Supercomunicados, pero distantes

Reflexiones de Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristobal de las Casas

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VER

Una sobrina me envió a su hijo de trece años en sus vacaciones, para que le ayudara a corregirlo, pues estaba cambiando su conducta y reprobó tres materias en la escuela. Sus padres se han separado hace años. Cuando era más pequeño, siempre me buscaba para dizque confesarse, pero lo que necesitaba era que lo escuchara y recibir cariño. Ahora, pasaban los días y el muchacho no decía nada, salvo cosas muy superficiales. Eso sí, no soltaba su celular, se ponía muy cerca de mi oficina para captar la señal, chateaba con medio mundo. Lo sentía distante, cercano físicamente, pero lejano en su corazón, hasta que lo abordé explícitamente y dialogamos en confianza. Necesita cariño y que le dediquemos tiempo. Ya aprobó las materias pendientes y sigue sus estudios.

Cuántas personas, sobre todo adolescentes y jóvenes, llenan su tiempo en chatear en todas direcciones, en mandar mensajes a conocidos y desconocidos, como una forma de compensar su soledad, su incomunicación con el núcleo familiar, la falta de cariño y comprensión de sus padres. No soportan el vacío de afecto, y lo llenan con estos recursos tecnológicos de comunicación, que los dejan incomunicados con los inmediatos. No pueden vivir sin celular; se sienten perdidos si no lo tienen a la mano, aunque tengan cerca a sus padres. No saben usar su libertad para convivir, para ayudar en quehaceres del hogar, para organizarse con sus amigos y hacer una obra buena, menos para orar, sino que se hacen esclavos del celular, ni estudian, ni oran, ni platican con su familia.

PENSAR

Dijo el Papa Francisco a niños y adolescentes alemanes: “Es necesario organizarse un poco, programar de modo equilibrado las cosas. Nuestra vida está compuesta por el tiempo, y el tiempo es don de Dios; por lo tanto, es necesario emplearlo en acciones buenas y fructuosas. Tal vez muchos muchachos y jóvenes pierden demasiadas horas en cosas de poca importancia: chatear en internet o con los móviles, las telenovelas, los productos del progreso tecnológico, que deberían simplificar y mejorar la calidad de vida, algunas veces distraen la atención de lo que es realmente importante. Entre las muchas cosas que hay que hacer en la rutina cotidiana, una de las prioridades debería ser la de acordarse de nuestro Creador que nos permite vivir, nos ama y nos acompaña en nuestro camino.

Precisamente porque Dios nos ha creado a su imagen, hemos recibido de El también ese gran don que es la libertad. Pero si no se usa bien, la libertad nos puede llevar lejos de Dios, puede hacernos perder la dignidad con la que El nos ha revestido. Por ello son necesarias las orientaciones, las indicaciones y también las normas, tanto en la sociedad como en la Iglesia, para ayudarnos a hacer la voluntad de Dios, viviendo así según nuestra dignidad de hombres y de hijos de Dios. Cuando la libertad no se plasma según el Evangelio, puede transformarse en esclavitud: la esclavitud del pecado. No uséis mal vuestra libertad. No desperdiciéis la gran dignidad de hijos de Dios que se os ha dado. Si seguís a Jesús y su Evangelio, vuestra libertad brotará como una planta florida y dará frutos buenos y abundantes. Encontraréis la alegría auténtica, porque El nos quiere hombres y mujeres plenamente felices y realizados. Sólo cumpliendo la voluntad de Dios, podemos hacer el bien y ser luz del mundo y sal de la tierra” (5-VIII-2014).

ACTUAR

Padres de familia: organicen su tiempo de tal manera que haya oportunidad de platicar con los hijos, aunque éstos a veces no quieran conversar con ustedes; pero que no sean puros regaños, sino crear un clima de confianza y respeto, para escucharles, aunque no siempre estemos de acuerdo en lo que dicen. La educación es un proceso de ir formando la mente y el corazón, no dejar que se los lleve la corriente, que siempre va hacia abajo.

Es necesario poner algunas normas para el uso de estos medios. Por ejemplo, que estando a la mesa, nadie contesta el celular, ni los papás, para conversar sin distracciones y disfrutar los alimentos en convivencia serena. Que en horas de clase, todos atiendan, participen y dejen quietos los aparatos.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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