«Tenemos que ser capaces de delinear nuevas vías a la teología»

Monseñor Fisichella, nuevo rector de la Universidad Lateranense

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ROMA, 25 febrero 2002 (ZENIT.orgAvvenire).- Monseñor Rino Fisichella, de 50 años, obispo auxiliar de Roma, es desde hace algunas semanas el nuevo rector de la Universidad Pontificia Lateranense. Desde este importante observatorio, responde a algunos grandes puntos cruciales del compromiso cultural del cristiano de hoy.

Esta Universidad [ http://www.pul.it ], fundada en 1773, depende directamente de la Santa Sede.

Cuenta con cuatro facultades (Teología, Filosofía, Derecho Canónico, Derecho Civil), así como con el Instituto Pontificio para los Estudios sobre Matrimonio y Familia «Juan Pablo II». Tiene más de seis mil estudiantes, además de varias decenas de Institutos en los cinco continentes que dependen de esta Universidad.

–¿Monseñor Fisichella, dónde va la Lateranense?

–Monseñor Fisichella: Tenemos que comenzar por nuestra naturaleza: somos la universidad del Papa. Nuestra misión es la de ofrecer un soporte cultural, teológico, filosófico a la enseñanza del Santo Padre. Pero con una peculiaridad: estamos llamados a acoger el magisterio pero también a mostrar cómo mediarlo en el ámbito cultural. Lo que significa no sólo repetir sino asumir en primera persona el desafío de elaborar un proyecto cultural nuestro.

–¿En qué ámbitos en especial?

–Monseñor Fisichella: Hoy nos encontramos frente a algunos grandes puntos cruciales: pienso en el problema de la verdad –al afirmarse diversas concepciones de la vida y del derecho–; en el tema de la naturaleza y de la relación del hombre con ella; más en general, en la gran cuestión de la antropología.

Frente a estos escenarios, nuestra universidad debe convertirse cada vez más en lugar de investigación. Asumiendo el método típico de la indagación científica, tenemos que ser capaces de delinear nuevas vías. No podemos limitarnos a estudiar el pasado o a analizar el presente. El verdadero desafío es elaborar propuestas que miren al futuro.

En esto querría subrayar que una riqueza de la Lateranense es su apertura al mundo. Somos una universidad en la están representados 95 países, tenemos sedes e institutos conectados en todos los continentes. Estamos, por tanto, en contacto directo con «las» culturas. Una situación sumamente estimulante para quien se propone interpretar la realidad.

–Está siempre de actualidad el tema de la ciencia y sus límites.

–Monseñor Fisichella: Creo que a la teología se le pide un doble servicio. Por una parte, debe prestar atención a no «demonizar» la ciencia. Es un fruto de la inteligencia creadora del hombre que debemos reconocer en todo su valor. Además, la misma teología pertenece a este ámbito.

Al mismo tiempo, hay que afirmar con fuerza, sin embargo, que la ciencia no puede ser considerada como neutral. Es un prejuicio que hay que desmontar: no hay investigación fuera de la aceptación del principio interpretativo de la realidad. Y es equivocado identificar el progreso con la investigación científica en sí. El progreso se da sólo si la investigación está encaminada al bien de la persona y de la comunidad. La investigación no puede, por tanto, rehuir las responsabilidades éticas de lo que hace. Y la teología debe ayudar a este discernimiento ofreciendo esa mirada sobre el significado del hombre, sobre su esencia más profunda, que las ciencias empíricas no pueden dar. He aquí por qué hoy es más que nunca esencial que la teología asuma un papel propositivo también en estas fronteras.

–Aludía antes a la confrontación entre culturas, un tema muy debatido tras el 11 de septiembre. ¿Qué puede enseñar la experiencia de la Laterannese?

–Monseñor Fisichella: Un lugar como la Lateranense es capaz de dar una gran aportación a la acogida entre culturas. El hecho de que vivan juntos el estudiante estadounidense, coreano o ugandés es una expresión muy hermosa de la catolicidad de la fe. Da visibilidad al hecho de que las culturas se encuentran y se respetan. Pero eso no es todo. Quiere ser sobre todo un lugar donde todas las culturas descubran que están abiertas a una verdad más grande. Este es el verdadero desafío en la confrontación entre mundos diversos: abrir un espacio de pensamiento para situarse ante lo nuevo.

–¿Vale también para la inculturación de la fe?

–Monseñor Fisichella: Ciertamente. Y es una tarea fundamental hoy. Lo digo a partir de mi experiencia: durante veinte años he dado clases sobre la credibilidad de la Revelación. Y he podido ver lo importante que es ayudar a cada uno a captar este concepto sirviéndose de las categorías de la propia cultura. Pero no caigamos en el espejismo de tener que convertirnos en no sé qué: en la inculturación no comenzamos desde cero. Es una fatiga que acompaña desde siempre a la vida de la Iglesia.

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ZENIT Staff

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