«¿Seremos capaces esta Navidad de dar esperanza a los pobres?»

Reflexión del obispo de Chiapas monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, 16 diciembre 2001 (ZENIT.org).- La Navidad es un mensaje de esperanza dirigido particularmente a los pobres, constató Juan Pablo II este domingo. Este es precisamente el argumento en el que ha meditado este 16 de diciembre junto a sus fieles monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Ofrecemos a continuación la reflexión dominical de este protagonista de la paz en el estado sureño de México.

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Ante la pregunta del Bautista: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?», Jesús aduce su amor preferencial por los pobres como la prueba de su autenticidad: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio».

Jesús viene para todos, sin distinción, pues su salvación no admite exclusividades; pero se acerca preferentemente a quienes más lo necesitan, a los que no tienen más esperanza que Dios, a aquellos que son despreciados y vejados por los demás, a los que tienen como único refugio al Padre celestial. El amor misericordioso de Dios Padre se encarna y se manifiesta en Jesús.

Este amor preferencial por los pobres es también el signo de autenticidad de la Iglesia, de pastores y fieles. Jesús vive y está presente en quien ama a los que sufren, a los ciegos, cojos, leprosos y sordos, a los minusválidos y abandonados, a los excluidos y marginados, a los empobrecidos en general.

Si alguien no tiene este amor, no es cristiano verdadero, no tiene a Jesús en su corazón, aunque en su casa ponga adornos navideños y un nacimiento; aunque rece mucho y sepa la Biblia de memoria; aunque vaya a Misa y reciba la comunión eucarística. La señal más clara y definitiva de que Jesús está vivo y presente en nosotros y en la Iglesia es ese amor por los necesitados.

Por ello, que nadie se extrañe de que obispos y sacerdotes, así como la Iglesia en general, hablemos con frecuencia de la opción por los pobres e insistamos tanto en ella. Si no lo hacemos, no somos la verdadera Iglesia, la que continúa la obra iniciada por Jesús.

Adviértase que esta línea de acción no es privativa de una diócesis, de unos obispos y sacerdotes, de una congregación religiosa, o de unos cuantos seglares más conscientes. La Iglesia siempre, como lo demuestra la historia, ha promovido una gran diversidad de iniciativas en favor de los desfavorecidos. Así nos lo recuerda con frecuencia el Papa Juan Pablo II.

Si no lo hiciéramos así, traicionaríamos a Jesús y nuestra propia identidad. Por eso, si usted quiere que Jesús se haga presente en su corazón y en su familia, piense qué debe hacer, en esta Navidad, en favor de tantos menesterosos que nos rodean.

Siempre habrá pobres a quienes ayudar. Con ellos, las acciones de beneficencia serán siempre indispensables, a pesar de que algunos ideólogos las menosprecian. Jesús no se dedicó a destruir al injusto y opresor Imperio Romano, sino a curar enfermos, dar de comer a los hambrientos y alentar a los tristes. Además, condicionó nuestra entrada a su Reino a que hagamos algo por los enfermos, encarcelados, hambrientos, migrantes, etc.

Sin embargo, sentó las bases para construir una nueva sociedad en la justicia y en la fraternidad.

Son necesarias las iniciativas de beneficencia, personal o social, pero no nos podemos reducir a ellas. El magisterio de la Iglesia insiste en que se requiere transformar las estructuras generadoras de injusticia, que se manifiestan en el actual sistema económico que impera en casi todo el mundo. México lo está padeciendo con una cruel intensidad.

Hay que revisar y rehacer todo el sistema social y económico. No bastan pequeños paliativos y correctivos, que ciertamente de algo sirven, al menos para evitar mayores males. Hay que dar una dimensión más social a la riqueza y evitar que algunos acumulen desmedidamente y que corrompan todo cuanto pasa por sus manos. Si nos importa que cambie la suerte de los pobres, hay que encarar con lucidez el problema desde sus raíces, pues sabemos que el actual sistema económico mundial siempre beneficiará a unos pocos, a costa de las mayorías. Para eso está estructurado. Sin embargo, no basta con hacer denuncias; es necesario promover el trabajo común organizado, cooperativas, salud alternativa, agroecología y otras acciones comunitarias pacíficas.

¿Seremos capaces, en esta Navidad, de brindar alguna esperanza a los más pobres? En la medida en que lo hagamos, haremos presente al Señor entre nosotros.

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ZENIT Staff

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