Todo es gracia

La encarnación redentora de Cristo, episodio único en la historia, determina el sentido pleno del tiempo

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El significado del tiempo para una persona no viene dado por el número de años que transcurren desde su nacimiento hasta su óbito (cf. Sab 4,8). El tiempo no es sólo algo físico, sino que también se percibe en su vertiente psicológica, moral y espiritual. El cristianismo, desde sus inicios, rechazó los ciclos eternos que planteaban los griegos, porque la Encarnación Redentora de Jesucristo es un episodio único e irrepetible en la historia humana, que determina el sentido pleno del tiempo. Pero aquel acontecimiento salvador tuvo su arranque en la misma Creación del Universo y su final tendrá lugar en el último día (cf. Col 1,15-23). Todo año nuevo participa de ese hecho real, donde la eternidad divina se hace tiempo de los hombres.

La fe en este Misterio, ilumina al hombre para hacer una lectura del tiempo desde la gracia recibida en el Bautismo. Cada ser humano ha de responder a lo que acontece en su vida y su entorno, es decir, a su actuación libre y responsable. Estas fechas son propicias para hacer un examen personal de conciencia sobre cómo hemos empleado nuestro tiempo, qué papel ha jugado Dios en estos meses, cuáles son las obras buenas que hemos hecho y cómo debemos fomentarlas en el futuro, cuáles son los defectos que hemos de evitar, a quién debemos perdonar y reparar. Este discernimiento nos ayudará a conocernos a nosotros mismos y a descubrir lo sucedido como un tiempo de gracia y misericordia.

Ahora bien, percibimos la valoración de nuestro tiempo según somos. El que anda en negocios humanos dice que el tiempo es oro. Para quien vive en el hedonismo es amarga la brevedad de la vida. En cambio, los cristianos afirmamos que el tiempo es un don del Creador y, a la vez, una responsabilidad del hombre, que lo ha de llenar de obras de amor a Dios y al prójimo. Las virtudes hacen bueno cualquier día, los vicios lo hacen malo. A nadie se la prometido nunca un día de mañana: sólo tenemos asegurado el presente que trae “su propia preocupación” (Mt 6,34). La actitud que debe dominar nuestro caminar es la de vigilancia, porque no sabemos “ni el día ni la hora” en que todo terminará (cf. Mt 24, 42-44).

El año que finaliza está marcado por las privaciones económicas de muchos, por conflictos familiares y sociales que han dejado un reguero de víctimas de todo tipo. Los meses venideros se presentan duros en lo económico, lo financiero y lo político. Benedicto XVI, en un reciente artículo en el Financial Times, afirmaba: “El nacimiento de Cristo nos desafía a repensar nuestras prioridades, nuestros valores, nuestro modo de vivir. Y mientras la Navidad es sin duda un tiempo de gran alegría, es también una ocasión de profunda reflexión, más aun, es un examen de conciencia (…) Los cristianos no deben escapar del mundo; por el contrario, deben comprometerse en él. Pero su participación en la política y en la economía debe trascender cada forma de ideolología” (20.12.2012).

No debemos dejarnos llevar por un pesimismo inoperante y desesperanzador. Hay un proverbio español que dice: “no hay mal que por bien no venga”. ¿Qué podemos aprender de esta profunda crisis que padecemos? Que la familia, a pesar de tantos olvidos y ataques de los políticos, está siendo la gracia que ampara a muchos que están viviendo el paro o la precariedad. Que se ha incrementado la generosidad, solidaridad y caridad hacia los más desfavorecidos. Que se vuelve a apreciar la sencillez y la coherencia como las formas más bellas de vivir una vida sana, mientras que crece la hostilidad hacia la opulencia de los corruptos que lleva al desastre a la sociedad. Frente al frenesí del individualismo egoísta y placentero, se ve más necesario cada día unir fuerzas para construir el bien común y educar en la virtud de hacer el bien y evitar el mal, como única base para una ética comprometida con la dignidad del hombre, de todos los hombres.

En definitiva: estos tiempos de crisis están desmontando racionalmente la autosuficiencia de hombre contemporáneo. También nos están situando más a los cristianos en lo esencial, que es Cristo, principio y fin de todos los tiempos. Al final, hemos de convencernos cada día más de que: “¡Todo es gracia!” (G. Bernanos, Diario de un cura rural).

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Juan del Río Martín

Arzobispo castrense de España.

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