Texto completo de la audiencia general del miércoles 10 de septiembre

La Iglesia nos ayuda a vivir lo esencial, que según el Evangelio, es la misericordia. Un cristiano no puede no ser misericordioso

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestros itinerario de catequesis sobre la Iglesia, nos estamos deteniendo para considerar que la Iglesia es madre. La vez pasada hemos subrayado como la Iglesia nos hace crecer y con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, nos indica el camino de la salvación y nos defiende del mal. Hoy quisiera subrayar un aspecto particular de esta acción educativa de la madre Iglesia, es decir, cómo nos enseña las obras de misericordia.

Un buen educador apunta hacia lo esencial. No se pierde en los detalles, pero quiere transmitir lo que verdaderamente cuenta para que el hijo o el discípulo encuentre el sentido y la alegría de vivir. Y lo esencial, según el Evangelio, es la misericordia. Lo esencial del Evangelio es la misericordia. Dios ha enviado a su Hijo, Dios se ha hecho hombre para salvarnos, es decir, para darnos su misericordia.

Lo dice claramente Jesús, resumiendo su enseñanza para los discípulos: «Sed misericordiosos, como el Padre es misericordioso». ¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso? No. El cristiano necesariamente debe ser misericordioso porque esto es el centro del Evangelio. Y fiel a esta enseñanza, la Iglesia no puede hacer otra cosa que repetir lo mismo a sus hijos: «Sed misericordiosos», como lo es el Padre, y como lo ha sido Jesús. Misericordia.

Y entonces la Iglesia se comporta como Jesús. No da clases teóricas sobre el amor, sobre la misericordia. No difunde en el mundo una filosofía, un camino de sabiduría… Ciertamente, el cristianismo es también esto, pero como consecuencia, como reflejo. La madre Iglesia, como Jesús, enseña con el ejemplo, y las palabras son necesarias para iluminar el significado de sus gestos.

La madre Iglesia nos enseña a dar de comer y de beber a quien tiene hambre y sed, a vestir al desnudo. Y, ¿cómo lo hace? Lo hace con el ejemplo de muchos santos y santas que hacen esto de forma ejemplar; pero lo hace también con el ejemplo de muchísimos padres y madres, que enseñan a sus hijos que lo que tenemos de más es porque a otro le falta. Es importante saber esto.

En las familias cristianas más sencillas siempre ha sido sagrada la regla de la hospitalidad: no falta nunca un plato y un cama para quien lo necesita. Una vez, una madre me contaba en la otra diócesis, que quería enseñar esto a sus hijos y les decía qeu ayudaran y dieran de comer a quien tenía hambre. Tenía tres. Y un día en la comida, el padre estaba fuera en el trabajo y estaba ella con los tres hijos, pequeños: siete, cinco, cuatro años, más o menos. Y llaman a la puerta y había un señor que pedía para comer. Y la mamá ha dicho espera un momento. Ha entrado y le ha dicho a los hijos, «hay un señor ahí que pide comida, ¿qué hacemos?» «Sí, mamá, le damos». Cada uno tenía en el plato un bistec con patatas fritas. «Le damos, le damos». «Muy bien, tomamos la mitad de cada uno de vosotros y le damos la mitad del bistec de cada uno de vosotros». «¡Ah, no, mamá, así no va la cosa!» Es así. Tú debes dar del tuyo. Y así esta madre ha enseñado a los hijos a dar de comer de lo propio. Esto es un bonito ejemplo que a mí me ha ayudado mucho. Pero, «no me sobra nada». Da del tuyo. Así nos enseña la madre Iglesia. Y las tantas madres que están aquí, saben que hacer para enseñar a los hijos. A que ellos compartan sus cosas con el que lo necesita.

La madre Iglesia enseña a estar cerca del enfermo. ¡Cuántos santos y santas han servido a Jesús de esta forma! Y cuántos hombres y mujeres sencillos, cada día, ponen en práctica esta obra de misericordia en una habitación de hospital, en una residencia, o en la propia casa, asistiendo a una persona enferma.

La madre Iglesia enseña a estar cerca del que está en la cárcel. «Pero padre, no, eso es peligroso. Es gente mala». Pero cada uno de nosotros es capaz, escuchad bien esto: cada uno de nosotros es capaz de hacer lo mismo que ha hecho ese hombre o esa mujer que está en la cárcel. Todos tenemos la capacidad de pecar y de hacer lo mismo, de equivocarnos en la vida. No es más malo que tú o que yo.

La misericordia de la madre Iglesia supera todo muro, toda barrera, y te lleva a buscar siempre el rostro del hombre, de la persona. Y es la misericordia la que cambia el corazón y la vida, que puede regenerar una persona y permitirle insertarle de una forma nueva en la sociedad. La madre Iglesia enseña a estar cerca y a quien ha sido abandonado y muere solo.

Es lo que ha hecho la beata Teresa por las calles de Calcuta; es lo que han hecho y hacen muchos cristianos que no tienen miedo de estrechar la mano a quien va a dejar este mundo. Y también aquí, la misericordia es un «hasta la vista»…. Lo había entendido bien la beata Teresa esto. Pero le decían, «madre, esto es perder el tiempo». Y encontraba gente moribunda en la calle, gente a la que le comenzaban a comer el cuerpo las ratas de la calle y los llevaba a casa para que murieran limpios, tranquilos, acariciados, en paz. Ella les daba el ‘hasta pronto’. Pero muchos de estos, como ella y muchas mujeres y hombres que han hecho esto, les esperan allí en la puerta, para abrirles la puerta del cielo. Ayudar a morir a la gente bien, en paz.

Queridos hermanos y hermanas, así la Iglesia es madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella ha aprendido de Jesús este camino, ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los paganos. No basta con hacer el bien a quien nos hace el bien. Para cambiar el mundo a mejor es necesario hacer el bien a quien no es capaz de devolverlo, como ha hecho el Padre con nosotros, donándonos a Jesús.

Pero, ¿cuántos hemos pagado nosotros por nuestra redención? Nada. Todo es gratuito. Hacer el bien sin esperar nada a cambio. Así ha hecho el Padre con nosotros y nosotros debemos hacer lo mismo. Hacer el bien e ir adelante. Que bonito vivir en la Iglesia, en nuestra madre Iglesia que nos enseña estas cosas que nos ha enseñado Jesús.
Damos gracias al Señor, que nos da la gracia de tener como madre a la Iglesia, que nos enseña el camino de la misericordia, que es el camino de la vida. Damos gracias al Señor.

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ZENIT Staff

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