Tres criterios de Benedicto XVI para las causas de canonización

Participación diocesana, milagro «físico», martirio por «odio a la fe»

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 15 mayo 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha tomado papel y pluma para subrayar la necesidad de la participación de los obispos en las causas de canonización y repasar los procedimientos que deben seguirse en las mismas.

La misiva repasa, además, algunos de los pasos decisivos de estos procesos canónicos, como el milagro, atribuido a la intercesión del siervo de Dios, o las condiciones para que se reconozca un martirio.

El mensaje ha sido dirigido por el Santo Padre al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, con motivo de la asamblea plenaria que tuvo este dicasterio vaticano a finales de abril.

Investigación diocesana
La carta del Papa anuncia, ante todo, que la Congregación vaticana está redactando una «Instrucción para el desarrollo de la investigación diocesana en las causas de los santos».

Se trata de un documento que se dirigirá principalmente a los obispos diocesanos «para salvaguardar la seriedad de las investigaciones que se llevan a cabo en los procesos diocesanos sobre las virtudes de los siervos de Dios, sobre los casos de martirio afirmado o sobre los eventuales milagros».

En particular, la carta del Papa constata: «es evidente que no se podrá iniciar una causa de beatificación y canonización si no se ha comprobado la fama de santidad, aunque se trate de personas que se distinguieron por su coherencia evangélica y por particulares méritos eclesiales y sociales».

La insistencia del Papa en una mayor participación de los obispos en estas causas continúa con las indicaciones que Juan Pablo II ya había dado en 1983, en la constitución apostólica Divinus perfectionis Magister, en la que establecía las normas para las causas de los santos.

«De acuerdo con estas indicaciones –añade el Papa Benedicto XVI–, una vez elegido a la Cátedra de Pedro, he cumplido de buen grado este deseo generalizado de que en la modalidad de las celebraciones se subraye más la diferencia sustancial entre la beatificación y la canonización, y que en los ritos de beatificación se implique más visiblemente a las Iglesias particulares, quedando claro que sólo al Romano Pontífice le compete conceder el culto a un siervo de Dios».

El milagro
En segundo lugar, el Papa analiza en su misiva la cuestión del milagro atribuido a la intercesión de un siervo de Dios que es requerido para su beatificación (a no ser que sea mártir) y, en todo caso, para su canonización.

«Además de asegurarnos de que el siervo de Dios vive en el cielo en comunión con Dios, los milagros constituyen la confirmación divina del juicio expresado por la autoridad eclesiástica sobre su vida virtuosa», explica el Papa.

En este sentido, afirma que «hay que tener presente claramente que la práctica ininterrumpida de la Iglesia establece la necesidad de un milagro físico, pues no basta un milagro moral».

El martirio
El tercer punto de la carta se concentra sobre los criterios que han de seguirse para el reconocimiento de los mártires, personas que «dan la vida, derramando la sangre, libre y conscientemente, en un acto supremo de caridad, para testimoniar su fidelidad a Cristo, al Evangelio y a la Iglesia».

«Aunque el motivo que impulsa al martirio sigue siendo el mismo y tiene en Cristo su fuente y modelo –constata–, han cambiado los contextos culturales del martirio y las estrategias por parte del perseguidor, que cada vez trata de manifestar de modo menos explícito su aversión a la fe cristiana o a un comportamiento relacionado con las virtudes cristianas, pero que simula diferentes razones, por ejemplo, de naturaleza política o social».

En este contexto, el Papa afirma que «es necesario recoger pruebas irrefutables sobre la disponibilidad al martirio, como derramamiento de la sangre, y sobre su aceptación por parte de la víctima, pero también es necesario que aflore directa o indirectamente, aunque siempre de modo moralmente cierto, el odio a la fe del perseguidor».

«Si falta este elemento, no existirá un verdadero martirio según la doctrina teológica y jurídica perenne de la Iglesia», subraya.

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ZENIT Staff

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