Tomando la temperatura a la fiebre del matrimonio

Un estudio compara su situación en Estados Unidos y Escandinavia

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PISCATAWAY, Nueva Jersey, 3 de septiembre de 2005 (ZENIT.org).- En julio, el National Marriage Project, con sede en la Universidad Rutgers, hizo público su informe anual sobre el matrimonio. La edición de este años se titulaba: «La Situación de Nuestras Uniones: Matrimonio y Familia: ¿Qué nos puede decir la Experiencia Escandinava?».

Preparado por Barbara Dafoe Whitehead y David Popenoe, el informe presenta estadísticas sobre la familia y el matrimonio en Estados Unidos, así como un ensayo de Popenoe que compara las políticas familiares en Estados Unidos y Suecia.

Entre 1970 y 2004, el número anual de matrimonios por cada 1.000 mujeres adultas cayó en Estados Unidos cerca de un 50%. Esto se debe a una combinación de factores. Primeramente, los matrimonios se están dejando para más adelante: la media de edad de los nuevos esposos subió de los 20 para las mujeres y 23 para los hombres en 1960, hasta los 26 y 27, respectivamente, en el 2004. Otros factores incluyen el aumento de la cohabitación y a un ligero descenso en la tendencia a volver a casarse por parte de los divorciados.

La tasa de divorcios casi se ha duplicado desde 1960, pero ha descendido levemente desde que alcanzó su máximo a principios de los años ochenta. La pareja casada de los últimos años tenía una probabilidad de divorciarse o separarse de entre un 40% y un 50%.

El número de solteros que cohabitan en pareja ha aumentado en las últimas cuatro décadas, y este aumento continúa. La mayoría de los adultos jóvenes norteamericanos pasan actualmente un tiempo viviendo juntos fuera del matrimonio, y la cohabitación precede comúnmente al matrimonio.

La tasa de natalidad estadounidense continúa descendiendo. Los últimos datos, los del 2003, muestran una media de 2,044 niños por mujer. Esta cifra es más alta que la de muchos países, aunque los observadores piensan que la tasa de Estados Unidos descenderá más en las próximas décadas.

La tendencia a familias sin padre se frenó a finales de los 90, pero la mayoría de los últimos datos muestran un leve aumento. En 1960 sólo el 9% de los niños vivía en familias monoparentales. Para el 2004 esta cifra había subido un 28%. En la aplastante mayoría de familias monoparentales sólo está presente la madre.

Por otro lado, las encuestas revelan que los norteamericanos ven cada más el matrimonio y el tener hijos como objetivos separados. Entre los adolescentes, tanto chicos como chicas aceptan cada vez más formas de vida no maritales, especialmente el tener hijos sin estar casados.

Cohabitación, algo común
En su ensayo, Popenoe considera el argumento que afirma que los Estados Unidos podrían reducir problemas como la pobreza infantil, los embarazos adolescentes, y la paternidad en soltería, si adoptara la familia y las políticas sociales adoptadas por Suecia y Noruega.

Suecia tiene una de las tasas de matrimonio más bajas del mundo. Si continúa la tendencia actual, sólo el 60% de las mujeres suecas se casarán alguna vez, en comparación con el 85% de Estados Unidos. Hace cincuenta años la cifra era del 91% para Suecia y del 95% para Estados Unidos.

En lugar del matrimonio, la cohabitación se ha vuelto cada vez más popular en Suecia. En contraste, Estados Unidos tiene un índice de cohabitación de lo más bajos si no fuera por las naciones de mayoría católica del sur de Europa. Cerca del 28% de las parejas en Suecia cohabitan, contra un 8% de las parejas norteamericanas.

Una serie de factores contribuyen en el alto índice de cohabitación en Suecia. La religión es débil, y han desaparecido los tabúes morales y culturales contra las parejas que viven juntas. Además, las ayudas del gobierno se dan a los individuos sin importar sus relaciones o situaciones familiares. Las ayudas familiares en tales materias como el cuidado sanitario simplemente no existen. Y todos los impuestos son individuales.

Por su parte, Estados Unidos tiene la tasa más alta de divorcio del mundo. El riesgo de que un matrimonio termine en divorcio en Estados Unidos es cercano al 50%, comparado con cerca del 40% de Suecia. Esta diferencia puede explicarse en parte por los altos niveles de diversidad étnica, racial y religiosa en Estados Unidos, todo lo cual se asocia al divorcio. Por contraste, Suecia tiene una sociedad altamente homogénea. Y, por supuesto, la gente que cohabita pero no se casa no se divorciará.

Sin embargo, un gran número de las parejas suecas que cohabitan suele romperse. Se estima que el riesgo de ruptura de las parejas que cohabitan en Suecia, incluso las que tienen hijos, es varias veces más alto que para las parejas casadas.

Los hijos pierden
Por otro lado, la tasa de divorcios sueca ha crecido en los últimos años, mientras que la tasa de Estados Unidos ha ido bajando. Así, en general, dada la convergencia creciente de las tasas de divorcio, y la inestabilidad de las parejas que cohabitan, el índice de ruptura familiar en las dos naciones es actualmente casi igual, concluye Popenoe.

Una diferencia significativa entre los dos países tiene que ver con los niños que viven con sus padres biológicos. El número de nacimientos fuera del matrimonio es más alto en Suecia, un 56%, que en Estados Unidos, un 35%. Incluso así, muchos niños en Suecia viven con sus padres. Esto ocurre porque los nacimientos extra conyugales en Suecia se dan principalmente en parejas que cohabitan, mientras que en Estados Unidos se dan en madres demasiado jóvenes y que no cohabitan.

Los altos índices de ruptura de las relaciones en Suecia, comenta el informe, «testimonia la fragilidad del matrimonio moderno, en el que se han abandonado la mayoría de los lazos institucionales – dependencia económica, definiciones legales, sentimientos religiosas, y presiones familiares – dejando que el matrimonio y otros tipos de relaciones de pareja se mantengan unidos únicamente por el fino e inestable hilo del afecto».

Los grandes perdedores de esta tendencia, continúa el informe, son los niños. Tanto en Suecia como en Estados Unidos, los estudios muestran que los niños de familias rotas tienen dos o tres veces más posibilidades de tener graves problemas en la vida.

No tan antifamilia
El informe del National Marriage Project también señala que, aunque Suecia se considera liberal en materia de moralidad sexual, sus leyes en algunas áreas son más estrictas que las de Estados Unidos. En Suecia, por ejemplo, las parejas casadas con hijos de 16 años o menos deben esperar seis meses antes de culminar un divorcio. En Estados Unidos, la mayoría de los Estados no hacen distinción en sus leyes de divorcio entre las parejas con o sin hijos.

Además, Suecia permite la fertilización in vitro sólo si una mujer está casada o cohabitando en una relación a largo plazo. En Estados Unidos no hay tales restricciones. En Suecia se prohíbe la donación anónima de esperma y, en cambio, se permite en Estados Unidos. Y en Suecia un aborto tras 18 semanas de embarazo se permite sólo tras la revisión y aprobación del Organismo Nacional de Salud. Por contraste, en todos menos en tres estados de Estados Unidos se permite el aborto incluso para embarazos que hayan llegado al tercer trimestre.

Suecia también ofrece ventajas al cuidado de los hijos. Hay más tiempo libre, y ventajas de bienestar abundantes hacen posible que los padres pasen un mayor tiempo con sus hijos. Casi todas las madres pueden permanecer en casa con sus hijos durante el primer año, con un 80% o más de su salario. Y es fácil tener un horario flexible de trabajo para afrontar las responsabilidades familiares. En Suecia, la pobreza infantil es casi inexistente, y todos los niños están cubiertos por un seguro médico.

Pero esto tiene un precio. Popenoe comenta: «El norteamericano medio encontraría probablemente la vida en Escandinavia más bien incómoda debida a los altos impuestos,
la estricta regulación del gobierno, las limitadas opciones como consumidor, las pequeñas unidades de vivienda, la conformidad social, y una suave ética laboral».

Las dos sociedades, de hecho, son polos opuestos en muchos aspectos, y Popenoe concluye que «es un error pensar que lo que funciona en Suecia podría necesariamente transplantarse a Norteamérica». Sin embargo, sugiere que no se rechacen sin más los modelos suecos.

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ZENIT Staff

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