo, verá cómo sale transformado de este encuentro y con capacidad y gracia para ser alguien que comienza a vivir de otra manera y a relacionarse con los demás de otra forma.  La contemplación del hombre injustamente crucificado nos interpela al amor por los demás. La cruz es amor. Siempre me han impresionado dos cosas del amor de Jesús: 1) que hace bien siempre al amado y 2) que es superior a la primera, que consiste en sufrir por él.

Nuestro único tesoro
Nuestro mundo necesita creer en el amor de Dios. Necesita del Crucifijo. Lo necesita nuestra humanidad, si es que no queremos que siga siendo como dice Dante: «el parterre que nos vuelve tan feroces». Urge volver a proclamar el Evangelio del amor de Dios en Cristo Jesús. Si los discípulos no lo hacemos seremos como los hombres que meten la luz debajo del celemín y defraudaremos  la esperanza del mundo.

En nuestro mundo hay hombres y mujeres que comparten con todos los cristianos la predicación de la justicia social y el respeto al hombre (a veces desde perspectivas diferentes); pero nadie, y lo digo con rotundidad, ni los filósofos, ni entre las religiones, nadie dice al hombre que Dios lo ama y lo ama primero. La causa del pobre y del oprimido nunca estará segura mientras no se asiente en esta base inamovible de que Dios nos ama a cada uno de nosotros  y  de que yo tengo que devolver ese amor a Dios, y  Dios está en cada hombre y mujer.
Siempre me han impresionado unas palabras de San Pedro Poveda, que deseo decirlas a mi manera y de forma nueva para todos los cristianos.

Cuando comienzan los planteamientos de quitar el Crucifijo, ha llegado el momento de que todos vosotros seáis crucifijos vivientes. Los cristianos no tenemos otra fortaleza más que la viene del Crucifijo, ha de ser nuestra pacífica armadura, la armadura de Dios mismo. El Crucifijo es el único tesoro que tenéis, la única propiedad.

Pero os digo mucho más, no os contentéis con eso, aspirad a transformaros en Crucifijo, sí, en crucifijos vivientes. Cuando se intenta arrinconar, censurar o despreciar los signos del amor cristiano,  vosotros debéis ser portadores de Cristo. En todos los lugares donde habitáis debéis de dar a conocer a Cristo.

Sed cruces luminosas, sed crucifijos vivientes, causad en cuantos os traten el mismo respeto, los mismos sentimientos, las mismas ideas que un Crucifijo.

¿Qué le sucede a una persona que vive mucho tiempo con otra? Que adopta sus gestos, modales y maneras de estar en medio de los hombres. Es la hora de los discípulos de Cristo, sin vergüenza de ningún tipo, dad a conocer que sois cristianos, llevando en vuestro pecho el Crucifijo y viviendo conforme a esa cruz que es signo  del amor que todo lo puede.

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ZENIT Staff

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