«Testigo de la historia» de los nazis en Austria

Una religiosa cuenta su experiencia a los jóvenes

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VIENA, jueves, 26 julio 2007 (ZENIT.org).- La hermana Elisabeth Mrkvicka, religiosa del Buen Pastor, desde hace algunos años da conferencias como «testigo de la Historia» en la Universidad de Innsbruck, Austria, y también en escuelas y parroquias.

La religiosa explica lo que esto significa para ella: «Pensando en la historia de mi vida, veo claro que dentro de poco no habrá nadie más con vida que haya experimentado el tiempo del Nacional Socialismo (NS) en Austria entre los años 1938 y 1945. Sólo muy pocos conocen cómo fue la realidad en aquel tiempo».

«¿Qué me hace hablar como testigo de la historia a la gente joven?», se interroga, y responde: «Cuando me abro, el ‘encuentro’ sucede y esto contribuye a la reconciliación».

Elisabeth Mrkvicka nació en Viena, en 1925, en una familia que describe como «totalmente antirreligiosa»: «Mi padre era un convencido social demócrata y en contra de la Iglesia. Sus tres hijos acudimos a las clases de educación religiosa católica pero en la casa nunca hablamos de religión. Hasta la edad de 14 años no sabía ni siquiera una oración».

De un día para otro (debido a la relación de Austria con Alemania en 1938) descubrió, con 12 años, que su madre era una judía bautizada y ella fue considerada medio judía, según las leyes nazis.
Empezó la persecución de su familia, especialmente la de su madre. La familia fue diezmada por el exilio, el suicidio, o la deportación a campos de exterminio.

«Sin esperanza y destrozada, enfrentaba la situación –afirma la religiosa–. Mis padres, debido al fardo de miedo y dolor, no pensaron en explicarme el crimen que se estaba llevando a cabo. Escuché que se gritaba: “Los judíos son los culpables por todo el mal en el mundo, ellos son los indeseables que deben ser exterminados; son la escoria que se debe remover”. No se me permitió estudiar y, una y otra vez, estuve expuesta a la humillación. Me sentía como no querida y siempre en riesgo».

Elisabeth Mrkvicka se puso en contacto con un olvidado grupo juvenil católico en su parroquia y comenzó a creer en Dios: «De alguna manera fue más un escape que una convicción genuina de fe. Sobreviví a estos años terribles de guerra, de constantes amenazas y miedo».

Su padre murió. Pudo cuidar a su madre en su última enfermedad y, cuando se quedó sola, creció en ella la decisión de entrar en la Congregación. Vivió por muchos años en esta ocultando sus orígenes.

«Sólo en mi avanzada edad (74 años) –explica–, a través de un acompañamiento espiritual cuidadoso, aprendí a aceptarme y, en el caminar de mi vida, a aceptar mi misión».

Un profesor amigo en la Universidad de Innsbruck –que a través de conferencias y publicaciones trabaja por las personas marginadas–, y su director espiritual le sugirieron que hablara a la gente joven, como testigo de la historia, acerca de su experiencia durante el Nacional Socialismo.

«Nunca podré olvidar el mal –confiesa–. Esta experiencia me robó mi autoestima, y muchísimo del deseo y del valor para vivir. Yo fui capaz sólo de sobrevivir. Mi gran deseo es que nunca más las personas sean humilladas, marginadas o exterminadas».

«Sólo con el acompañamiento de gente amorosa fui capaz de mirar la historia de mi vida, sólo entonces pude percibir el sufrimiento y a pesar de toda la desesperación, fui capaz de ver como Dios me guiaba en mi historia y puse todo en Sus manos», añade.

«En mi más honda devastación, cuando no era capaz de aceptarme a mí misma y ya no quería vivir, por primera vez experimenté que Dios me ama incondicionalmente, que murió por cada uno y que quiere una vida plena para todos los seres humanos. Sólo al experimentarme como amada por Dios puedo descartar cualquier venganza», confiesa la hermana Mrkvicka.

Hace unos años, la religiosa iba en un autobús junto a una pareja. Los medios de comunicación acababan de informar de un ataque a una sinagoga en Estambul. La pareja opinó que los campos de concentración y las cámaras de gas nunca existieron.

«Entonces me sobrepuse a mi cobardía y les dije a ambos: «Oh sí, esos campos de concentración existieron y las cámaras de gas verdaderamente existieron».

Ellos respondieron: «¿Cómo sabe usted esto?». Les dijo: «Porque mis familiares fueron asesinados ahí». Ellos respondieron: «¡Entonces olvidaron asfixiarla a usted también!».

Este es uno de los motivos que mueven a la hermana Mrkvicka a seguir contando su historia: «Los jóvenes se sienten muy afectados por los que les digo, pero también se sienten conmovidos por el pensamiento de que sólo Dios puede curar todas sus heridas. También intento decirles que ellos no pueden cargar con la culpa de sus antepasados; que cada persona es responsable por lo que él/ella piensa y hace».

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ZENIT Staff

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