Un balance de la reforma litúrgica, cuatro décadas después del Concilio

Entrevista a monseñor Julián López, presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia de España

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MADRID, 24 octubre 2003 (ZENIT.org-VERITAS).- Para tratar los cien años de Renovación Litúrgica de san Pío X a Juan Pablo II, los Delegados Diocesanos de Liturgia han celebrado desde el 22 de octubre y hasta hoy sus Jornadas Nacionales.

El obispo de Léon y presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Julián López, cree que las Jornadas «están teniendo un gran éxito por el interés, la clarificación de conceptos, la profundización de lo que es la reforma litúrgica y lo que es la auténtica renovación» y ha anticipado que «la Conferencia Episcopal va a reflexionar sobre todo esto en la próxima Asamblea Plenaria.

El obispo de León habla en esta entrevista concedida a la Agencia Veritas del sentido litúrgico en la vida de la Iglesia, particularmente tras la reforma introducida por el Concilio Vaticano II.

–Tras un cierto inmovilismo durante siglos, el Concilio Vaticano II propicia, directa o indirectamente, una serie de cambios en la liturgia para llegar mejor al hombre contemporáneo. ¿Cree usted que lo ha conseguido? ¿Cree que estos cambios eran necesarios?

–Monseñor Julián López: En primer lugar, el Concilio Vaticano II no es un fenómeno aislado que ha surgido de manera espontánea, es un acontecimiento preparado, y no sólo por el Espíritu Santo. Se habla de que el Papa Pío XII pensó en convocar un Concilio, Juan XXIII ciertamente parece que tuvo esa inspiración. En todo caso el Concilio Vaticano II pretende concluir el Vaticano I.

En el tema específico de la liturgia, el Vaticano II se inscribe en un movimiento litúrgico que aunque tiene sus comienzos en el siglo XIX con la restauración monástica en Francia, ha sido asumido y por primera vez orientado desde el magisterio universal de la Iglesia del supremo pastor, el Papa, por san Pío X.

Estamos celebrando precisamente 100 años de un documento de este Papa que pretende, precisamente, lo que quiso colocar en el primero de sus documentos el Vaticano II: la renovación de la vida cristiana, entre otras finalidades. Eso es lo que pretendió hace 100 años san Pío X en este documento «Tra le sollecitudini», que quiere decir «Entre las principales preocupaciones» del Sumo Pontífice, habla de sí mismo. ¿Qué pretende san Pío X? Renovar la vida cristiana mediante lo que el llama la participación activa de los fieles en la Sagrada Liturgia.

En ese sentido, el Vaticano II cita expresamente estas palabras de san Pío X, como cita también las de Pío XII: que ese movimiento litúrgico es un paso del Espíritu Santo por la Iglesia. Es una reforma general, no solamente sobre la música sagrada, o sobre los salmos o sobre el domingo. Pío X sabe que es un edificio cuya construcción requerirá muchísimo tiempo.

El tema está maduro cuando se promulga la Constitución «Sacrosanctum Concilium», pero tampoco está la obra terminada; ni siquiera ahora, 40 años después del Vaticano II está terminado el edificio, ni mucho menos.

Los concilios se proyectan con una visión larga; no es casualidad, es providencia, se promulga la Constitución Sacrosanctum Concilium el 4 de diciembre de 1963, exactamente cuatro siglos después de la clausura del Concilio de Trento. Aquel Concilio alimentó la vida cristiana bajo todos sus aspectos durante cuatro siglos. ¿Qué son 40 años? Muy poco, todavía. Y Juan Pablo II nos ha dicho una y otra vez que el Concilio Vaticano II es el gran acontecimiento ocurrido en el siglo XX, del que la Iglesia tiene que seguir viviendo todavía, también en el campo litúrgico.

No están desarrolladas, ni han sido totalmente recibidas las grandes líneas que van más allá de la mera reforma de los ritos o de los textos querida por el Concilio Vaticano II, y realizada, con un sentido profundo de su conciencia de pastor, por Pablo VI, y continuada en gran medida, en la misma línea, por el Santo Padre, Juan Pablo II.

–O sea, que las reformas se han en parte cumplido, pero hay que seguir trabajando…

–Monseñor Julián López: Hay que seguir trabajando. Hace quince años Juan Pablo II publicó un documento que se llama «Vigessimus quintus annus», que hace un balance de la reforma litúrgica del Vaticano II, y dice una cosa importantísima hace quince años que tiene plena actualidad también hoy, porque de alguna manera nos lo ha vuelto a decir en la Exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in Europa» y nos lo vuelve a decir en la «Pastoris Gregis», cuando habla de la función santificadora del obispo. Y lo que nos ha venido a decir es esto: es necesario entrar en el sentido profundo del Misterio que celebramos, y ésta es la tarea, como dice en la «Vigessimus quintus annus», de la renovación litúrgica, que es una tarea permanente.

Mientras haya fieles cristianos habrá que hacer renovación en este sentido, y renovación no quiere decir cambio, sino penetración más dentro, quiere decir que a cada generación la debemos introducir en el Misterio, y el Misterio es el Misterio de Jesucristo, que nos abre al Misterio de Dios. Y dice una cosa muy importante también Juan Pablo II en aquel documento de hace quince años: la reforma litúrgica en lo que tiene que ver con el cambio de ritos y de textos ya está terminada, los libros litúrgicos, han sido publicados.

Hoy (dice el Papa hace quince años, cuanto más hoy) están ya incorporados a la acción pastoral de la Iglesia muchos cristianos y sacerdotes que no conocieron la situación de la liturgia anterior al Concilio, por tanto no es cuestión de volver atrás en ese sentido, sino, dado que esta reforma litúrgica (otra cosa es como se ha ejecutado y cumplido en cada lugar) se ha hecho en clave de auténtica tradición cristiana, esto no se puede dudar, y esa tradición cristiana empalma con lo que hemos recibido desde el Nuevo Testamento, en lo fundamental, en la naturaleza del hecho litúrgico cristiano, en los sacramentos, en la Eucaristía, en el ministerio sacerdotal, etc.

Otra cosa es si se ha ido más a prisa o más despacio, con más fidelidad a este aspecto o al otro, si ha habido una catequesis litúrgica suficiente o no; otra cosa es, en definitiva, si hemos procurado formar, educar, primero los pastores a nosotros mismo y luego al pueblo de Dios.

El Concilio Vaticano II advierte claramente esto: el fruto de la reforma litúrgica dependerá de que los pastores estén imbuidos del auténtico sentido de la liturgia, pero qué son 40 años en la historia de la Iglesia. Por eso estas Jornadas han tratado de dirigir una mirada agradecida al pasado inmediato, san Pío X, Pío XI, Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II, todavía hoy gracias a Dios. Una memoria agradecida, pero para ver, en definitiva, cómo la liturgia tiene retos aún que cumplir, naturalmente.

–¿Es posible que el cristiano de hoy haya perdido o relativizado el sentido de lo sagrado en la liturgia y en la vida?

–Monseñor Julián López: No en todos los lugares se aprecia este hecho de la misma manera o con la misma intensidad. Hace ya muchos años, desde el comienzo de su Ministerio, en 1980, el Papa Juan Pablo II viene advirtiendo de esa pérdida del sentido de lo sagrado; por ejemplo, la Carta «Dominicae Cenae» habla de que lo sagrado cristiano auténtico no es cosa de los hombres, sino de la voluntad de Cristo.
<br> Se ha perdido en gran medida en muchos fieles y en algunas comunidades, pero mirando a la totalidad de las iglesias y a la totalidad en la Iglesia universal, yo creo que si se hubiera producido este hecho ya no existiría la Iglesia. Digamos que nos envuelve el mundo secularizado neopagano, agnóstico, que incluso hoy vuelve a lo religioso, pero no a lo cristiano, sino a esta forma sincretista del fenómeno de la nueva era. Se ha pasado incluso de la religiosidad popular (que Pablo
VI quiere que se llame «piedad popular»), a una especie de religión popular o «popularizada», confusa, sentimental, apenas racional o nada racional, y en ese sentido con grandes déficits de valores fundamentales.

Eso sí, el Papa invita una y otra vez, en «Ecclesia in Europa» y «Pastoris Gregis», a volver otra vez al sentido del Misterio, que es lo mismo que decir «insistir», y donde se haya debilitado, recuperar la conciencia del Misterio.

La Liturgia es verdad que es una fiesta, pero primero es lo que el Señor nos da en ella. Antes de estar en torno a la Mesa del altar existe el Evangelio, y existe la acción del Espíritu que nos congrega.

Pero, en muchas comunidades se han fijado más en el entorno del altar que en lo que está en el centro de esa mesa, en el centro de esa mesa, como en el famoso icono de Rublev, está el cáliz eucarístico, está el Cordero, está el Señor.

Por eso, más importante que lo que nosotros hagamos en el canto, en la participación, en la acción, está lo que Dios hace en nosotros por medio de su Espíritu. Quizás con la prisa, quizás con el deseo de llegar al pueblo se han quemado etapas, o la catequesis, o la predicación se ha centrado en aspectos socioculturales, políticos, antropológicos, meramente humanos, que es necesario iluminar desde el Evangelio, evidentemente, pero sin perder jamás la mirada sobre lo que está en el centro de la Mesa, en el centro de la Mesa eucarística está el cuerpo del Señor, y desde ahí ya podemos hablar de mesa de la fraternidad, y de lo que queramos.

Por eso no se puede diluir jamás el núcleo de la liturgia cristiana que es la presencia de Jesucristo por su Espíritu, en la asamblea, en el ministro, en la palabra, en los signos sacramentales, pero sobre todo en las especies sacramentales, en el Misterio eucarístico, «presencia verdadera, real y sustancial». No podemos perder ese lenguaje, habrá que seguir explicándolo, pero el corazón de la Liturgia es la Eucaristía, y a Cristo, como dice el Papa en «Ecclesia et Eucharistia», lo tenemos que buscar donde se encuentra.

También se encuentra en los pobres, evidentemente, pero difícilmente la Madre Teresa de Calcuta lo hubiera encontrado en los más pobres de los pobres si antes no lo hubiera reconocido en la Eucaristía, y al revés también, es verdad, que desde los pobres se puede ir al altar. Eso es cierto.

–En lo que algunos consideran un resurgir religioso del siglo XXI hay dos síntomas preocupantes: una contaminación de lo gnóstico-sincrético por un lado y la proliferación de sectas por otro. ¿Cree que los adeptos a las sectas han saciado su sentimiento religioso en unas liturgias «coloristas» que, como ellos mismos afirman, no han encontrado en la Iglesia católica? ¿Cree que la vida del hombre será de verdad más religiosa?

–Monseñor Julián López: No hay liturgia en las sectas, eso no es liturgia, son ritos. Ya hace mucho tiempo, desde la época de los padres apologistas, ellos hablan de que el diablo imita los ritos cristianos.

El fenómeno es más complejo, la realidad es que el sustrato antropológico, sociocultural, de la liturgia cristiana viene de lejos, porque empalma en definitiva en el fenómeno humano de la ritualidad, de la ceremonia, de la fiesta; y de alguna manera el mundo actual, especialmente sectas, sobre todo de corte neopagano, satánico incluso, están ahí en una especie de revancha, como diciendo «tenemos que recuperar otra vez un dominio que es nuestro».

La misma ecología, el culto a la naturaleza que hoy se da, algunas veces esconde intenciones de este tipo; en la inmensa mayoría de la gente no, pero en las sectas sí. Las sectas son un fenómeno extremadamente peligroso, que encuentran un caldo de cultivo precisamente en la sed de trascendencia de la gente de hoy, pero ofrecen un terrible sucedáneo, que en el fondo es un veneno, porque se apropian de la persona; en fin, el fenómeno nos llevaría lejos.

El fenómeno del sincretismo está más diluido, no es fácil diagnosticarlo, no se da en estado químicamente puro más que en determinadas sectas. En Europa y España tenemos menos conocimiento de esto, pero los misioneros, sobre todo los que trabajan en Hispanoamérica son muy sensibles a ello, y nos lo están diciendo una y otra vez, y no digamos en África.

–Es decir: la Liturgia en la Iglesia Católica no tiene que hacerse más atractiva, no se trata de cambiar, sino de profundizar…

–Monseñor Julián López: Evidentemente, quizá lo único que hay que cambiar siempre son las actitudes personales, la llamada permanente a la conversión. Lo que tenemos que hacer es tomar los libros en la mano, leerlos, estudiarlos, meditarlos, hacerlos objeto de oración, especialmente la Palabra de Dios y las plegarias de la Iglesia, y después celebrar conforme a ellos. Y ya no estaríamos tan preocupados seguramente de muchas cosas que estamos ahora, porque nos vendría dado por añadidura.

–¿Qué opina de las particularidades que ciertos movimientos eclesiales como los carismáticos o los neocatecumenales tienen en sus celebraciones?

–Monseñor Julián López: Los grupos eclesiales son signo, como el Papa lo ha presentado durante el Jubileo, en aquella convocatoria el día de Pentecostés, de la acción del Espíritu en la Iglesia. Esos movimientos están ahí y esos movimientos también se dan a conocer y de alguna manera se expresan con algunas, llamémosle, «peculiaridades» litúrgicas, por ejemplo con determinados cantos, determinados énfasis en unos aspectos o en otros.

Hay que reconocer que estos movimientos están en fase de crecimiento, quizás, en un momento dado entrarán en una fase de más sistematización, maduración, no sé cuál sería la palabra adecuada. A la jerarquía de la Iglesia le corresponde, (obispos diocesanos, conferencias episcopales, Santa Sede a nivel de la Iglesia Universal) ejercer esa función de hacer aflorar el carisma y garantizar la comunión, la unidad.

Son movimientos surgidos en la Iglesia, que están haciendo mucho bien. No se pierden, ni se deben perder en esas peculiaridades, que son accidentales. Sin embargo, existe un pequeño riesgo si los miembros de estos grupos eclesiales pierden la referencia a la Iglesia universal, a la iglesia particular o diocesana, a la iglesia local o parroquia, a través del párroco, a través del obispo, a través del Papa, y se encierran en sí mismos: corre riesgo en cierto modo, la comunión.

Por tanto, mientras vayan avanzando hacia la unidad de todos, sus peculiaridades pueden ser asumidas quizás, no son más que medios, no son lo más importante, lo más importante es que Jesucristo sea predicado, que los miembros crezcan en la fe, en la caridad, etc.

Son estupendas escuelas de vida cristiana, aunque eso sí, la iniciación cristiana es tarea de la Iglesia, del ministerio sacerdotal, y ningún grupo en la Iglesia, por importante que sea, puede asumir esta función que es de toda la Iglesia; aunque ellos, y particularmente algunos movimientos, aunque no se llamen movimientos, están ahí, y la Iglesia invita a reconocerlos, a tenerlos en cuenta. Incluso la Iglesia, como ha ocurrido por ejemplo con el Camino Neocatecumenal, le ha dado una cierta sanción, y lo ha presentado como un camino, válido para evangelizar al hombre de hoy.

Es un difícil equilibrio el que se requiere a veces, pero está por medio en definitiva la comunión. Ni los que están dentro pueden pretender la exclusiva, ni los que no pertenecen a esos movimientos la tienen tampoco para decirles «ahí os quedáis, ahí estáis vosotros». No están los tiempos para que nos demos tortas unos y otros, sino para que busquemos profundamente la comunión. Y el Papa está insistiendo fuertemente en ella, y es la voz del Espíritu que habla a la Iglesia.

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ZENIT Staff

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