Testigos del amor apasionado de Dios

Tres nuevos modelos de santidad para la Iglesia

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo 23 octubre 2011 (ZENIT.org).- La Iglesia universal cuenta desde hoy con tres nuevos modelos de santidad y testigos, como dijo Benedicto XVI en la ceremonia de canonización, “del amor apasionado de Dios”. Son san Guido Maria Conforti, san Luis Guanella y santa Bonifacia Rodríguez de Castro.

A las diez horas de la mañana, el papa celebró la Eucaristía ante la basílica vaticana, en la plaza de San Pedro, y procedió a la canonización de los beatos Guido Maria Conforti (1865-1931), arzobispo-obispo de Parma, fundador de la Pía Sociedad de San Francisco Javier para las Misiones Extranjeras; Luis Guanella (1842-1915), sacerdote, fundador del Instituto de las Hijas de Santa María de la Providencia y de la Congregación de los Siervos de la Caridad; y Bonifacia Rodríguez de Castro (1837-1905), fundadora de la Congregación de las Siervas de San José.

Los tres fueron proclamados santos a las 10,34 horas. Tras las palabras de Benedicto XVI, sonó música sacra y las miradas de los miles de fieles se dirigieron a la fachada de la basílica donde colgaban tres tapices con la imagen de los nuevos santos.

La canonización fue pedida a Benedicto XVI por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, acompañado por los postuladores de las causas. Tras la lectura de las correspondientes biografías, y el rezo de las letanías de los santos, el papa procedió al rito de canonización, por el que los tres nuevos modelos para el mundo son inscritos en el libro de los santos.

“Establecemos que en toda la Iglesia sean devotamente honrados entre los santos”, dijo el papa. Una vez proclamados, fueron llevadas sus reliquias al altar para su veneración.

La misa se celebró en una mañana fresca y soleada y asistieron delegaciones oficiales de España e Italia, así como miles de fieles italianos, españoles y de otros países a los que llegó la obra de estos santos.

La delegación española estaba encabezada por Juan Carlos Campo Moreno, secretario de Estado de Justicia, y además la embajadora de España ante la Santa Sede, María Jesús Figa; la directora general de Cooperación Jurídica Internacional y Relaciones con las Confesiones, María Aurora Mejía, y el director adjunto del Gabinete del Ministerio de la Presidencia, Carlos García de Andoin.

Por la Iglesia española, el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Antonio María Rouco, así como numerosos obispos. Hubo, entre otras, delegaciones de las diócesis de Salamanca, de donde era santa Bonifacia, y de Zamora, donde vivió sus últimos años y murió. Asistió una amplia representación de las Siervas de San José, familiares de la nueva santa, alumnos y simpatizantes de su obra.

Durante la misa, tras el rito de la canonización y la proclamación del Evangelio, el Papa pronunció la homilía.

Destacó Benedicto XVI que la celebración coincide con la Jornada Misionera Mundial (Domund), “cita anual que pretende despertar el impulso y el compromiso por la misión”. Invitó a alabar al Señor por los tres nuevos santos. Expresó con alegría su saludo a todos los presentes y en especial a las delegaciones oficiales y a los numerosos peregrinos llegados para festejar a “estos tres ejemplares discípulos de Cristo”.

Dijo que la Palabra de hoy recuerda que “toda la Ley divina se resume en el amor”. Tras hacer una breve síntesis del relato de Mateo, subrayó que “la exigencia principal para cada uno de nosotros es que Dios esté presente en nuestra vida. Este debe, como dice la Escritura, penetrar todos los estratos de nuestro ser y llenarlos completamente: el corazón debe saber de Él y dejarse tocar por Él; y así también el alma, las energías de nuestro querer y decidir, e incluso la inteligencia y el pensamiento. Es un poder decir como san Pablo: ‘ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí’ (Gal 1,20)”.

Y subrayó que Jesús añade algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley: “El segundo es semejante a aquél: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Una afirmación, según Benedicto XVI, por la que “Jesús da a entender que la caridad hacia el prójimo es tan importante como el amor a Dios”. “El signo visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo el amor de Dios es el amor a los hermanos”. Por ello, considera providencial que hoy precisamente la Iglesia “señale a todos sus miembros tres nuevos santos que se dejaron transformar por la caridad divina y con ella han marcado toda su existencia. En diversas situaciones y con diferentes carismas, han amado al Señor con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos ‘hasta convertirse en modelo para todos los creyentes’ (1Ts 1,7)”.

El Salmo 17, invitando a abandonarse con confianza en las manos del Señor, que es “fiel a su consagrado”, sirvió al papa para subrayar la actitud que guió a san Guido Maria Conforti. “Desde que era niño, tuvo que superar la oposición de su padre para entrar en el seminario, dio prueba de un firme carácter en seguir la voluntad de Dios, en corresponder en todo a aquella caritas Christi que, en la contemplación del Crucifijo, lo atraía hacia sí”.

Un lema que sintetiza el programa del instituto misionero al que él, apenas treintañero, dio vida: “una familia religiosa –dijo Benedicto XVI- puesta enteramente al servicio de la evangelización, bajo el patrocinio del gran apóstol de Oriente san Francisco Javier”.

En cuanto al testimonio humano y espiritual de san Luis Guanella, dijo el papa que vivió “con coraje y determinación el Evangelio de la Caridad, el ‘gran mandamiento’ que también hoy la Palabra de Dios nos ha recordado”. (sobre la vida de este santo ver: http://www.zenit.org/article-40731?l=spanish).

Luego, hablando en español, Benedicto XVI recordó el pasaje de la I Carta a los Tesalonicenses, “un texto que usa la metáfora del trabajo manual para describir la labor evangelizadora y que, en cierto modo, puede aplicarse también a las virtudes de santa Bonifacia Rodríguez de Castro”.

Cuando san Pablo escribe la carta, recordó el papa, “trabaja para ganarse el pan; parece evidente por el tono y los ejemplos empleados, que es en el taller donde él predica y encuentra sus primeros discípulos”.

“Esta misma intuición –dijo- movió a santa Bonifacia, que desde el inicio supo aunar su seguimiento de Jesucristo con el esmerado trabajo cotidiano. Faenar, como había hecho desde pequeña, no era sólo un modo para no ser gravosa a nadie, sino que suponía también tener la libertad para realizar su propia vocación, y le daba al mismo tiempo la posibilidad de atraer y formar a otras mujeres, que en el obrador pueden encontrar a Dios y escuchar su llamada amorosa, discerniendo su propio proyecto de vida y capacitándose para llevarlo a cabo”.

“Así nacen las Siervas de San José –añadió–, en medio de la humildad y sencillez evangélica, que en el hogar de Nazaret se presenta como una escuela de vida cristiana”.

Siguió con las palabras del Apóstol en las que dice “que el amor que tiene a la comunidad es un esfuerzo, una fatiga, pues supone siempre imitar la entrega de Cristo por los hombres, no esperando nada ni buscando otra cosa que agradar a Dios”.

De la misma manera, “la madre Bonifacia, que se consagra con ilusión al apostolado y comienza a obtener los primeros frutos de sus afanes, vive también esta experiencia de abandono, de rechazo precisamente de sus discípulas, y en ello aprende una nueva dimensión del seguimiento de Cristo: la Cruz”. “Ella la asume con el aguante que da la esperanza –añadió el papa–, ofreciendo su vida por la unidad de la obra nacida de sus manos”.

“La nueva Santa se nos presenta como un modelo acabado –concluyó- en el que resuena el trabajo de Dios, un eco que llama a sus hijas, la
s Siervas de San José, y también a todos nosotros, a acoger su testimonio con la alegría del Espíritu Santo, sin temer la contrariedad, difundiendo en todas partes la Buena Noticia del Reino de los cielos. Nos encomendamos a su intercesión, y pedimos a Dios por todos los trabajadores, sobre todo por los que desempeñan los oficios más modestos y en ocasiones no suficientemente valorados, para que, en medio de su quehacer diario, descubran la mano amiga de Dios y den testimonio de su amor, transformando su cansancio en un canto de alabanza al Creador”.

Benedicto XVI exhortó a los presentes a amar al Señor “mi fuerza”, como proclama el salmo. “De tal amor apasionado por Dios son signo elocuente estos tres nuevos santos. Dejémonos atraer por sus ejemplos, dejémonos guiar por sus enseñanzas, para que toda nuestra existencia se convierta en testimonio de auténtico amor hacia Dios y hacia el prójimo”.

Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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