Texto completo del ángelus del domingo 22 de marzo

 En este quinto domingo de cuaresma, el evangelista Juan atrae nuestra atención con un particular curioso: algunos ‘griegos’, de religió judía, llegados a Jerusalén para la fiesta de Pascua, se dirigen al apóstol Felipe y le dicen: “Queremos ver a Jesús”. En la ciudad santo en donde Jesús se ha dirigido por la última vez hay mucha gente. Están lo pequeños y simples, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret, reconociendo el él enviado del Señor.

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Están los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo, que lo quieren eliminar porque lo consideran herético y peligroso. Se encuentran también personas, que como aquellos ‘griegos’, tienen curiosidad de verlo y saber más sobre su persona y las obras por él realizadas, la última de las cuales –la resurrección de Lázaro– despertó mucha impresión.

“Queremos ver a Jesús”. Estas palabras como tantas otras en los evangelios, llevan más allá del episodio particular y expresan algo de universal; revelan un deseo que atraviesa las épocas y las culturas, un deseo presente en el corazón de tantas personas que han oído hablar de Cristo, pero aún no lo han encontrado. Yo deseo ver a Jesús, así siente el corazón de esta gente.

Respondiendo indirectamente, de manera profética a aquel pedido de poder verlo, Jesús pronuncia una profecía que desvela su identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: “Ha llegado la hora que el Hijo del hombre sea glorificado”. ¡Es la hora de la cruz!, es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios.

Cristo declara que será “elevado de la tierra”, una expresión con un doble significado: “elevado” porque exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos a sí y reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos. La hora de la cruz, la más oscura de la historia, que es también el manantial de la salvación para todos aquellos que creen el él.

Prosiguiendo en la profecía sobre su Pascua, a esta altura inminente, Jesús usa una imagen simple y sugestiva, la del “grano de trigo” que, caído en la tierra, muere para producir su fruto. En esta imagen encontramos otro aspecto de la cruz de Cristo: el de la fecundidad. La cruz de Cristo es fecunda.

La muerte de Jesús es de hecho una fuente interminable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza generadora del amor de Dios. Sumergidos en este amor por el bautismo, los cristianos pueden volverse “granos de trigo” y frutificar mucho si como Jesús, “pierden la propia vida” por amor de Dios y de los hermanos.

Por esto a quienes también hoy “quieren ver a Jesús”, a quienes están a la búsqueda del rostro de Dios; a quien ha recibido una catequesis cuando era pequeño y nunca más la ha profundizado, que lleva la fe a tantos que aún no han encontrado a Jesús personalmente…; a todas estas personas nosotros podemos ofrecerles tres cosas, tres: el evangelio, el crucifijo, y el testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera.

El evangelio: allí podemos encontrar a Jesús, escucharlo, conocerlo. El crucifico: signo del amor de Jesús que se ha donado por nosotros; y después, una fe que se traduce en gestos simples de caridad fraterna. Pero principalmente, en la coherencia de vida entre lo que decimos y lo que vivimos. Coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones.

El evangelio, el crucifijo y el testimonio. Qué la Virgen nos ayude a llevar estas tres cosas.

(El papa reza el ángelus).

Queridos hermanos y hermanas, a pesar del feo tiempo son tantos quienes vinieron, tienen coraje, también los maratonistas etas tienen coraje, les saludo con afecto.

Ayer estuve en Nápoles, en visita pastoral. Quiero agradecer la calurosa acogida de todos los napolitanos, tan buenos, muchas gracias.

“Hoy es la Jornada Mundial del Agua, promovida por las Naciones Unidas. El agua es el elemento más esencial de la vida, de nuestra capacidad para cuidarla y compartirle depende el futuro de la humanidad. Animo por lo tanto a la comunidad internacional a vigilar para que las aguas del planeta sean adecuadamente protegidas y nadie sea excluido o discriminado en el uso de este bien, que es un bien común por excelencia. Con san Francisco de Asís decimos: “Alabado seas mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta”.

Saludo a todos los peregrinos presentes, en particular al coro del ‘Conservatorio Profesional de Música de Orihuela’ (España), a los jóvenes del ‘Collège Saint-Jean de Passy’ de Paris. A los fieles de Hungría y a los grupos musicales del Cantón Ticino, en Suiza.

Saludo al Orden Franciscano Seglar de Cremona, a la UNITALSI de Lombardía, al grupo que lleva el nombre del obispo martir Oscar Romero, que será pronto proclamado beato; también a los fieles de Fiumicino, a los niños de la primera comunión de Sanbuceto, a los jóvenes de Ravena, Milán y Florencia que han recibido hace poco la Confirmación o están por recibirla.

Y ahora, repetiremos un gesto, que ha hicimos el año pasado. Según una antigua tradición de la Iglesia, en la Cuaresma se entrega el evangelio a quienes se preparan para el bautismo. Así hoy les ofrezco a quienes están en la plaza, un regalo: un evangelio de bolsillo.

Les será distribuido gratuitamente por algunas personas sin fija demora que viven en Roma. También en esto vemos un gesto muy lindo que le gusta a Jesús: los más necesitados son aquellos que nos regalan la palabra de Dios. Tomen este evangelio, para que uno pueda llevarlo en la cartera, en el bolsillo. Leerlo con frecuencia, un pasaje, un párrafo cada día, la palabra de Dios es luz para nuestro camino. Nos hará bien, hacedlo. Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mi. Y “buon pranzo e arrivederci”». 

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ZENIT Staff

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