Cuaresma 2013: ''Solidaridad en la Fe y en la Caridad''

Carta del patriarca greco-melquita católico de Antioquía y de todo el Oriente, de Alejandría y de Jerusalén

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Haciendo suyas las palabras del oficio del martes de Carnaval –«Los que hacen misericordia a los pobres, le hacen un préstamo al Salvador con una inteligencia despierta, como está escrito. Qué alegría indescriptible. Porque Dios les concede abundantemente la recompensa de sus limosnas para la eternidad»- Gregorio III, patriarca de Antioquía y de todo el Oriente, de Alejandría y de Jerusalén, lanza en su carta para la cuaresma 2013 una llamada a una «solidaridad en la Fe y la Caridad».

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Hoy, frente a los sufrimientos y las calamidades que sufren nuestros países árabes, primero necesitamos vivir esta solidaridad cristiana que san Pablo nos describe en su carta a los corintios: «si un miembro sufre, todos los demás miembros sufren también. Y si un miembro se regocija, todos los demás miembros se regocijan» (1 Cor. 12, 25-26). Cómo hacer frente a la situación en Siria que sobrepasa y con mucho nuestras capacidades bien limitadas en materia de ayuda humanitaria tanto a medio como a largo plazo.

En la dispersión de Homs, de Lataquié, Safita y Marmarita (el Valle de los Cristianos con 143 pueblos), de Alepo, de Horan y de Damasco la situación de los habitantes en general y de nuestros fieles en particular es catastrófico. Una veintena de iglesias han sido destruidas, dañadas, devastadas, abandonadas. La Divina Liturgia no se ha podido ya celebrar allí. Los fieles y los sacerdotes se han ido. Se calcula que más de dos millones de personas han sido desplazadas.

Las regiones y las localidades donde nuestras iglesias e instituciones ha sido particularmente tocadas son:

En la dispersión de Homs: el obispado, la mayoría de las iglesias y de las instituciones eclesiásticas de la ciudad de Homs, Kousair, Dmeineh Charquieh, Rableh, santuario St. Elie, Jousi, Yabroud, Krak de los Caballeros, el Valle de los Cristianos.

En la dispersión de Alepo: el obispado, iglesias, instituciones, el barrio Salibi (cristiano).

Damasco y sus alrededores: Zabadani, Harasta, Daraya (mi ciudad natal), la Duma, el Ain Terma, el Kassaa…

Varios de nuestros fieles han sido secuestrados y los que han sido devueltos a sus familias lo han sido con el pago de un rescate.

Sin contar a los heridos, se estima que más de mil cristianos habrían sido muertos de los cuales un centenar serían greco-melquitas católicos.

La situación de los refugiados del interior es trágica. Los alquileres en las zonas de refugio son exorbitantes. Estos refugiados después de haber perdido su casa, su trabajo y a menudo su herramientas de trabajo, raramente encuentran trabajo. La mayoría no tiene recursos. Sin olvidar a los que todavía tienen la posibilidad de permanecer en su pueblo, en su casa, pero que son también nuevos pobres. Pobres de la crisis económica que golpea todo el país: alza de precios y baja de las reaperturas.

Y hay refugiados que se fueron a los países vecinos como Líbano, Europa o a otros lugares.

Por todas partes encontramos las mismas tragedias y la misma desesperanza con dolor por la pérdida de seres queridos, un esposo, un hijo, un hermano… Muerto, raptado o desaparecido. Por todas partes la duda, el miedo y la sospecha…

Pero todo esto es sólo una imagen muy pálida de la triste realidad diaria de nuestros fieles en Siria. Una imagen a la cual deberíamos añadir que la mayoría de nuestras instituciones –las que aún no han sido destruidas o son impedidas de trabajar con normalidad- han debido aprender a adaptarse a la situación. Este ha sido por ejemplo el caso de nuestras escuelas. Muchas han sido cerradas o los alumnos desplazados hacia locales más seguros pero a menudo inadecuados para la enseñanza como los 2.200 alumnos de nuestra nueva escuela de Mleiha (Damasco, camino del aeropuerto) que encontraron los antiguos locales del colegio patriarcal en el patio de la catedral.

Todas las Iglesias de Siria se unieron para aportar ayuda y socorro a todos ellos, cristianos y musulmanes, que siguen pidiéndolas cada día. Pero llamamos a todas las puertas. En Siria, en Líbano, en nuestra eparquías de la diáspora, así como organizaciones e instituciones internacionales… Agradecemos y expresamos toda nuestra gratitud hacia todos aquellos que nos ayudaron, que respondieron a nuestras llamadas… ¿cómo haríamos sin ellos para continuar haciendo frente a las necesidades urgentes en alimento, medicinas, viviendas y medios de calefacción?

En Navidad ya lanzábamos una llamada a todos por una solidaridad activa. (…) La solidaridad es un acto de Fe. Saca su fuerza en la fuente de la Fe porque somos Una Iglesia, Un solo cuerpo, Una familia cristiana, Una sola patria. La Fe se expresa por las buenas obras, muy particularmente por la caridad efectiva hacia los que están necesitados. Y los que están necesitados son los hijos de nuestra Iglesia.

Su santidad Benedicto XVI en su carta para esta Cuaresma 2013 tan justamente titulada «Creer en la caridad suscita la caridad», nos dice: «una fe sin obras es como un árbol sin fruto: estas dos virtudes se implican recíprocamente. La Cuaresma precisamente nos invita, con las indicaciones tradicionales para la vida cristiana, a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación a los Sacramentos, y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y hacia el prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna».

La cuestión a la cual debemos responder, nosotros aquí en Oriente, es existencial: ¡Ser o No Ser! El futuro de los cristianos en Oriente está en juego.

Para sostener y organizar esta solidaridad pedimos a todos los que están en la diáspora formar comités de solidaridad. Para unirnos y hacer frente a los desafíos y preservar la presencia de los cristianos en Oriente. ¡Y queremos ser optimistas!

Nuestra solidaridad es siempre el verdadero remedio contra el pesimismo, el miedo, el desaliento, la frustración, la desesperación, la duda… La solidaridad es la prueba verdadera para demostrar que somos verdaderamente una Iglesia, «fuerte y coherente», solidaria, capaz de hacer frente a las dificultades por muy grandes sean. Porque nuestra solidaridad es una solidaridad en la Fe y la Caridad, confiada en la providencia divina que afirma que ni: «un cabello caerá de su cabeza sin el permiso de su Padre que está en los cielos» (Lc 21, 18-19).

Nosotros hacemos una llamada a través de esta carta a la solidaridad de todos, y a hacer más esfuerzos aún para encontrar juntos los medios para hacer frente a los desafíos.

Llamamos a nuestros hermanos musulmanes a apoyar nuestros esfuerzos y preservar la presencia cristiana con ellos y por ellos. Saben muy bien que esta presencia cristiana fue y es siempre muy importante –y eficaz- en la historia del mundo árabe en todos los planos. Saben cuánto nuestras instituciones educativas, culturales, sanitarias, religiosas y sociales e intelectuales están al servicio de todos los ciudadanos sin distinción. Todo esto, todo, está amenazado de desaparecer si la presencia cristiana desapareciera.

También la solidaridad cristiana debe ser una solidaridad islamocristiana, porque el fin es servir a nuestra sociedad, nuestras patrias árabes sin distinción, como ha sido a lo largo de la historia a través de la historia. Debemos ser solidarios, cristianos y musulmanes, para un futuro mejor para nuestras generaciones futuras.

Se ha dicho de los primeros cristianos de Antioquía donde, por primera vez, fueron llamados cristianos: «¡ Mirad! Cuánto se aman». Somos fuertes hoy por este testimonio. Esta caridad es en efecto la tabla de la salvación para la Iglesia en el Medio Oriente para ser «comunión y testimonio». Este es el objeto de la exhortación apostólica y la síntesis del Sínodo sobre Oriente Medio que tuvimos en Roma en octubre de 2010, en vísperas de la erupción de las crisis en Oriente Medio.

¡Queridos amigos! Os
recuerdo mi divisa patriarcal y sacerdotal: «Velad y caminad en la Caridad». Hoy estamos todos llamados a hacer de esta divisa patriarcal, la divisa de la Iglesia grecomelquita Católica. Es mi llamada al comienzo de esta gran Cuaresma bendita, sobre nuestro arduo camino, el camino de la cruz de nuestro país Siria, de nuestros países árabes, de la cruz de nuestros fieles, hacia las alegrías y esperanzas de la primavera de la Resurrección.

Antes de concluir, llamamos al conjunto de nuestros fieles a respetar la práctica del ayuno, de la abstinencia y de las mortificaciones, las oraciones propias de la Cuaresma, sin olvidar jamás la virtud, la misericordia, el perdón y la caridad.

Varias veces nuestro nuestro Santo sínodo estudió la cuestión del ayuno y de la abstinencia, especialmente del 1949 al 1954. Después del Concilio Vaticano II, se dió una orientación general, confiando a cada eoarca el cuidado de establecer la disciplina del ayuno y de la abstinencia adecuado a su eparquía. A pesar de las diversas dispensas concedidas según las situaciones de vida, la disciplina del ayuno de la antigua tradición oriental permanece vigente y, gracias a Dios, es bien seguida y es practicada en numerosas instituciones religiosas, monásticas y otras, así como por el clero y los fieles.

Hermanos y hermanas, «comencemos esta Cuaresma en la alegría, radiante de los preceptos de Cristo nuestro Dios, en la luz de la caridad y el resplandor de la oración, en la pureza de corazón y la energía de los fuertes, con el fin de apresurarnos noblemente, el tercer día, hacia la Santa Resurrección, que difunde por el universo su inmortal claridad».

Traducido del francés por Raquel Anillo

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NULL Gregorio III

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