Jesús actúa en la liturgia de la palabra en la Misa, explica el padre Cantalamessa

Subraya el predicador apostólico ante el Papa y la Curia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 febrero 2008 (ZENIT.org).- «Hay un ámbito y un momento en la vida de la Iglesia donde Jesús habla hoy de la manera más solemne y más segura: la liturgia de la palabra en la Misa», constató este viernes, ante Benedicto XVI, el predicador de la Casa Pontificia.

Y es que «la Palabra de Dios es viva y eficaz», expresión paulina (Hebreos 4,12) que recorre las predicaciones de esta Cuaresma a cargo del padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. en la capilla «Redemptoris Mater» del palacio apostólico del Vaticano.

El tema orienta no sólo este itinerario de reflexión para preparar la Pascua, sino también el camino hacia Sínodo de los Obispos, la gran convocatoria del próximo octubre sobre «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia».

Punto de partida propuesto este viernes por el predicador del Papa, «La Palabra de Dios en la vida de Cristo» se concreta en el propio Jesús «que predica».

Él es la «Palabra» de Dios, la Buena Nueva de la venida del Reino de Dios entre los hombres, o sea, Jesús es el «sujeto» mismo de la predicación. «A las realizaciones provisionales de la palabra de Dios en los profetas, sucede ahora la realización plena y definitiva», recalcó.

«La Carta a los Hebreos (1,1-2) expresa así la novedad -indicó–: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo»».

Por ello, las «palabras-evento» –la palabra de Dios que, sobre todo en los profetas, «crea una situación que lleva a cabo siempre algo nuevo en la historia»– han dado paso a las «palabras-sacramento».

Estas últimas «son las palabras de Dios «sucedidas» una vez para siempre y recogidas en la Biblia, que vuelven a ser «realidad activa» cada vez que la Iglesia las proclama con autoridad y el Espíritu que las ha inspirado vuelve a encenderlas en el corazón de quien las escucha», definió el padre Cantalamessa.

En Jesús la Palabra de Dios «se hizo carne» (Jn 1, 14). «¡El evento ahora es una persona!», recalcó.

Por medio de su Hijo, Dios habla «también hoy en la Iglesia». Para tomar conciencia de ello, el predicador de la Casa Pontificia apuntó la afinidad entre Palabra y Eucaristía.

«El sacrificio de Cristo está consumado y concluido en la cruz», pero «sabemos que existe todavía un sacrificio y es el único sacrificio de la Cruz que se hace presente y operante en el sacrificio eucarístico», de forma que «el evento continúa en el sacramento»; «algo análogo sucede con la palabra de Cristo: ha cesado de existir como evento, pero existe aún como sacramento», advirtió.

La «sacramentalidad de la palabra de Dios» se ve cuando tantas veces «actúa manifiestamente más allá de la comprensión de la persona», «más allá de toda explicación humana», con «una desproporción evidente entre el signo y la realidad que produce, cosa que permite pensar, precisamente, en la eficacia de los sacramentos», subrayó el padre Cantalamessa.

Ejemplificó con san Agustín: «Al leer las palabras de Pablo a los Romanos (13, 11 ss.): «Despojémonos de las obras de las tinieblas… Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de lujurias y desenfrenos», sintió una «luz de serenidad» que le asaltaba el corazón y comprendió que se había curado de la esclavitud de la carne».

En la Misa la «liturgia de la Palabra» es «la actualización litúrgica del Jesús que predica», sintetizó; es el momento en el que «las palabras y los episodios de la Biblia no sólo se narran, sino que se reviven», «lo que sucedió «en aquel tiempo», ocurre «en este tiempo», «hoy»».

Por eso, siguiendo al predicador del Papa, «en la liturgia, las lecturas bíblicas adquieren un sentido nuevo y más fuerte que cuando se leen en otros contextos»; su horizonte es «reconocer a Quien se hace presente al partir el pan, iluminar cada vez un aspecto particular del misterio que se va a recibir». Así sucedió con los dos discípulos de Emaús –evocó–: «Fue escuchando la explicación de las Escrituras como su corazón empezó a arder, de manera que fueron capaces de reconocer [a Jesús] después al partir el pan».

Por eso «no somos sólo oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores en ella» realmente, insistió el predicador del Papa. Y recordó los consejos de Orígenes, en cuanto al sumo cuidado y veneración que se tiene hacia la Eucaristía, el cuerpo del Señor: «Sabed -decía el padre apostólico de los primeros tiempos de la Iglesia– que descuidar la palabra de Dios no es culpa menor que descuidar su cuerpo».

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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