Sor Rosalie Rendu, apóstol de los pobres de París, a los altares

Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl

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CIUDAD DEL VATICANO, 6 noviembre 2003 (ZENIT.org).- El próximo domingo Juan Pablo II beatificará a una hija de la Caridad de San Vicente de Paúl, sor Rosalie Rendu, de origen francés, quien desempeñó una gran actividad caritativa y de promoción humana y social en los barrios periféricos de París.

Jeanne Marie Rendu nació el 9 de septiembre de 1786 en Confort (cantón de Gex en el departamento de Léman), en el seno de una familia que destacó por su ayuda a los sacerdotes perseguidos por la Revolución Francesa. Fue en Gex donde descubrió el hospital donde las Hijas de la Caridad atendían a los enfermos.

Observándolas maduró el deseo de ayudarlas. El 25 de mayo de 1802, Jeanne Marie ingresó en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad en París. Estaba a punto de cumplir 16 años de edad.

Fue enviada a la casa de las Hijas de la Caridad del barrio Mouffetard, para dedicarse al servicio de los pobres. Allí permanecería 54 años.

Fue un terreno propicio para la sed de acción, de entrega y de servicio que experimentaba Jeanne Marie, pues en aquella época era el barrio más miserable de la capital en plena expansión y evidenciaba la pobreza en todas sus formas.

Jeanne Marie, que recibió el nombre de sor Rosalía, hizo allí «su aprendizaje» acompañando a las Hermanas en las visitas a los enfermos y a los pobres. Al mismo tiempo enseña el catecismo y la lectura a las niñas que acogían en la escuela gratuita. En 1807, se comprometió por medio de los votos al servicio de Dios y de los pobres.

Nombrada superiora de una de las comunidades en 1815, se revelaron sus cualidades de abnegación, de autoridad natural, de compasión, así como su capacidad de organización.

Sor Rosalía enviaba a sus Hermanas a todos los rincones de la parroquia de «Saint Médard» para llevar alimentos, ropa, atender a enfermos, decir una palabra de consuelo. Abrió un dispensario, una farmacia, una escuela, un orfanato, una guardería, un patronato para las jóvenes obreras y una casa para ancianos sin recursos.

Muy pronto, estableció toda una red de obras caritativas para combatir la pobreza.

Su ejemplo era un gran estímulo para sus Hermanas, a quienes decía: «Debéis ser como un apoyo en el que todos los que están cansados tienen derecho a depositar su carga».

Su fe le hacía ver a Jesucristo en toda circunstancia. Experimentaba en lo cotidiano la convicción de San Vicente: «Si vais diez veces cada día a ver a un pobre, diez veces encontraréis en él a Dios». Su vida de oración también era intensa.

Su fama pronto se extendió por todos los barrios de la capital y en las ciudades de otras provincias. Sor Rosalía sabía rodearse de colaboradores generosos, eficaces y cada vez más numerosos.

A menudo podía verse en el recibidor de la comunidad a obispos, sacerdotes, el embajador de España, Donoso Cortés, Carlos X, hombres de Estado y cultura, hasta el emperador Napoleón III con su cónyuge.

También estudiantes de Derecho o Medicina iban a la comunidad a buscar información o a pedir consejo antes de hacer una buena obra. Entre ellos el beato Federico Ozanam, cofundador de las «Conferencias de San Vicente de Paúl», y el venerable Juan León Le Prévost, futuro fundador de los Religiosos de San Vicente de Paúl.

Sor Rosalía estuvo así en el centro de un movimiento de caridad que caracterizó París y toda Francia en la primera mitad del siglo XIX.

No faltaron pruebas en el barrio Mouffetard. Las epidemias de cólera se sucedían. La falta de higiene y la miseria favorecieron su virulencia.

Se la vio recoger personalmente los cuerpos abandonados en las calles durante las jornadas de los motines de julio de 1830 y de febrero de 1848 en las barricadas y las luchas sangrientas que enfrentaron al poder y a la clase obrera.

El propio arzobispo de París, monseñor Denis Auguste Affre, fue asesinado al querer interponerse entre los beligerantes. También Sor Rosalía acudió a las barricadas para socorrer a los combatientes heridos con una valentía asombrosa.

De salud frágil, Sor Rosalía nunca se tomó un instante de descanso. La edad, su gran sensibilidad y la acumulación de tareas acabaron por agotar su resistencia. Murió el 7 de febrero de 1856.
La conmoción fue grande en el barrio y en todos los medios sociales de París y de las provincias.

Numerosos artículos de la prensa dieron testimonio de la admiración e incluso de la veneración que Sor Rosalía había suscitado. Periódicos de toda tendencia se hicieron eco de los sentimientos del pueblo.

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ZENIT Staff

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