Cristo y la eucaristia (Iglesia San Gioacchino - Roma - Foto ZENIT cc)

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Su trono una cruz

XXXIV Domingo Ordinario

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II Samuel 5, 1-3: “Ungieron a David como rey de Israel”
Salmo 121: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”
Colosenses 1, 12-20: “Dios nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado”
San Lucas 23, 35-43: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”

¡Qué asco de autoridades! Desde los debates insultantes de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, pasando por los gobernadores corruptos y derrochadores de los recursos de los ciudadanos, hasta los pleitos salvajes entre los presidentes municipales que han degenerado en violencia, agresiones, destrucción y muerte. ¡Qué asco de autoridades! ¿Por qué el poder oscurece la mente, endurece el corazón y deja en las tinieblas los ojos? ¿Por qué se lucha denodadamente por llegar a “ocupar la silla” diciendo que se quiere servir, cuando en realidad quieren servirse de la comunidad? Ya nadie cree en reyes, ni príncipes, ni presidentes, ni concejos… toda autoridad está devaluada y corremos el grave riesgo de la anarquía, donde el único soberano sería el dinero, pero, como dice el Papa Francisco, “¡El dinero debe servir y no gobernar!”. Reyes de oropel, esclavos del dinero. ¿De quién es la culpa? Y hoy Cristo se nos presenta como “rey”, pero un rey con otras insignias, con otros sueños, con otros métodos: “Servir hasta dar vida”

Hoy cerramos el año de la Misericordia, pero nos queda abierta para la eternidad la Misericordia del Padre manifestada en el rostro de su Hijo Jesucristo. Y es curioso que se cierre precisamente en esta fiesta tan entrañable para los mexicanos: Cristo Rey. A contra luz de detestables caricaturas de autoridad contemplamos hoy a Cristo como nuestro rey. Un rey muy diferente a los gobernantes, legisladores y autoridades que nosotros conocemos. San Lucas nos presenta a Cristo en la cruz, como si fuera su trono, con el letrero que da razón de su muerte: “Éste es el Rey de los judíos”. ¿Cómo entender un rey crucificado? Más aún, si leemos con cuidado encontramos que todos, o casi todos, se burlan de ese “rey”, lo insultan, lo cuestionan y lo retan a manifestar su poderío. ¿Un rey fracasado? Así aparece ante los ojos del mundo y así lo consideran todos los que están a su alrededor, aún sus discípulos. La paradoja de un rey clavado en la cruz, nos recuerda lo que Jesús había dicho a Pilato: “Mi Reino no es de este mundo” Y que no se refiere a que su reino esté en un plano espiritualista, nos lo demuestran su vida, sus parábolas sobre el Reino y su atención a los que más sufren. Su Reino no es al estilo del mundo donde la fuerza y el poder dominan, su reino tiene mucho que ver con el amor, con la entrega y con el servicio. Cuando lo quisieron nombrar “rey”, en ese otro sentido, tuvo que salir huyendo ya que Él no había venido para ser servido sino para servir. ¿Podremos aprender algo de este Rey todos los que de alguna forma tenemos autoridad o responsabilidad: autoridades civiles o religiosas, maestros, legisladores, padres de familia, líderes sindicales?

La imagen que nos ofrece la celebración de este domingo viene a dar su justo lugar a la imagen de Cristo Rey: lo alabamos como Rey de la verdad y de la vida. Las palabras y los hechos de Jesús tienen siempre perfecta coherencia. No es primero sí y luego no. Cristo es la verdad y nos enseña la verdad. También es la vida y da vida. Todas las situaciones de pecado, de muerte y de dolor, son transformadas por Cristo en vida. Por eso es Rey de la verdad y de la vida. Nosotros somos sus súbditos si seguimos sus pasos: si buscamos la verdad y si defendemos la vida. Si embargo uno de los graves problemas que tenemos es nuestra incoherencia y nuestra mentira. Nos decimos cristianos y las estadísticas tristemente nos dicen que en medio de nosotros se dan los abortos, las injusticias, las agresiones, la mentira y la violencia. Decir sí a Cristo es decir sí a la vida. Es comprometernos a defender y a cuidar la vida. Buscar leyes que nos lleven a preservarla, que no busquen proteger solamente los intereses y las políticas de los poderosos.

¡Cuánto dolor encontramos en la justicia humana! Desaparecidos, cuerpos anónimos encontrados en fosas comunes, conflictos agrarios, robos, acusaciones, mineros olvidados, migrantes ultrajados y miles de delitos que solamente van quedando rezagados en el tiempo, como si el olvido pudiera cerrar las heridas y solucionar los problemas. Y ahí quedan, renovándose, creciendo y dañando cada día más. Los conflictos internacionales, los bloqueos y amenazas, las fronteras que dividen a los hermanos, todo queda en el ámbito y a criterio de los poderosos, la justicia y la paz está hecha por ellos y a su estilo ¡Qué diferente el Reino de Jesús! Una justicia que viene a renovar y reconstruir al hombre integralmente, una justicia que busca la salvación universal, para todos sin distinción; una justicia basada no en las armas ni el poder, sino en el amor. Sólo entonces se puede encontrar la paz. La verdadera paz nunca estará sostenida artificialmente en base a miedos o amenazas, sino en el respeto y valoración de cada persona. Nuestro Rey, clavado en la cruz, nos muestra que sólo el amor y la entrega solidaria pueden salvar al mundo.

Jesús es sobre todo el rey del amor: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” había expresado y lo lleva hasta las últimas consecuencias. En la cruz se nos revelan con mayor claridad las actitudes fundamentales para vivir construir el reino: amor, misericordia, perdón. Es la señal de los cristianos y es la señal de su reino: “En esto conocerán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros como yo los he amado” Lo grandioso del amor y lo grandioso del Reino de Jesús es que todos lo podemos vivir: pequeños y grandes, hombres y mujeres, ricos y pobres. Pero al vivir el verdadero amor corremos el riesgo de llegar a la misma locura de nuestro Rey: darlo todo por amor. Así encontramos enamorados padres de familia que lo dan todo por amor; parejas que viven el verdadero amor; cristianos que arriesgan todo lo que tienen y todo lo que son por amor. Es la señal del Reino, es la principal característica de nuestro Rey.

Fiesta de Cristo rey, fiesta para examinar nuestras actitudes frente a Cristo y frente a los hermanos, fiesta para “entronizar” en la familia a este Rey de Amor, de Misericordia y de Paz. Fiesta para convertirnos en sus fieles seguidores, llenos de esperanza, constructores incansables de un Reino diferente.

Dios, Padre lleno de Misericordia, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda creatura, liberada ya de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Amén

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Enrique Díaz Díaz

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