Temores y esperanzas ante el año nuevo

Por el obispo de San Cristobal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel.

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SAN CRISTOBAL DE LAS CASAS, sábado, 12 enero 2008 (ZENIT.orgEl Observador).- Con un mensaje sobre el año que inicia, y un análisis de los temores y las esperanzas que enfrentan los mexicanos en particular y América Latina en general, arrancó 2008 el obispo de San Cristobal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel.

TEMORES Y ESPERANZAS ANTE EL AÑO NUEVO

VER
Al iniciar un nuevo año, nos preguntamos: ¿Qué pasará? ¿Habrá cambios significativos, a nivel personal, familiar, político, económico, social y eclesial? ¿Todo seguirá igual? ¿La situación será mejor, o peor? ¿Dios nos concederá un año más de vida? ¿Gozaremos de salud, o las enfermedades aumentarán? ¿Habrá trabajo? ¿Alcanzará el dinero? ¿Qué será de los hijos? Estas y muchas otras expectativas se nos presentan a la mayoría de las personas.

Hay quienes nada esperan, por pasividad y resignación, por desconfianza y desilusión, o porque se sienten fracasados y sin esperanza. Se hunden en la sensación de que están solos, de que todo les sale mal, de que no valen, de que no tiene sentido luchar, ni siquiera vivir. Les parece que todos los días son iguales y que son inútiles los buenos propósitos. Son hipercríticos de todo, nada les parece bien y se amargan la existencia. No confían en nada ni en nadie; ni en sí mismos. Viven sin esperanza, sin sentido, sin amor.

JUZGAR
El Papa Benedicto XVI, atento a los gozos y esperanzas del mundo actual, acaba de enviarnos su segunda Carta Encíclica, recordando lo que nuestra fe ofrece al mundo: esperanza. Basándose en lo que dice san Pablo a los Romanos (Rm 8,24), que «en esperanza fuimos salvados», afirma: «Según la fe cristiana, la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Ahora bien, se nos plantea inmediatamente la siguiente pregunta: pero, ¿de qué género ha de ser esta esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata?» (1).

El mismo Papa responde: «Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza» (3). «Jesucristo nos ha redimido. Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana causa primera del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: ‘Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí’ (Ga 2,20). (6). «El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (2).

En efecto, nuestra fe no nos enajena con deseos etéreos. El Dios en quien creemos, manifestado en Cristo, es realista: nos ayuda a afrontar las situaciones concretas, personales y sociales. Nos lanza a cambiar lo que es injusto, a combatir la mentira y la muerte; sin embargo, no nos encierra en límites exclusivamente materiales, sino que nos abre a la trascendencia de otro mundo mejor, aquí y ahora, y más allá del tiempo. Esa es nuestra esperanza, que supera la amargura de quienes todo lo ven con desconfianza.

Dice el Papa: «Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo, hasta el total cumplimiento. Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente vida» (27).

ACTUAR
Los cristianos tenemos un tesoro, que es nuestra fe, y que nos da la seguridad de que Dios nos ama, que la vida tiene sentido por el amor de Dios hacia nosotros y por el amor que damos y recibimos a nuestro alrededor. Esta fe nos da esperanza, porque nos proyecta a luchar por construir un mundo mejor, sin amargarnos porque los gobiernos y los sistemas sociales, políticos y económicos no cambian, y sin dejar que todo lo resuelva Dios. Esta es la esperanza que deseamos compartir al mundo.

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

 

 

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ZENIT Staff

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