Tras el 11 de septiembre, el movimiento antiglobalización busca nuevos rumbos

A partir de los atentados, las protestas no tienen el mismo sabor

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ROMA, 17 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Cómo ha cambiado el mundo en unos meses. El mes de julio pasado, la ciudad italiana de Génova era arrasada por la violencia generada por las protestas antiglobalización y por la dura respuesta policial. En contraste, la reunión de la Organización Mundial de Comercio de esta semana en Doha, Qatar, ha sido un modelo de tranquilidad.

Es cierto que lo remoto de un lugar como Doha y las restricciones a los agitadores han prevenido cualquier clase de protesta masiva. Sin embargo, los encuentros organizados por los grupos antiglobalización en las ciudades europeas y norteamericanas en la víspera de la reunión han atraído a un escaso puñado de participantes.

Desde los ataques terroristas contra Estados Unidos del 11 de septiembre, el movimiento antiglobalización ha entrado en crisis. Para empezar, mucha gente está ahora más preocupada por la violencia extremista, la guerra biológica y el conflicto en Afganistán que en cómo tienen lugar las relaciones comerciales con el Tercer Mundo.

Además hay también muchos que, aunque se mostraban muy críticos con el mercado libre y la globalización, no querían que su postura se interpretara como anti-americanismo, o se les viera como fomentadores de un clima de odio y confrontación.

Como observaba el «Washington Post», el 12 de noviembre, los planes de navegar con seis barcos hasta el puerto de Doha, para protestar contra la reunión de la Organización Mundial de Comercio, se cancelaron tras el 11 de septiembre. “Dada la increíble atmósfera de patriotismo, una postura crítica contra el gobierno podía levantar susceptibilidades en la gente”, comentaba Jamie Love, dirigente de un grupo afiliado a Ralph Nader.

Walden Bello, un importante crítico filipino de la globalización y director ejecutivo del grupo «Focus on the Global South», decía: “Sentimos que necesitamos respetar el luto tras el 11 de septiembre”, refrenando las protestas.

En lugar de organizar marchas masivas, algunas ONGs han optado, tras lo ocurrido, por trabajar con los gobiernos desde los países desarrollados, según un informe de «Financial Times», del 12 de noviembre.

Por ejemplo, Duncan Green, de la agencia de ayuda católica «Cafod», ha hecho notar cómo su organización se ha comprometido en la creación de una “caja de desarrollo” al margen de la Organización Mundial de Comercio.

Las ONGs se encuentran preparadas para este tipo de actividades y algunas disponen de recursos mucho mayores que los gobiernos de países pobres. WWF, la organización conservacionista, gasta 60 millones de dólares al año en el estudio de planes de acción. Las ONGs tienen también unas excelentes oficinas de relaciones públicas y redes muy desarrolladas de contactos internacionales.

Efectos del 11 de septiembre
Como ha puesto de relieve «Financial Times»» el 10 de octubre pasado, las consecuencias de la caída de las Torres Gemelas han acabado con los planes de un grupo de activistas de organizar una marcha en Wall Street. Se habían preparado para un día de acción global el 9 de noviembre, apuntando a uno de los centros del capitalismo, que coincidiría con el encuentro de la Organización Mundial de Comercio en Doha.

También se habían planeado manifestaciones en Washington para el último fin de semana de septiembre, coincidiendo con la reunión anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. La preocupación de las autoridades ante la perspectiva de un gran número de manifestantes les llevó a pedir a las principales universidades que cerraran. Pero tras el 11 de septiembre estas reuniones del FMI y del BM se cancelaron. Si bien se dio una pequeña protesta, pasó casi desapercibida.

John Sellers, director de la «Ruckus Society», un grupo que enseña técnicas de confrontación de campo tras las manifestaciones, lo declaraba: “Hay una gran preocupación por las marchas desde el 11 de septiembre. ¿Qué ocurriría si diez mil personas salieran a una marcha pacífica y cuatro de ellas quemaran una bandera?”. Sellers declaró al «New York Times», el 28 de octubre, que no creía que los grupos antiglobalización volvieran a concentrar la atención pública como antes.

Sin embargo, Stephen Kretzmann, un analista del Instituto de Estudios Políticos, una organización de abogados de Washington, ha afirmado que las actividades de su organización no disminuirán. Si bien, “deberemos actuar muy al estilo de Ghandi en nuestros planteamientos”, notaba Kretzmann.

Para John Micklethwait y Adrian Wooldridge, que escriben para «The Economist», los sucesos del 11 de septiembre confirman que hay una gran cantidad de gente que odia la globalización y la consideran un medio de propagar la hegemonía norteamericana.

Aunque, escribiendo en «Wall Street Journal», el 9 de noviembre, los dos periodistas reconocían que por “cada joven fanático paquistaní que hace cola para luchar en la frontera afgana contra el gran Satanás, hay probablemente diez personas más buscando la forma de perseguir el sueño norteamericano”.

La parte antiamericana del movimiento de manifestantes del Primer Mundo, principalmente en Europa, ha cambiado su objetivo para pasar a oponerse ahora a la guerra. Mientras que dentro de Estados Unidos, hacen notar Micklethwait y Wooldridge, se encuentran divididos. Los sindicalistas y las feministas se han opuesto a los talibán, estas últimas a causa de su represión de la mujer.

No todo es negativo
Alex Wilks, coordinador de la ONG Bretton Woods Project, que trabaja con expertos que controlan el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, afirmaba en el «Observer» del 4 de noviembre que “los que elaboran campañas antiglobalización no deberían someterse a la presión y permanecer en silencio, sino continuar preparando una agenda global que sirviera de guía”.

Wilks destacaba algunos aspectos positivos del 11 de septiembre para su movimiento. Los sucesos han borrado toda huella de aislacionismo, han llevado al pago de las cuotas norteamericanas a las Naciones Unidas, han generado propuestas de ayuda y, en general, han abierto el país a la cooperación con otros países, afirma Wilks.

Madeleine Bunting, en un artículo del «Guardian» del 5 de noviembre, admitía que la antiglobalización debía orientarse hacia el desafío de un cambio en su mensaje. Ponía de relieve cómo muchos de los manifestantes se habían caracterizado por el antiamericanismo y el uso de métodos de acción violenta, y ambas cosas, desde el 11 de septiembre, ya no son tan bien vistas.

Pero, Madeleine Bunting insistía en que el 11 de septiembre ha “subrayado la urgencia de un análisis crítico de la globalización”. La última década ha visto un aumento en la desigualdad entre países pobres y ricos y “para nuestro riego, nosotros ignoramos la rabia de los desposeídos”.

Sin embargo, Michael Jacobs, Secretario General de la Sociedad Fabiana, advertía que los antiglobalización deberían ser más cuidadoso en su análisis de los factores económicos y políticos que están en juego en la globalización. En un artículo del «Observer» del 11 de noviembre, Jacobs pedía que las ONGs “rompieran con la retórica de la antiglobalización”, enfocando su atención por el contrario en una agenda constructiva para una “justicia global”.

Es inútil oponerse a los cambios financieros, de inversiones y comercio, porque resulta imposible pararlos, defendía Jacobs. Además, “’oponerse’ a la globalización es privar a la gente de los países pobres de los beneficios del conocimiento, de los avances tecnológicos, de la diversidad cultural, de los viajes y los contactos internacionales que nosotros gozamos en el mundo rico”.

Una parte del movimiento antiglobalización defiende que lo que a lo que realmente se oponen es a la posición neoliberal del libre comercio, y a
las instituciones del Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y el Fondo Monetario Internacional.

Pero esta posición es también errónea, según Jacobs. Mientras los gobiernos y las corporaciones hablan sobre el libre comercio en realidad están muy ocupados en la búsqueda de sus propios intereses. Esto pone de manifiesto cómo los países rico mantienen tarifas contra las importaciones del Tercer Mundo y protegen sus sectores agrícolas.

Los defensores de la antiglobalizacióntienen razón al decir que esto es injusto, dice Jacobs, pero eso no es comercio libre. Lo que se necesita es una campaña a favor de una mayor justicia, concluye Jacobs.

Si el 11 de septiembre empuja al movimiento antiglobalizaciónpara que deje atrás los elementos extremistas y promueva la causa de la justicia política y económica, habrá sido algo positivo.

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ZENIT Staff

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