Madre Teresa de Calcuta: La Luz del Amor (1)

Por el padre Joseph Langford, MC

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ROMA, 15 octubre 2003 (ZENIT.org).- Con ocasión de la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta –el próximo 19 de octubre–, el padre Joseph Langford MC ha compartido con Zenit el secreto de la misión de la futura beata y la repercusión de su vida y su mensaje.

Junto a la Madre Teresa, el padre Langford es el cofundador de la rama sacerdotal de los Misioneros de la Caridad.

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Madre Teresa de Calcuta: La Luz del Amor

En medio de la pobreza y el dolor de este mundo, la Madre Teresa de Calcuta ha irradiado la cálida luz del amor y de la compasión de Dios en todos nosotros. Es lo que afirma la Iglesia al incluirla en el catálogo de Beatos: que era Su luz lo que contemplamos en ella. «Vosotros sois la luz del mundo», dijo Jesús a sus discípulos con palabras que resuenan en este día. «Ven, sé Mi luz», pidió de forma similar Jesús a la Madre Teresa al principio de su misión. «Llévame a los oscuros hoyos de los pobres… Ven, llévame, no puedo ir solo».

En su vida en la tierra, y ahora incluso con mayor plenitud en el reino, ella permanece como un faro de luz que refleja el corazón de Dios a los que le buscan, a quienes buscan signos de Su cercanía y cuidado en la oscuridad del sufrimiento humano y del pecado.

A través de su mensaje, proclamado no tanto con palabras como con hechos, ricos y pobres se han sentido inexplicablemente sumergidos en el tierno abrazo de la misericordia y del consuelo de Dios. La vida de la Madre Teresa ha llegado a ser verdaderamente «algo precioso para Dios» –más aún, algo precioso «desde» Dios–. Ella es, de hecho, un «signo para esta generación», una señal incontrovertible de que «Dios aún ama al mundo hoy».

Su trabajo, aunque alcanzara toda enfermedad social, no era sólo un trabajo social. En la visión de la Madre Teresa, dar de comer al hambriento y cuidar del moribundo no eran fines en sí mismos, sino una participación en la propia «obra de amor» redentora de Jesús por los más pequeños y los perdidos.

Frente a las abrumadoras necesidades de los pobres, abandonados en las calles y suburbios de Calcuta, donde todo parece burlarse de la existencia de Dios y de su amor, el propio Jesús dirigió a la Madre Teresa en un nuevo enfoque para llevar su evangelio y su amor a los pobres.

En el inicio de la misión de la Madre Teresa, Jesús le reveló una luz que iluminaría y animaría todo su trabajo: la convicción de que Dios no sólo nos acepta en nuestra miseria y pecado, sino que tiene anhelo de nosotros, «sed» de nosotros con la infinita intensidad de su corazón. Ella misma experimentó cuánto desea Dios amarnos y «ser amado por nosotros», tanto ahora como en el reino. En efecto, cuanto más necesitados estamos, cuanto mayor es nuestra pobreza y miseria en cuerpo o espíritu, mayor es esta sed divina. La Madre Teresa entendió, y quería que lo comprendieran sus seguidores, que las palabras que Jesús pronunció para expresar este anhelo en el Calvario, «Tengo sed», resuenan hoy en todo tiempo y lugar, en cada corazón humano, y con mayor urgencia para más los alejados y los más necesitados:

«La intensa gracia de la divina Luz y Amor recibida [por la Madre Teresa] en el viaje en tren a Darjeeling el 10 de septiembre de 1946 es donde MC empezó [las Misioneras de la Caridad]: en las profundidades del infinito anhelo de Dios de amar y ser amado…» (Cartas de la Madre Teresa, 1996).

«Ahora, hoy, y cada día, Jesús tiene sed de mi amor. Tiene anhelo de mí… Esto [la sed] es Su anhelo de amor, de mi amor».

La Madre Teresa saciaría esta «sed de Jesús de amor y de almas» siguiéndole en los «oscuros hoyos» donde los pobres de Calcuta se amontonaban, viviendo entre ellos y como ellos, amándoles en su nombre, y sirviendo su presencia escondida en ellos, quienes llevan la carga, y la sacralidad, de su cruz.

Sirviendo a los pobres a través de «cosas pequeñas hechas con gran amor», ella quería imitar a Quien vino a servir más que a ser servido. Estos humildes trabajos de amor tuvieron como objetivo no una experiencia médica o enderezar males sociales, ni siquiera lograr resultados comprobables, sino la «salvación y santificación» de los más pobres entre los pobres.

Jesús había prometido a la Madre Teresa que Él mismo sería quien tocaría a los pobres a través de ella. A imitación de María, fue llamada a una vida de tal unión con su Señor para «ser su resplandor» en las almas. Por ello, la santidad y la unión con Cristo llegaría a ser su objetivo dominante, para permitir a Jesús «vivir su propia vida en ella» entre los pobres.

Esto requería una profunda vida interior, la práctica diligente de la oración y la entrega total y el sacrificio propio, precisamente para que pudiera ser «Él y no ella» quien hiciera el trabajo. Esta unión era alimentada constantemente por la presencia especial de Jesús en la Eucaristía, recibida en la comunión y adorada en la oración. De ahí ella partía, llevándole y cuidándole en el Calvario de su cuerpo místico. De esta forma, en la oración ante el Santísimo Sacramento o siguiendo el ejemplo de Nuestra Señora acudiendo rápidamente ante la urgencia de la sed de Jesús del amor en los pobres, ella estaría con Él, unida a Él, «tocándole las 24 horas del día».

La realidad de tocar directamente a Cristo en los pobres, tan preciosa para la Madre Teresa, era el origen de su expresión más característica. Refiriéndose al trabajo por los pobres, siempre citaba las palabras de Jesús «A mí me lo hicisteis», contándolas con los dedos de la mano, como profesora que había sido. El gran secreto de su santidad fue la absoluta convicción de que, sin importar lo pequeño o humilde que fuera, todo acto de caridad hacia los necesitados se hace verdadera y eternamente «al propio Jesús».

[Zenit publicará la segunda parte de este artículo el próximo 16 de octubre].

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ZENIT Staff

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