Tras la guerra, el Papa presenta a Guatemala la senda de la reconciliación

Mensaje central de sus 24 horas en el país centroamericano

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CIUDAD DE GUATEMALA, 30 julio 2002 (ZENIT.org).- Tras 36 años de guerra civil, Guatemala ha acogido a Juan Pablo II como a uno de los promotores más decididos de su reconciliación nacional.

«Reconciliación» fue precisamente una de las primeras palabras que pronunció el pontífice al llegar al aeropuerto internacional La Aurora este lunes.

«Deseo fervientemente que el noble pueblo guatemalteco, sediento de Dios y de los valores espirituales –dijo–, ansioso de paz y reconciliación, tanto en su seno como con los pueblos vecinos y hermanos, de solidaridad y justicia pueda vivir y disfrutar de la dignidad que le corresponde».

«Gracias, Su Santidad, por ser un mensajero de la paz y la reconciliación para nuestros pueblos», reconoció el presidente guatemalteco Alfonso Antonio Portillo Cabrera, haciéndose eco del sentimiento de su país al darle la bienvenida.

Los guatemaltecos saben bien a qué se refería: Juan Pablo II ha promovido en sus casi 24 años de pontificado el diálogo y la reconciliación como solución al conflicto guatemalteco que, según grupos de derechos humanos, provocó el desplazamiento de un millón de personas a México y la muerte de unas 200.000, muchas de ellas indígenas, en un país que hoy cuenta con algo menos de 13 millones de habitantes.

En 1988, la Conferencia Episcopal de Guatemala, con el apoyo del Santo Padre, delegó en dos obispos la participación en la Comisión Nacional de Reconciliación: el actual arzobispo de Guatemala, Rodolfo Quezada Toruño, entonces obispo de Zacapa y prelado del Santuario del Santo Cristo de Esquípulas, y el asesinado monseñor Juan Gerardi.

Monseñor Quezada Toruño llegó a ser presidente de esta comisión y conciliador oficial entre el Gobierno y los guerrilleros de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), llevando adelante el proceso de paz que culminó en 1996.

Las decisivas negociaciones fueron bautizadas con el nombre de Acuerdos de Esquípulas, en referencia al santuario del que era rector monseñor Quezada Toruño, centro espiritual que más peregrinos recibe en Centroamérica.

El Papa ofreció este viernes un nuevo gesto de reconciliación para Guatemala, al pedir al presidente Portillo que se ponga fin a las ejecuciones capitales en el país. Treinta y seis reos debían ser ejecutados en Guatemala, aunque cinco de ellos se fugaron el 17 de junio del 2001 de la cárcel de Alta Seguridad en Escuintla.

Respondiendo a la solicitud pontificia, Portillo envió el lunes al Congreso una iniciativa para abolir la pena de muerte en Guatemala.

El ambiente contrasta con la primera visita de Juan Pablo II a Guatemala, en 1983, en plena guerra civil. En vísperas del viaje, el Santo Padre hizo un llamamiento similar. En aquella ocasión, el presidente de facto, el general Efraín Ríos Montt, desafió el ruego papal ejecutando a seis personas tres días antes de su llegada.

En su tercera visita, el pontífice ha presentado a este país desgarrado el ejemplo del Hermano Pedro de San José de Betancur (1626-1667), quien en la Centroamérica de su época (Guatemala comprendía entonces toda América Central), marcada por tremendas tensiones raciales, sociales y políticas, se convirtió en signo de perdón y reconciliación.

«La justicia que perdura es la que se practica con humildad, compartiendo cordialmente la suerte de los hermanos, sembrando por doquier el espíritu de perdón y misericordia», dijo el Papa en la homilía, en un país caracterizado por las desigualdades sociales y la pobreza.

La herencia del Hermano Pedro, concluyó el Papa, «ha de suscitar en los cristianos y en todos los ciudadanos el deseo de transformar la comunidad humana en una gran familia, donde las relaciones sociales, políticas y económicas sean dignas del hombre, y se promueva la dignidad de la persona con el reconocimiento efectivo de sus derechos inalienables».

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ZENIT Staff

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